Ya no resultan inauditos los comentarios extravagantes, ridículos y excesivos del gobierno nacional, en ese país llamado Polombia, que solo existe en la cabeza del presidente y su séquito, donde los auxiliares de panadería ganan dos millones y medio de pesos, y una docena de huevos cuesta mil ochocientos. El país real es otro asunto, ya no sabemos si los funcionarios del estado simplemente quieren llamar la atención para ocultar su ineptitud y hacer propagar la ridiculez en el ámbito político, aplicando el principio de pan y circo para el pueblo. Pronto veremos a los ministros o al “rey” mandándonos a comer pasteles al mejor estilo de la monarquía francesa, quizá en ese momento la degradación social y una población empujada al límite comprenda que es deber defender sus derechos fundamentales.
Al gobierno no le importa hacer el ridículo, sabe que puede hacerlo de forma descarada y déspota, se ha ganado su sitio entre los privilegios de la élite, pero todo tiene un límite, el precio de la apatía ciudadana, el costo de ser gobernado por demagogos incapaces empieza a tornarse fatigoso para la mayoría. Para decir mentiras hay que tener memoria, y el gobierno actual no la tiene, para decirle la verdad al pueblo hay que tener huevos y tampoco los tiene.
El presidente y sus ministros olvidan que, así como no se puede sobrevivir en la absoluta precariedad, tampoco se puede gobernar sin ciudadanos. Entre más argucias se utilicen para disfrazar las verdades de la realidad social del país, más incómoda, tensa y conflictiva se tornará la relación con los subyugados.
Una profunda inmadurez caracteriza al actual gobierno, pendiente de los asuntos de países vecinos, y de shows televisivos, tensa la situación al promover políticas impopulares a través de un ministro impopular, quien, para ratificarlas, acude a la manipulación ridícula de las estadísticas en un evidente irrespeto a la inteligencia de los ciudadanos.
En política, las apariencias engañan y muchos dejaron pasar desapercibido lo que para otros resultaba evidente hace un par de años, que la confianza y credibilidad en el gobierno se despeñaría por su propia gestión, al elegir un gobernante sin experiencia, sacado del sombrero por el “mago” de la política nacional.
El retroceso en el desarrollo nacional se afianza con el discurso de estos últimos años, reiterativo y mentiroso, el cual hace uso de un lenguaje en el que todo vale para justificar la propia ineptitud y para desacreditar cualquier opción de cambio. La única salida es que, con el civismo que ha caracterizado a este país democrático, con el desparpajo y los huevos que corresponde, los ciudadanos salgan a votar por una propuesta diferente, una que esté en sintonía con sus intereses. No basta ya con la mera postura de votar por quien señale el dueño del circo, el mago de la política, hay que votar objetivamente pensando en el interés general.
Que el rey y sus bufones vayan a comprar docenas de huevos por mil ochocientos en un país llamado Polombia.