La cancelación del show de Gillman en Rock al Parque por razones políticas es una situación que indigna a muchos de los rockeros colombianos. No debería indignar a nadie más. Si un chavista lo hace, es por circunstancias ajenas a su música. Si un antichavista se muestra satisfecho, también lo hace desde una posición externa al arte. Dicotomías simplistas, de amigo-enemigo, no tienen espacio en el Rock and Roll.
No se trata, como creen muchos, de que Rock al Parque sea un escenario apolítico que dé cabida a todas las propuestas estéticas dentro del rock. Eso es obvio, en el ser humano —de Aristóteles a Foucault, y antes y después— no hay nada apolítico. Lo esencial es hacer una diferencia, una separación, en el arte, entre el autor y su obra. Cosa que tienen clara los rockeros pero, parece que no, algunos chavistas y antichavistas.
En Colombia nos hemos acostumbrado al discurso del odio, de la creación de un enemigo porque ha sido sumamente práctico en la política. Todos caen, pero el rockero —sin ser un abstraído, sino por al contrario, por tener sus botas en la realidad— no se deja engañar de estos impostores.