Hace poco le pregunté a un grupo de estudiantes sobre lo que aconteció en Bogotá hace 69 años, el 9 de abril de 1948, y con gran sorpresa vi que solo unos cuantos supieron responder que el Bogotazo. Aquel día fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, un líder que aspiraba modernizar el país y crear una verdadera democracia. ¿No sería oportuno conocer y tener este tipo de referentes ahora que tenemos una crisis de liderazgos?
Gaitán fue un político liberal que comprendió desde temprano cómo las élites oligárquicas que han gobernado el país preservan sus privilegios: promueven la violencia y el odio entre los de abajo, quienes se hacen matar por los de arriba, mientras que estos últimos apoyan las mismas políticas económicas excluyentes y comen en el mismo plato. Como lo dice William Ospina, Gaitán fue muy claro en precisar que la lucha ya no podía estar dirigida por los partidos aristocráticos, sino que el debate político era ahora entre el pueblo postergado y las élites que lo excluían y lo despreciaban.
Este destacado jurista formado en Italia empezó a concientizar al pueblo sobre sus propios anhelos, necesidades y derechos. Por eso se convirtió para la oligarquía en alguien peligroso. “Los dueños del poder que por siglos habían reinado sobre el silencio de los inocentes se estremecieron, porque eso que siempre habían temido estaba despertando, eso que siempre habían silenciado estaba hablando y eso que siempre los había avergonzado ahora pretendía un lugar en la historia”.
Gaitán acostumbraba a decir que “en Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendido por el país político”. Esa realidad todavía se presenta hoy en Colombia. Contrario a otros líderes políticos que movilizan a los colombianos exacerbando el odio, la intolerancia, los miedos y el espíritu de venganza, Gaitán “no era partidario de la violencia, sino que siempre había creído en la democracia, había confiado en las instituciones, y no se le había ocurrido preparar a nadie para afrontar un asalto a traición”.
Prueba de ello fue la Marcha del Silencio que organizó en febrero de 1948, semanas antes de ser acribillado en pleno centro de la capital. Asistieron aproximadamente 100 mil personas de todo el país en sorprendente silencio —Bogotá para la fecha tenía cerca de 400 mil habitantes—. Allí recitó la “Oración por la paz”, en la que pidió al presidente que cesara la violencia de las fuerzas del Estado en las regiones: “Señor Presidente: No os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no siga por caminos que nos avergüenzan ante propios y extraños. ¡Os pedimos tesis de piedad y de civilización!”
Para ese entonces Gaitán ya se perfilaba como el candidato único del liberalismo para las elecciones presidenciales de 1950, después de haber vencido en las elecciones parlamentarias al santismo y a los conservadores liderados por Laureano Gómez —exponente del sectarismo, la intolerancia y el fanatismo militante—. Al quedar demostrado su poder de convocatoria, la casta endémica de este país decidió matarlo. Ese día empezó el periodo oscuro de la violencia y se agudizó el espiral macondiano de guerras que ha caracterizado a esta república.
Con la muerte Gaitán se aplazó el último proyecto de modernización de Colombia, el cual buscaba dignificar al pueblo e incluirlo en el relato nacional. Las reformas liberales, que el país necesita desde entonces y que fueron realizadas en otros países latinoamericanos, quedaron postergadas indefinidamente.
Ospina nos recuerda que Gaitán no hablaba de revolución: “era un liberal convencido, tenía un programa de reformas profundas, sabía que lo que nos había faltado siempre era adecuar la realidad al discurso de la igualdad ante la ley, de los derechos humanos y de la dignidad ciudadana […] Su consigna principal no era la destitución de los poderosos y de los privilegiados, sino ‘la restauración moral de la república’, algo que tenía que ver con la legitimidad, con la decencia, con el respeto por el país, por unas costumbres y por un sentido de comunidad”.
En el actual ambiente de degradación moral, insoportable cinismo de la mal llamada dirigencia y de odios ensordecedores que dificultan el diálogo y la construcción de nación, es primordial y urgente rescatar la memoria de líderes como Jorge Eliécer Gaitán. Por su trabajo incansable por modernizar al país debería ser un referente para las nuevas generaciones de colombianos deseosas de promover un cambio profundo en nuestras instituciones para hacerlas verdaderamente justas y democráticas.