La raza es una sola, las ínfulas arias no tienen cabida en este platanal ni en ninguna parte del planeta desde hace varios siglos. Nuestros ancestrales conquistadores, nos legaron genes de hombres como Quesada, culto y erudito, pero también los de Pizarro, que criaba cerdos en su España natal, inescrupuloso, analfabeta violento e inculto hasta los tuétanos.
Y ellos se mezclaron con meretrices ignorantes e iletradas como ellos; traídas por ellos desde el segundo viaje del genovés descubridor; así que se reproducirían con ladrones, asesinos y criminales condenados a muerte. Esos fueron los que se aventuraron a la embarcación forzosa con tal de evitar el cadalso.
Que no tenían empacho alguno de violar a las aborígenes, especialmente a las de nueve y diez años, las que más apetecían. Mientras tanto Colón, criminal, permanecía impávido cuando aquellos sus subordinados violaban a las nativas. O cuando mataban indios a mansalva, sin motivo alguno.
Y cuando se emborrachaban apostaban sobre quién era capaz de cercenar de un solo tajo la mano o el brazo de aquellos infelices. En algunas ocasiones subía el premio si alguno era capaz de partir a un nativo en dos al primer sablazo del acero toledano.
Si alguno de estos miserables trataba de escapar del socavón de la mina en donde los encerraban diez y doce horas, también los mutilaban.
Es que adicionalmente al despojo tan salvaje, nuestros ancestros soportaron agresiones físicas, sexuales y culturales de sevicia inimaginable.
Fueron tres siglos de ataque miserable a nuestros aborígenes, que también se les aplicó fieramente a los negros traídos de modo forzoso e indigno a estas lejanías, arrumados unos sobre otros en barcos de esclavistas, a la intemperie, orinando y defecando unos sobre otros, para luego encadenarlos y azotarlos y venderlos o matarlos, cuando ya las fuerzas no les daban para trabajar como bestias de carga.
Francamente no me explico cómo los negros y los indios nos saludan y nos hablan a los mestizos en general. Y menos aún, como ciertos dirigentes se inclinan serviles y temerosos ante la presencia de algún reyezuelo de pacotilla que se aventura por estos lares.
La deuda de Europa con África y esta América Latina es incalculable y todo este recorderis sólo es para que nuestros aristócratas entiendan que después de 500 años de la esclavizante invasión hispana en América, el mestizaje es la genética inexorable que impera e imperará en todo el continente. Y en otras latitudes sucede exactamente lo mismo.
De manera que los intentos de defender privilegios con base en el color de la piel, o en alcurnia por los niveles de ingresos, no tienen cabida alguna, porque los genes de los adinerados y "aristócratas" no tienen nada diferente a los del pobre, del indigente. Somos idénticos al indígena, al negro, al imigrante o al gay que tanto desprecian e insisten en sojuzgar y mantener en la opresión perenne.
Y las fortunas adquiridas están bañadas en sangre en cualquier lugar del mundo. No existen los ricos con pasado intachable pues sus inmensas riquezas son gracias a los millones de pobres fueron abusados, explotados y dejados en la inopia por codiciosos sin compasión e inescrupulosos sin medida.
Y si quieren ejemplos, allí está el carnicero del Congo Leopoldo de Bélgica; los judíos adueñados de los diamantes ensangrentados de Sierra Leona, Suráfrica; los petrodólares de Rockefeller, los banqueros de JP Morgan, la Familia Rothshild, el sultán de Brunei, o los dictadores como Suharto, Ferdinando Marcos o cualquiera de los jeques dueños de Emiratos.
Si quieren saber de América Latina miren como se enriquecieron los Arana con el caucho después de asolar a los indígenas y asesinar a más de dos millones de nativos para enviar a sus patrones ingleses.
O miren a Somoza family en Nicaragua, a Trujillo en República Dominicana o a Rojas Pinilla en Colombia, o a cierto ex presidente que hoy tiene más de 100 mil hectáreas por todo el país, obtenidas a punta de desplazamiento y despojo forzosos. Son historias que no se pueden olvidar para que no se vuelvan a repetir.
Y por eso es que muchas de estas encopetadas familias de nuestro país odian a la JEP y a la comisión de la verdad, porque les recuerdan que muchos de ellos deberían reintegrar a las víctimas lo que les arrebataron a punta de sicariato y despojo a bala si las amenazas no surtían efecto para desalojarles de sus tierras.
La única suerte que tienen los perfumados, es que los miles de muertos que dejaron durante su accionar delictivo, por generaciones enteras, no hablan y tampoco resucitan para que pudieran hacerlo