En las noches T-Virus acapara las miradas y se convierte en celebridad. Es alta, voluptuosa y de cabello dorado. Aunque el cuerpo es femenino, su rostro es frío y rígido. Algunos curiosos de Nashive, en el estado de Tennessee, en los Estados Unidos, se toman fotos, le piden autógrafos e intercambian ideas. Al regresar a su hogar, T-Virus se arranca su cara y se mira al espejo. El rostro de Ron, un hombre canoso de 56 años lo observa.
Ron estuvo casado 20 años. Harto de las discusiones, se divorció. Ahora que vive solo se disfraza de muñeca de latex. “Lo hago porque tengo control. Me encanta la atención que recibo cuando me visto de muñeca”, aseguró para un programa de televisión en el que reveló su identidad.
Como Ron, hay alrededor de 4 mil muñecas vivientes en: Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, algunos estados soviéticos y Japón. La compañía FemSkin, dirigidas por Barbara Ramos y sus cinco hijos, se encargan de crear los humanoides de silicona y latex. Cada muñeca pesa 12 libras, cuesta 850 dólares y tarda 4 horas en fabricarse. Ofrecen diseños personalizados; según el peso, la altura y la funcionalidad. La familia Ramos ha exportado 400 mil muñecas y es la encargada de patrocinar el Ruber Doll World Rendezvous, evento más importante del año para las muñecas de goma.
T-virus quiere ir a la convención de los Rubber Dollers en Minneapolis, Minnesota. De las siete máscaras que usa, en esta ocasión escogerá a Bella: rostro blanco, cabello rubio y ojos verdes. La máscara cubre la cabeza y se cierra en lazo como un corsé. El ritual para transformarse en muñeca tarda una hora. Primero, debe untarse talco en todo el cuerpo, luego se introduce dentro del disfraz de plástico. A continuación busca un traje llamativo que se ajuste a la talla de la muñeca. Por último se pone la máscara y se aplasta un peluquín.
En una mansión de arquitectura neoclásica en California vive Robert. En el interior decenas de trofeos de beisbol decoran un tocador. Algunas fotos familiares, documentos, esculturas hispanas, vestidos femeninos y pelucas adornan la instancia. 15 máscaras calvas contrastan en una mesita de noche. En el segundo piso, al frente del espejo que cubre el baño, Robert, un hombre de 70 años, acomoda las cosas de Sherry, su disfraz de muñeca. Vive solo y asegura que “luce espectacular” cuando se transforma. Lo hace porque no es capaz de ver el anciano que se refleja en el espejo. Robert señala que ha intentado salir con mujeres de 50 y 60 años de edad, pero el cuerpo de ellas no le convence. El hombre de la tercera edad termina sus maletas y se hospedará en uno de los hoteles recomendados por la organización.
En Minneapolis, Vanessa, uno de los organizadores de 51 años, en su cuarto se inyecta silicona en los pechos para mejorar su transformación. Sobre una alacena hay varios algodones, e instrumentos de sutura. A un costado de su cama una base cilíndrica sostiene dos sueros fisiológicos para vía intravenosa. Vanessa alardea del movimiento de sus pechos femeninos cuando sacude su piel flácida y desgastada. Será un fin de semana largo y pretende ser el centro de atención en el encuentro.
Joel, natural de Londres, Inglaterra, es un camarero británico de 28 años quién se convierte en Jessie. Para Mel, su novia, no es un problema, le acepta su pasatiempo. Joel no podrá ir al encuentro en Minnesota, no le alcanza el dinero. Sin embargo, asistirá via streaming y redes sociales donde los demás Rubber Dollers compartirán información en directo.
Jhon, otra muñeca que vive con su esposa y seis hermanas en una casa rodante, acompaña a Vanessa para la logística de Rubber Doll World Rendezvous. Alquiler de salones, preparativo de set, ajuste de luces y diseños; algunas cosas que deben estar listas.
En la noche en uno de los salones del hotel Hilton Bloomington, decenas de Rubber Dollers observan la exposición de Adam Ramos, enviado especial de la compañía FemSkin, expositor y coorganizador de la convención. Adam explica los avances que han tenido en los trajes y muestra el diseño novedoso que se hará en los senos de las muñecas, serán más flexibles y reales. Más tarde, luego de foros temáticos y compras de accesorios fetiches, se dirigen al bar. La música electrónica hace bailar a sus cuerpos sólidos y tensos, beben alcohol, juegan billar y comparten experiencias con algunos hombres y mujeres que no tienen disfraz. A media noche, en las afueras del bar hay discusiones entre un afroamericano y Adam. Al parecer el desconocido les lanzó agua a dos Rubber Dollers y Adam las quiso defender. Luego del altercado cada uno se dirige a los hoteles y hospedaje.
T-Virus entra a su habitación. Rápidamente se dirige al baño y se quita el vestido. Un fluido viscoso y blanco cae al suelo. Robert estremece el gelatinoso material y se acumula un charco blanco (la temperatura corporal se incrementa dentro del disfraz y el talco evita que se derrita el plástico). Despojado del traje, Ron se sienta al borde de la bañera y mira el espejo. Su rostro cansado está marcado por una fisura labial. El labio leporino ha sido motivo de múltiples desamores y rechazo por parte de la sociedad. Cuando se viste de T-Virus, nadie le presta atención a su labios, nadie le pregunta que “defecto tiene”. Mañana volverá a ser T-Virus.
@JuanCachastan