Si hay algo en lo que un jefe de Estado no se puede rajar es en su estrategia de comunicación. Aquí no se trata de señalar con el dedo o culpar a alguien, pero sí demostrar cómo se ha equivocado en esto el gobierno Duque.
Partimos de la base de que no es fácil por lo que representa y la sensibilidad que respira y expresa un mandatario de Estado, la complejidad de crear una dinámica exitosa en este campo y que no solo lo diferencie de los demás presidentes que han pasado por Casa de Nariño, sino que lo fortalezcan en toda su cotidianidad de gobernabilidad. Es una verdadera lástima pero en esto poco se le ha ayudado al presidente Duque pues se le ha convertido en una piedra en el zapato.
Ivan Duque es una marca y por ende, sin temores, con sentido común y las exigencias que esto implica, hay que manejarlo siempre dentro de un concepto integral: liderazgo como vocero de su gobierno, asesorarlo en la construcción de su postura frente a los auditorios, el impacto de sus mensajes, los contenidos y ritmo en sus redes sociales, es decir, su estilo y siempre con un protocolo oficial establecido previamente en comunicación, lejos de la improvisación. El objetivo final es que su imagen crezca en credibilidad y aceptación, lo que trae como beneficio el valor más apetecido y ambicioso de una marca: su reputación.
Lo que no se puede permitir es que se rompa al garete con el protocolo de comunicación y que cada miembro del gobierno se comporte como una isla aparte autónoma y en libertad exprese lo que piensa de manera personal e institucional... y lo fatal, lo haga público. Sobre lo anterior, podríamos enumerar en este gobierno casos concretos que infortunadamente han sido de impacto negativo y que han quedado en el ambiente de la opinión nacional y han trascendido al imaginario del ciudadano de a pie… debilitando de manera crítica la imagen del jefe de Estado y por ende de su gobierno.
Recordemos algunos casos y veamos cómo los abordaron los medios de comunicación serios del país:
El primero y quizás el más reciente fue protagonizado por la ministra del Interior Nancy Patricia Gutiérrez. Ella publicó un tuit que en el instante y la coyuntura que vivía la nación no era el indicado, que además afectaba los diálogos y que finalmente tampoco correspondía al pensar del presidente frente a las manifestaciones masivas y su efecto (ver aquí).
El segundo caso tiene que ver con Marta Lucía, la vicepresidenta de los colombianos, que también ha tenido salidas en falso con el uso de su Twitter que denotan un desconocimiento práctico y lo lógico de su utilización, así como una mínima asesoría antes de subir los mensajes a su red (ver aquí).
La utilización del Twitter es de sumo cuidado, criterio y responsabilidad. Si se hace con pasión y no con la razón es mejor no tenerlo. Hay que respirar profundo, pensar y luego sí construir un mensaje. Aquí la inmediatez es fatal, más cuando se trata de funcionarios de alto gobierno, cuyas afirmaciones no solo los comprometen a nivel personal sino también institucional.
Y esto ha sido reiterativo. Estoy convencido de que aquí no hay un manual, menos una ejecución estratégica que blinde e impida que el gobierno presente estas fisuras dando la sensación de “cada uno con su tema”, sumado al aire de improvisación, poca o casi nula comunicación. Todo dejando claro, sin lugar a dudas, que estas irregularidades afectan directamente al presidente Duque, el capitán de la nave.
Sin embargo, para un experto solucionar lo anterior teóricamente no sería tan complejo determinar, insisto creando un procedimiento, una línea de comportamiento y empoderar a estos voceros, ministros, vicepresidenta y altos funcionarios sobre el “estilo único del mensaje de gobierno, el ADN de su comunicación”. Mi pregunta es: ¿cuál ha sido el acercamiento, la articulación de los funcionarios de comunicaciones de la Casa de Nariño con los responsables de comunicación de las entidades oficiales de gobierno?, ¿incluso con los jefes de gabinete y cabezas de los sectores que manejan el día a día con el presidente Duque? Podría afirmarse que ha sido muy poca o casi nula. No existe, creería, esa necesaria relación íntima, la búsqueda de unificación de criterios de comunicación, una implementación de modelo que genere respeto y cumplimiento.
Una de las perlas más sonadas y que también se debió a la incomunicación existente al interior del Palacio de Nariño, en este caso de los ministerios, más estrictamente el de Defensa, fue el documento que presentó el primer mandatario ante las Naciones Unidas. Al comprobarse que las imágenes que compartió en su dosier eran erróneas en cuanto a la relación de Nicolás Maduro con las guerrillas colombianas, para muchos fue un verdadero oso, en donde el mandatario se expuso y dio la cara ante la comunidad internacional (ver aquí).
En conclusión, para este caso también aplica que la comunicación estratégica no es un juego, es un valor y una herramienta imprescindible en el crecimiento y sostenimiento de un líder, en la claridad y credibilidad de los mensajes, en la divulgación de la gestión de gobierno, en el propósito de estar en sintonía con la sociedad colombiana.
En estrategias de comunicación no hay que inventarse nada, ya todo está creado, simplemente es poner en práctica lo que se requiere. No es justo para nadie que un mandatario como Duque se esfuerce por hacer las cosas bien (es la sensación que nos da), pero que todo este impulso sea abortado por una debilidad en el arte de comunicar, que él no tiene por qué saberlo, pero sí sus asesores... y lo más grave por irresponsabilidad e imprudencia de las salidas en falso de los funcionarios más cercanos a su despacho. Entre todos ellos, los responsables de la comunicación, falta hacer el ejercicio del cara a cara, de mirarse a los ojos, de establecer con prudencia y lealtad reglas de juego claras, entenderlas y obedecer.