¿Quiénes son los héroes en Colombia? ¿Los líderes que han entregado su vida y su tiempo a la defensa de sus territorios y sus comunidades, asesinados impunemente? ¿O aquellos que amparados por el Estado han cometido crímenes, masacres y desplazamiento bajo el pretexto de defender sus intereses y los de la 'Patria'?.
Parece increíble que hoy el país soporte más asesinatos impunes, como los tres jóvenes luchadores recientemente asesinados en Soacha (Klaus Zapata), en el Bagre (William Castillo) y en Arauquita (Milton Escobar) que soñaban con un país en paz. Que se suman a los otros 2 cometidos en menos de 10 días (Marisela Tombe y Alexander Oime).
A pesar de que Colombia es sinónimo de guerra y odio, comienzan a verse señales de lo que podría ser el principio de la reconstrucción de la memoria y la verdad para millones de víctimas. Estas señales se expresan en el momento más crucial de las negociaciones de La Habana, uno de los procesos más anhelados y esperados por el país.
Seguramente este proceso de reconciliación tardará muchos años en consolidarse, ya que para que un pueblo sane las profundas heridas de la guerra, el odio y el dolor, necesita reconstruir la verdad de lo sucedido, y ello implica reconstruir la verdad de lo que ha significado para el país el fenómeno paramilitar, el apoyo de empresarios y su accionar en contubernio con el Estado.
Hemos visto cómo se han construido héroes sin ningún pudor realzándolos ante la historia. Un ejemplo de esto fue el sepelio de Guillermo Gaviria Echeverry, en la parroquia de Santa Teresita de Medellín, velado con honores como un gran prohombre, símbolo de la pujanza paisa, quien fue un fiel representante de una élite que se ha servido de la guerra, legal e ilegal (patrocinó grupos paramilitares) para preservar sus intereses, mientras la muerte recorría el país. El 3 de agosto de 2007 dos fosas fueron encontradas en los predios de una de sus fincas, La Gavina (en el municipio de Olaya), donde se hallaron 5 cuerpos entre ellos los de María Mercedes Toro y Claudia Orrego desaparecidas en 1996. A 8 metros de la primera fosa se encontró otra con el cadáver de Juan Carlos Ortiz, esposo de María Mercedes y también desaparecido en 1996.
Al igual que con Guillermo Echeverry, existen diversos testimonios que han vinculado a la familia del expresidente Álvaro Uribe con la conformación de grupos los paramilitares, desde la creación del las Convivir en los años 80s, pasando por el horror de los falsos positivos, la persecución a Defensores de Derechos Humanos, hasta las chuzadas del DAS.
Vemos con extrañeza cómo el Centro Democrático, partido de extrema derecha, se lanza incendiariamente a desconocer y desacatar la decisión de la Fiscalía, amparada en el derecho y la Constitución, de capturar a Santiago Uribe, hermano del ex presidente Álvaro Uribe, por la conformación del grupo paramilitar Los doce Apóstoles, con base en los testimonios de ex paramilitares, ex policías y ex trabajadores; por la masacre del Aro en 1997, y una serie de asesinatos cometidos en Yarumal y Santa Rosa de Osos.
En este país todo está al revés: aquellos que cometieron crímenes atroces y masacraron miles de campesinos, desplazaron y expropiaron a millones de sus tierras, se les presenta y exhibe como insignes personajes. En cambio, millones de víctimas, son presentados como “colaboradores del terrorismo”, justificando así la tortura, el asesinato y las desapariciones con el argumento que aquello se hizo para limpiar al país de facinerosos aliados de la amenaza subversiva. ¿Qué se puede esperar entonces de una sociedad como la colombiana que ha dejado morir a decenas de miles de sus hijos, la mayoría inocente, que ha condenado a sus jóvenes a la guerra, y por otro ensalza a quienes han promovido la venganza, el odio y la muerte?
No podremos construir jamás una sociedad que dignifique nuestra vida, si no rehacemos y rectificamos colectivamente nuestra historia. ¿Qué papel les corresponde a los grandes medios de comunicación en esta tergiversación de los hechos, de la historia y de la verdad sobre el conflicto armado? La reconstrucción de la memoria y el esclarecimiento de la verdad son fundamentales si queremos pasar ésta página trágica de nuestra historia, de lo contrario será muy difícil dejar atrás la violencia.
La Colombia que surja del acuerdo de paz, debe empezar por recordar y reconocer a sus verdaderos héroes: los millones de hombres y mujeres que arriesgaron sus vidas, los verdaderos valientes que a pesar de las amenazas y terror permanecieron en sus territorios, cuya mayoría no vivió para contarlo. Los pueblos y comunidades víctimas de la violencia están en el deber moral y la obligación histórica de levantarse sobre la mentira y la manipulación de lo que aquí pasó…y pasa todavía.
Hoy tras el asesinato de tres líderes sociales y decenas de miembros de los movimientos sociales, quienes son la verdadera oposición política en Colombia, perseguidos, amenazados, encarcelados y asesinados impunemente, habría que preguntarnos si vamos a seguir viendo asesinar pasiva e impávidamente a más compatriotas, si estamos listos para abandonar este silencio que nos cubre de complicidad y reclamar justicia y verdad para los miles de asesinados y desaparecidos del país.