A veces, cuando cierro mis ojos, recuerdo lo que viví la primera vez que subí a la comuna nororiental de Medellín. Tenía 17 años. La noche anterior la ansiedad interrumpió mi sueño. Cruzaron por mi mente imágenes de muerte y jóvenes violentos como lo veía en los noticieros. En la mañana, cuando atravesé la ciudad y bajé del carro, un joven de pelo largo me saludó: “tranquila monita, que el mismo miedo que usted siente subiendo a la comuna lo sentimos nosotros al bajar a su ciudad”.
Ese rápido y aparente banal episodio me confirmó cuánto me incomodaban las barreras sociales; cuánto quería trabajar para desdibujarlas y contribuir para que los niños y jóvenes viviéramos un país incluyente. Y me decidí. Desde hace 20 años tengo el privilegio de trabajar en diversos temas de desarrollo y emprendimiento social y ahora entiendo, como lo ha demostrado Ashoka, la red de mundial de emprendedores sociales, que cuando un joven tiene la oportunidad de ser escuchado y vivir una experiencia emprendedora, muy probablemente seguirá involucrado en iniciativas de cambio social.
En el imaginario de muchos adultos están los jóvenes “problemáticos”. En el mejor de los casos consideran a algunos de ellos seres apáticos, siempre pegados a un dispositivo electrónico. Quizás hay algo de cierto en esto. El consumo de drogas, el reclutamiento forzado por grupos armados, la violencia intrafamiliar, entre otros, son riesgos reales frente a los cuales debemos actuar.
Pero… ¿Apáticos? Me pregunto más bien si será la falta de oportunidades reales para participar y transformar su realidad. Estoy convencida de que si ampliamos las posibilidades de participación no solo se activarían millones de jóvenes si no que los riesgos mencionados arriba disminuirían al satisfacer unas de las necesidades más básicas del ser humano: sentirse reconocido y útil para la sociedad. La participación inicia en entornos cotidianos como el hogar y el colegio y trasciende cuando su voz y sus ideas transforman realidades desde lo comunitario y lo político.
Dirigir la Fundación Mi Sangre durante los últimos 7 años me ha permitido conocer miles de jóvenes de todo el país que se atreven a cuestionar, debatir y desarrollar iniciativas de cambio social. Pienso por ejemplo en Candelo, un joven dulce, pelirrojo de ojos brillantes, hijo de paramilitar que se vinculó a un grupo armado para vengar la muerte de su padre. Candelo, gracias a su pasión por la música y su participación en procesos de educación para la paz lidera hoy una guardería de hip hop en la comuna 8 de Medellín para proteger a los niños de su barrio de los peligros de la calle. Y como Candelo pienso en Jeihhco, Karla, Shirley, Andrés, el Niche y muchos otros. Todos testimonios fehacientes del poder transformador de los jóvenes en sus entornos.
En el mismo sentido, me llama la atención el nivel de participación juvenil ciudadana que reporta el Índice de Bienestar de los Jóvenes, desarrollado por el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales y la Fundación Internacional para Jóvenes que compara 30 países que representan el 70 por ciento de la población mundial juvenil. Colombia, a pesar de tener el puesto número 13 en el índice general, el 21 en oportunidades económicas y el 23 en seguridad, tiene el primer puesto en términos de participación ciudadana. Poderosa palanca que debemos poner en movimiento.
A pesar de nuestra historia cargada de episodios violentos, la mayoría de los jóvenes de Colombia no son problemáticos y mucho menos apáticos. Por el contrario, nuestros jóvenes son críticos, creativos, enérgicos y atrevidos. Si los padres, los maestros, los líderes comunitarios, los políticos logran canalizar esto positivamente y abrir espacios reales de participación será un paso importante para pasar la página de la violencia. Ahora más que nunca debemos invertir en esto. Colombia tiene más de trece millones de jóvenes. Estos números, su energía transformadora y el potencial que ofrece su interconexión en la era digital representan grandes oportunidades para avanzar en la construcción de un país más justo, democrático, pacífico e incluyente.