Mucho se ha habló en estos días sobre la posibilidad de que el Congreso aprobara el referéndum que daría pie a la prohibición de la adopción de menores de edad a personas del mismo sexo y a personas solteras. Aunque las posiciones varían, la polarización sobre este tema ha abierto una brecha entre los que defienden la libre adopción de los LGTBI y los que se oponen férreamente a que se permita.
En mi adultez y después de comenzar mi vida universitaria, cansado de vivir en un país con altas tasas de desigualdad, corrupción y pobreza, fue cuando me hice de izquierda. Una ideología política que busca ayudar a los más necesitados y reducir las brechas que se han encargado de aumentar las élites de Colombia. Con eso mente es que he desarrollado no solo mi vida personal, sino también profesional, encargándome de ser un periodista que haga en verdad lo que fue llamado a ser: un cuarto poder que fiscalizar a los otros tres.
En la discusión sobre la libre adopción por personas del mismo sexo fue que me di cuenta de que no solo no estaba de acuerdo con que pudieran adoptar, sino de que agradecía el hecho de que hubiese sectores de ultraderecha que defendieran la familia originalmente constituida (padre, madre e hijos). Por paradójico que pareciera, me di cuenta de que mi opinión y mis valores no eran lo suficientemente pequeños para ser encajados en una ideología política, y de que eran mucho más grandes y complejos que ser en encasillados en la izquierda (o de guerrillero Castro-Chavista de las FARC, como tan cándidamente se nos suele llamar en este país).
En este punto muchos habrán de pensar que esta es una diatriba o un texto excluyente y homofóbico, pero no, lejos de eso pienso que cada uno es responsable de su sexualidad y de las consecuencias que como ser adulto conlleva el tener relaciones físico-afectivas con personas del mismo sexo. Lo que sí considero un problema es cuando las minorías, en este caso los LGTBI, consideran imponer su modelo de sociedad al resto que no compartimos o no estamos de acuerdo con su elección de vida. ¿Y si no concuerdo esto me hace un “homófobo” o “gay reprimido” como se les suele llamar a los que defienden los valores tradicionales de la familia? Ciertamente no.
Posiciones como la de la senadora Viviane Morales y de otros partidos de derecha como Cambio Radical, entre otros, me hacen agradecer que vivamos en una sociedad en la exista la oposición, en la que si no podemos encontrar nuestra opinión y valores representados en el partido político por el que votamos o escogimos, siempre haya una voz inconforme que nos permita sentirnos representados.
En días como hoy es que recuerdo que la verdad absoluta no está en uno o en el otro lado, que hay grises y matices a ser tomados en cuenta; que el extremismo o totalitarismo (tanto de izquierda, derecha, o hasta el religioso) son el verdadero enemigo del mundo. Hoy, a pesar de estar en total desacuerdo con el modelo económico que imparte el neoliberalismo no solo de este país, sino en el mundo, hay valores intrínsecos de mi crianza, familia y religión que no estoy dispuesto a negociar.
Como se suele decir cada uno hace de su vida lo que quiera, o como coloquialmente se le conoce: “cada quien hace de su culo un candelero”, pero con el suyo, no con el de los demás; menos con el de niños inocentes, víctimas del sistema y en muchos casos de la mala elección de padres que guiados por la desesperación, analfabetismo o hambre les dan en adopción.