Los insultos

Los insultos

''En este país hay gente experta en todo, pero sobretodo en insultar''

Por: Calixto Avila Tirado
enero 09, 2015
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Los insultos

Están por todos lados: en la calle mientras manejas, en el Congreso, en los foros de las noticias y en las páginas sociales. En fin, los insultos se han vuelto el as debajo de la manga de aquellos que no tiene argumentos o de aquellos que quieren a la fuerza hacerse oír, paradójicamente, en estos tiempos en los cuales existen muchas maneras de hacer llegar nuestra opinión a otras personas.
No sé si es tema de cultura o de impotencia ante el desarrollo de las noticias de corrupción que nos llegan a diario lo que hace que todos los días la atmósfera esté cargada de esa tensión que nos conlleva a pelearnos con el primero que nos contradiga, o que exprese su punto de vista con el que eventualmente no estamos de acuerdo. Estamos inmersos en esta sociedad que explota al menor resquemor y que pareciera no meditar antes de proferir palabras hirientes, y esto deriva en otras formas de violencia como la de irse a las manos o sacar armas para supuestamente arreglar algo que se puede subsanar verbalmente si tenemos un mínimo de tolerancia.

Algunos diarios digitales se han visto en la necesidad de cerrar la opción de comentar las noticias, porque ya algunos foristas (así les llaman) les basta con leer el encabezado para cargarse de ira y empezar a vomitar toda clase de improperios amparados impunemente por el alias, que en la mayoría de las veces no es ni siquiera su nombre verdadero. Al rato entra otro usuario, este no se toma el trabajo de leer el titular, lee el comentario y empieza a insultar al primero que escribió, con un lenguaje digno de los delincuentes de más baja calaña. Esa es la cultura de hoy en día; la de igualarnos al contrario. Si alguien me ofende, yo para sentirme mejor conmigo mismo, lo ofendo de igual manera o en grado sumo.

El insulto jamás merecerá elogio, pero si es exquisito, diplomático, es más atenuante. Esto no quiere decir que no cause en el otro una reacción, pero si no ofende, sino que confunde, no puede llegar más lejos. Todo es cuestión de tacto y del momento y en el contexto en el que se desarrolle la conversación. No hay que negar que somos humanos y que a veces nos dejamos llevar por las pasiones, pero si le ponemos freno a la lengua, o a los dedos, de pronto no hacemos algo de lo cual más tarde nos vamos a arrepentir. Dicen que hay cosas que no volverán jamás, que no tienen marcha atrás, como las oportunidades y las palabras pronunciadas, pero si después de ofender mostramos muestras serias de arrepentimiento y pedimos disculpas, el sentimiento de venganza o de odio que hemos generado con lo dicho se puede amainar.

En este país hay gente experta en todo, pero sobretodo en insultar. No más entre a las principales noticias para que empiece a leer los comentarios, en los cuales no se salva casi nadie; todos están llenos de odio y resentimiento. Recuerden que el internet es global y si bien no todos en el mundo tienen acceso a éste, los que entran desde varios puntos del planeta a leer lo que escribimos, van a percibir que somos una comunidad beligerante y poco tolerante con las opiniones o acciones de los demás.

En Colombia, en aras de la libertad de expresión todos tienen licencia para insultar, y no hay filtros para que no se publique el veneno que expelen algunos porque eso sería censurarlos. Yo no estoy de acuerdo con eso, porque creo que cada cosa debe tener su lugar y que cada individuo debe respetar a sus congéneres. Recuerden que mi libertad de expresión termina cuando yo lesiono con ella el los derechos de los demás. Eso de poder expresar lo que yo siento, aún si ofende a los otros es como tener una pistola con salvoconducto con la cual yo le pueda dispararle a quien quiera.

Y hablando de insultos, el más exquisito del que yo tenga memoria me lo contó un profesor en el bachillerato. Dicen que fue de un poeta en Cartagena, no sé si fue del tuerto López. El poeta estaba dolido porque una mujer que se acostaba con todo el mundo no le aceptaba una invitación. Un día la mujer le dijo que sí, que dieran un paseo. El poeta, con esa espina que le aguijoneaba por dentro, la invitó a dar un paseo en un coche de esos que son tan famosos en La Heroica. Cuando llegaron al lugar destino el poeta le dijo al cochero: “Cochero ¿A como computas el viaje?" La mujer se sintió aludida y le dijo al poeta “Como así ¿Usted me está diciendo puta?” El poeta le preguntó a la mujer “¿Qué me reputa la señora?” La mujer siguió protestando pero el poeta zanjó la discusión: “dejémonos de disputas”

Hay que ser tolerantes, las tensiones del diario vivir no pueden ser la excusa para seguir maltratándonos de palabras ya que existen muchas maneras de arreglar nuestras diferencias sin llegar a los extremos, esto es, a situaciones de violencia que terminan en la mayoría de ocasiones con saldos trágicos.

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