En este mundo la guerra terminó hace rato y ganaron los malos. La prueba está en su celular. Miren las noticias. El hombre más poderoso del mundo es Donald Trump, el mismo que goza afirmando que puede agarrar el sexo de cualquier mujer impunemente, el xenófobo, racista, evasor de impuestos admirado por cientos de millones de latinos que quieren ser como él. Miren las decenas de políticos colombianos acusados de masacres, manipulación de testigos, compra de votos, aliados de paramilitares, que nunca pierden ninguna elección. Claro que una mala persona puede triunfar en la vida. Lo difícil es lograrlo sin hacer trampa.
He visto en redes sociales a amigos muy queridos intentando encontrar consuelo a sus miserables vidas en las palabras de un sacerdote que afirma que las malas personas nunca llegan a ser buenos profesionales. ¡Las majaderías que uno tiene que escuchar! Primero, me parece una estupidez absoluta pretender ser un buen profesional. Solo un canalla se podría trazar eso como la gran meta de su vida. Entonces no aprendieron nada en el colegio. ¿Vieron quienes ocupaban los primeros puestos? Los ruines que nunca ayudaron al que no estudió con la copia de matemáticas, los sapos que acusaban a todo el mundo, que alzaban la mano juiciocitos y autómatas cuando les preguntaban cuál era la raíz cuadrada de la hipotenusa. Para ser un buen profesional en un país de hijos de puta como Colombia, hermanos míos, no hay que estudiar demasiado, hay que saber trepar, lamber, echar al agua al otro cuando toque. Si juegas limpio serás otro ladrillo más en la pared. Y creo que no hay nada más hermoso que la vida normal y sin afugias de una oveja en su rebaño.
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¿No les parece el acto de mayor crueldad despertar a sus hijos a las cuatro de la mañana para ir a un colegio a que le enseñen cosas como el núcleo de la mitocondria?
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Si, claro que al final terminarán pasándole la cuchilla por la garganta, la despellejarán, como a todos nos termina pasando, pero engordarás plácidamente en campos soleados, sin esforzarse en lo más mínimo. Es preferible un país de mediocres en paz, anestesiado, a un país con un gobierno que promueve con compulsión anfetamínica el emprendimiento propio. ¿No les parece el acto de mayor crueldad despertar a sus hijos a las cuatro de la mañana para ir a un colegio a que le enseñen cosas que nunca le van a servir en la vida como el núcleo de la mitocondria? No hay peor lobotomía que la de sembrar en la cabeza de un niño la idea de que vas a tener que ser alguien en la vida, triunfar, pero a la vez ser un buen ciudadano. Lo peor es que los papás que meten esas ideas no se miran para adentro, no son conscientes de su propio e inobjetable fracaso como ser humano.
Lo único que se les pide es que no sean hipócritas. Si de verdad van a formar profesionales exitosos al menos muéstrenle el camino real, el del atajo, el de tumbar al otro, el de lamer la bota adecuada. “Mira mi amor, estamos en un país en donde un puñado de familias acaparan el 90 % de la tierra y la riqueza, ellos, más que el trabajo honesto, necesitan juiciosos esclavos. Para ser el mejor esclavo debes sacar de competencia al resto, ahogarlos, como la abuela hacía con los gaticos cuando nacían muchos”. Aunque si yo fuera papá lo único que le enseñaría a un hijo sería a ser feliz y a no respetar al presidente de turno.
No se dejen confundir por las cándidas palabras de un sacerdote lleno de opio. Las buenas personas nunca serán buenos profesionales. Al menos nunca llegarán al éxito y menos si escogen el periodismo. Lo que hay que promulgar es la vagancia. Solo los vagos sin ambición, los que solo aspiran a los paraísos artificiales, podrán ser felices en esta tierra sin Dios.