Todavía guardo en mi memoria la sensación de agradable asombro cuando poco después de un paraje llamado Quebrada Blanca, el vehículo que me llevaba de Bogotá a Villavicencio entró en un túnel, en plena Cordillera Andina, y poco más de cinco kilómetros después, el túnel quedaba atrás y con él la interminable montaña. La luz natural se hacía de nuevo y mirando al frente de pronto el paisaje que nos había acompañado desde la capital de Colombia, repleto de enormes cerros verdes, valles y cañones atravesados por puentes y viaductos, daba paso ahora en la retina a un horizonte de igual verdor pero absolutamente llano, sin más límite en el horizonte que el cielo y las nubes.
Ahí mismo apareció Villavicencio y ahí mismo entendí el eslogan que la da a conocer en todo el país como la puerta del llano. Tan impactado quedé, que hace apenas unos días decidí volver. Al fin y al cabo es otra buena opción para los bogotanos de acercarse a la ansiada tierra caliente en cualquier puente o fin de semana. Villavo, como cariñosamente le llaman sus propios habitantes, tiene una amplia oferta de hoteles y fincas campestres que además de la generosidad del clima ofrecen un contraste muy marcado en su paisaje y entorno del habitual andino al que los capitalinos están acostumbrados. Buen modo de desconectar.
La ingeniería moderna ha privado de un espectáculo más grandioso al viajero terrestre. En los tiempos pasados, cuando todavía no estaba habilitado el mencionado túnel, la vía pasaba por el Alto de Buenavista antes de descender a la capital del Meta. Allí se brinda un espectáculo natural, paraíso de los amantes del ecoturismo y del parapente que siguen despegando desde esta cumbre hacia el cielo llanero. Hoy se puede acceder igualmente ascendiendo desde Villavicencio loma arriba hasta el mirador de la Piedra del Amor. Desde allí la tierra andina nos presenta un balcón natural abierto a la inmensidad del horizonte que se pierde hacia el oriente. Algunos le han dado en llamar el mar verde, de un verdor calmo y paciente a la espera de ese sol que lo teñirá de colores en el alba y el crepúsculo. Cuentan los lugareños que el mirador adquiere un matiz esotérico una vez que cae la noche, alimentando de ese modo la fama de los mitos y leyendas llaneros. No me quedé en la noche para corroborar ante nuestros caminantes si en ese lugar se da algún tipo de portal astral, si los extraterrestres se han enamorado de este paisaje, cosa por otro lado que no sería de extrañar, o si algún ser legendario llega bajo la luna del Meta a alimentar la literatura de ficción.
Lo que sí doy fe es que a los pies de tan majestuoso enclave queda el último palmo de tierra montañosa, y más abajo el piedemonte llanero, con la carretera serpenteando en busca de Villavicencio, que aparece en toda su extensión junto a su río Guaitiquía. El piedemonte es la intersección geográfica del altiplano con la enorme extensión de la vasta llanura de lo que se conoce como región de la Orinoquía colombiana o Llanos Orientales. El Orinoco empata en parte de su recorrido por Vichada con los límites políticos con la vecina Venezuela. El alma llanera sin embargo comparte cultura y tradiciones muy similares a ambos lados de la frontera. Esta vasta planicie es un pueblo de vaqueros, de ríos enormes y caudalosos, de hatos y de coleos, de joropo y alegría de quienes viven la vida con el aire de libertad que evoca un horizonte infinito.
El piedemonte ofrece una ruta ecoturística de gran valor con lugares como Restrepo. Allí mismo conocimos un mirador que ve salir el sol al amanecer iluminando de sombras naranjas las tierras y dejando ver en negro el contraste de las siluetas de las aves o de la vegetación de chaparrales, guarataros, achiotes, bototos o gualandayes. Y también el atardecer, el sol hacia occidente baña el horizonte de la llanura de un rojo intenso que forma unos arreboles de imborrable recuerdo. Es una de las estampas típicas y tópicas de los departamentos llaneros. Desde luego es un espectáculo pleno de una energía muy especial y de un cromatismo que puede seducir a cualquier fotógrafo o pintor.
Es inevitable hablar de los Llanos y no referirse desde un principio al sol, cite uno cualquier lugar que cite. El sol aquí es grande y reclama como en pocos sitios su hegemonía en el reino de la naturaleza. El sol da calor a las tierras del Meta, Casanare, Vichada y Arauca, el sol cobija los hatos de la tierra ganadera por antonomasia, el sol calienta las estepas llaneras, las palmas que forman los bellos morichales y los bosques de galería, el sol es la estampa de amaneceres y atardeceres de un romanticismo inigualable, cielos violetas, azules, anaranjados, rojos y siempre prestos para la contemplación de los enamorados o de cualquier persona amante de las bellezas naturales.
Y el sol fue mi elección para compartir la ruta del amanecer llanero. De la mano de Gabriel, gerente de un hotel campestre en las afueras de Villavicencio, me encamino desde el alba de Restrepo hacia Puerto López. En los primeros pasos del camino, antes de emprender la ruta, se encuentra el bioparque Los Ocarros, que toma su nombre del ocarro, un armadillo gigante que habita en el llano, animal nocturno que convive con una interesante representación de la fauna llanera que se puede contemplar en este lugar. Desde las simpáticas y coloridas aves, pasando por pequeños mamíferos como los monos araña, felinos majestuosos como el puma y el jaguar, hasta reptiles intimidatorios como el cocodrilo del Orinoco o las serpientes gigantes boa y anaconda, y así un largo etcétera que nos sitúa en la enorme y variada biodiversidad de este pedazo de Colombia.
Siempre al oriente, el paisaje siempre es plano, la naturaleza virgen, la vía es una recta inmensa escoltada por la sabana tropical llanera, guarataros a ambos lados y decenas de fincas agroturísticas donde poder meterse de lleno en el día a día del quehacer ganadero. Esta es tierra esencialmente de ganado, Gabriel señala estas haciendas, de ganado y de garzas, pero también de petróleo, de arrozales que dan lugar a un exquisito pan de arroz para degustar recién hecho en el desayuno, de piñeros con frutos exquisitos, de carne a la llanera y sobre todo de caballos, de cabalgatas que hacen del equino protagonista del día y de la noche de la cultura llanera. En estas fincas se puede conseguir también alojamiento, pasear a caballo, avistar aves y despedir el día con folclore al ritmo del arpa y los capachos.
La ruta a Puerto López está llena de paradas, ora un hato, ora un hermoso achiote, de repente una señal de tráfico que llama la atención de los conductores advirtiendo el posible cruce de vacas, al rato otra igual con la estampa de un zorro y una más con la de un oso hormiguero, animales nocturnos que pueden provocar un serio incidente si no se va alerta al volante. Más y más altos en el camino, llama mi atención la estampa de un morichal vigilado por una garza blanca que espera a echar el vuelo al paso de mi última fotografía.
Gabriel habla de la vida del llano, de las culturas indígenas cerradas muchas veces a su mundo y otras abiertas al comercio con la civilización. En el caso de las primeras me advierte que se pueden visitar pero no tomar fotografías, so riesgo de quedarse sin cámara. Habla de la anaconda, fetiche de muchas de esas culturas indígenas. Asombrado por este animal, hemos visto juntos el ejemplar de Los Ocarros, le calcula unos diez metros y asegura, tras haberla visto cazar y comer en una ocasión, que por esas fauces cabe un humano, fruto tal vez de la fobia que confiesa tener hacia las serpientes.
Amanece de nuevo y adivino un hato de búfalos. Cerca la manada de chigüiros convive con patos y garzas. Es hora de enfilar hacia el Municipio de Puerto López y su monumento al canoero antes de cruzar el río Metica, anuncio del Meta, y llegar al centro geográfico de Colombia, el alto de Menegua con su célebre obelisco. Este es otro mirador privilegiado para despedir el sol mirando a occidente. En el cielo las aves son otro espectáculo. Mi guía me cuenta de una cría de águila que cayó por accidente en la finca en la que se ubica su hotel campestre, y allí permanece todavía sin volar, parada a veces sobre una de sus patas. El aguilucho me recuerda al águila coronada a tenor del remate de corona negro de su cabeza. Alrededor de 470 especies de aves habitan en los Llanos Orientales de Colombia.
De regreso a la puerta del llano, he programado para despedir el sol en el Alto de Buena Vista, pero en un paraje diferente al de la Piedra del Amor. Un rincón donde las tangaras ponen una nota de colorido añadida, donde muchos han asegurado que se da el crepúsculo más bello de Colombia. Los Llanos son mucho más de lo que este primer viaje puede dar. Tan solo el departamento del Meta es tan variado en naturaleza y actividades ecoturísticas que cada vez que exploro un nuevo destino insisto en esa sensación de que se podría hacer una enciclopedia de tomos para mostrar con detalle el vasto potencial colombiano de tesoros naturales. Por lo pronto es un buen abrir de boca para nuestros caminantes amantes del plano infinito en el horizonte. Difícil es, contemplando la hermosura de esta llanura, el no evocar otros llanos de mis orígenes manchegos, donde retumba la huella de Don Quijote, pero eso ya será en otro capítulo.