Domingo en la noche. Bogotá. Un muchacho vestido con camiseta de un equipo esperando Transmilenio recibe una paliza y una puñalada de parte de otros muchachos vestidos con la camiseta de otro equipo. Se odian sin conocerse. Se matan por una ofensa que se dijo en un logotipo.
Todos asombrados, manos a la boca ¿cómo puede ser esto?. Al día siguiente, los medios con sus editoriales, entre indignadas por lo estúpido de esta muerte y satisfechas porque su audiencia de ese día y del siguiente será tan abundante como escaso su oficio investigativo, porque todo girará entorno del caso “del hincha del Nacional”. “¿Adónde ha llegado el país?” “País enfermo”, “¿hay que prohibir el fútbol?’” “¡¡qué hace la Policía?!”. Entrevistan a uniformados, futbolistas, hinchas -al alcalde no porque ese es guerrillero- a la madre de la víctima, llaman expertos y todos tratan de entender por qué nos pasa esto. ¿qué está sucediendo? ¿cómo se llama esta enfermedad y cuantos policías necesitamos para poder controlarla? Aumentar las penas, poner cámaras, agrandar las cárceles. ¡Alguien haga algo¡ (alguien, yo no). Lo que sea, menos limpiar la casa y ver de dónde viene el mugre.
Hace unos años en un documental del gordo Moore, Bowling for Columbine -acerca de la masacre “sin explicación” por parte de un par de chicos de escuela que con calma y bien provistos de armas y explosivos dispararon en su escuela para matar 13 personas y herir a 24, antes de suicidarse ellos mismos- este le preguntaba a un adulto, ejecutivo Lockheed Martin que tiene una fábrica en las inmediaciones del pueblo, por cuál podría ser la razón de ese acto tan violento y tan sin motivo aparente. “Yo creo que es la música rock, Marilyn Manson y su influencia”. Al fondo se ve un misil de crucero, fabricado entre otras muchas armas por Lockheed y Moore le pregunta ¿no cree que haya alguna relación entre esa violencia y estas armas que se fabrican aquí?. “No, no veo ninguna relación” dice extrañado. La mañana de la masacre el presidente de entonces, Bill Clinton (que por estos días se dedica a la filantropía) había ordenado bombardear Kosovo, siguiendo la tradición de que cada presidente norteamericano debe tener mínimo una guerrita en el mundo, pero claro, ¿qué podía tener que ver esta violencia -no, debo llamarla distinto, uhmm-, esta acción humanitaria con la violencia cruda y sin razón de ese par de cagones que al menos tuvieron la dignidad de suicidarse. Nada, obvio, porque son ellos, somos nosotros, todos impermeables y recubiertos de teflón. Nada nos moja, todo nos resbala, todo ocurre en un mundo ajeno, todo lo superamos, porque podemos ser y vivir, a la manera de el expresidente redentor nuestro, rodeados de la pobredumbre y seguir resplandeciendo, pulquérrimos, justos, equilibrados.
Podemos vivir en este país y en este mundo donde el Nobel de Paz enseña los dientes con pruebas falsas (que ya nadie cree, pero que igual nos da) a un país que casi nadie puede ubicar en el mapa, en donde nuestros campesinos, los que cultivan lo que comemos (la media pendejadita) están siendo llevados a la ruina en medio de palos, gases y disparos de los que se suponen que nos protegen, mientras la Defensoría del Pueblo mira para un lado, discreta y elegantemente y el Presidente ordena sacar a los soldados y a sus armas a la calle para controlar el paro que no existe. Podemos seguir sanos mentalmente en medio de titulares sicóticos que anuncian la paz en La Habana y braman la guerra en Colombia (que si la hace el Estado es heroica y si la hace la guerrilla es narcoterrorista -en mis tiempos le llamaban comunista-).
Que podemos ver el hambre y la desprotección en la calle, el robo en las esquinas y en cada entidad gubernamental, el desbalance entre mi sueldo y el de la señora que limpia mi casa, la discriminación por sexo, raza o ingreso, o la tele que glorifica la muerte, la codicia y la bobería y no nos pasa nada.
Que podemos criar nuestros hijos trabajando 12 horas al día, apretujados 2 en el transporte o en un atasco, que podemos ser debiendo cada cosa que compramos para poder ser alguien, engordando a punta de bebidas llenas de azúcar, o adelgazando a punta de las mismas bebidas llenas de productos de probadas cercanía al cáncer, que podemos seguir, impunes y sin afección, envenenando el agua, el aire, la tierra y el cerebro y , siempre y cuando nos bañemos cada día y le recemos a diosito, a su esposa virgen y a su hijo, nada nos pasará a nosotros. Al resto, ellos verán.
¿De veras no lo notan? ¿o es un mero acuerdo mental consigo mismo, para, a la manera de los obnubilados, “decretar que eso no existe más”? Tal vez sea más cómodo pasar en la vida intentando no tocarse de lo que sucede alrededor, en ese mundo lejano que parece ser la realidad: “Yo no monto en Transmileno /a esa hora/con camiseta de fútbol/... de modo que , terrible, pero conmigo no es la cosa”. Y se entiende. Cargar con todos los pesos del mundo es un imposible que provoca suicidios, o tal vez, como en el caso de los niños de Columbine, limpiezas de sacrificio. Pero, la verdad, aunque no quieras mirar, aunque quieras decir que no crees en la ley de gravedad, ella existe y te toca. Y te alcanza. En una esquina cuando te roben, en esa misma esquina, cuando en un descuido del ladrón tu quieras matarlo.
Carl Sagan, un amigo que nunca conocí personalmente, dijo alguna vez "Las viejas apelaciones a los chovinismos raciales, sexuales y religiosos y al fervor nacionalista ya no tienen fuerza, se esta desarrollando una nueva conciencia que ve la Tierra como un simple organismo y reconoce que un organismo en guerra consigo mismo esta condenado, somos un planeta". Pensar que lo que le ocurre a otro no me está ocurriendo a mi, es como si el hígado pensara que lo que le ocurra al estómago no es asunto suyo. Somos uno. Los animales, la Tierra, los humanos, tal vez el mismo universo. Y esto que hace un muchacho a otro, con o sin provocación, quitándole la vida y quitándosela él mismo a su vez, no son más que un reflejo de esta sociedad que hemos construido, que somos nosotros.
En Bogotá, acabando septiembre, con Camila parte del aire
Nelson Cárdenas
Fotógrafo