Tirar abajo a puro taladro y a toda carrera en par días el monumento de los Héroes en Bogotá dizque porque allí va a estar una estación del metro, es una patraña tan grande como proponer alzar Monserrate para instalar en ese lugar el monte Everest.
Un poco de proporción, por favor. Si en esta ciudad construir dos cuadras de ciclorruta, cambiar un tubo o pintar las líneas de demarcación en alguna calle implica varios años y gran fiesta de desfalcos y corbatas, lo del metro imaginado digitalmente en renders durante una decena de gobiernos demorará otra eternidad; tanta que algunos de los alcaldes, presidentes y presidiarios que lo han propuesto y dibujado no alcanzarán a lar vejez suficiente para dar un paseo en ese aparato que en nuestro medio viene a ser nada más que espejismo, una fata morgana.
Ronda en el horizonte que aquí lo que de forma maratónica se está pretendiendo disminuir con el arrasamiento de los Héroes es un símbolo, un espacio de trascendencia que gente joven por sí y en representación de mucha otra gente ocupó a fuerza para decir que sobrevive encendida con el hecho de que continúen aplastándola desde una fórmula de Estado corrupto y parásito; que no aguanta eso de que la engañen y le vendan caro el edén de un país inexistente, un país que nunca llega, la paz de papel, la justicia y el bienestar de catálogo para todos.
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Los gobernantes se acondicionaron ofreciendo cosméticos planes de agencia de viajes y eso le repugna a quienes tomaron como trinchera de protesta el monumento que ahora se derruye por orden de algún decreto local
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Qué más decir acerca de que aquí los gobernantes se acondicionaron ofreciendo cosméticos planes de agencia de viajes y eso, justamente eso le repugna a todos quienes tomaron como trinchera de protesta el monumento que ahora se derruye por orden de algún decreto local.
Al fin y al cabo en Colombia nunca los héroes han sido objetivo difícil para dar de baja con alguna ráfaga planificada desde el poder o la delincuencia, o desde ambos que no pocas veces se han movido en complicidad: Jorge Eliécer Gaitán, Carlos Pizarro, Guadalupe Salcedo, Luis Carlos Galán, José Antequera, Rodrigo Lara Bonilla, Carlos Mauro Hoyos, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, Jaime Garzón, Eduardo Umaña Mendoza, Héctor Abad Gómez, Alfredo Correa de Andréis; al igual que miles de personas con nombres e historias, abatidos por ejemplo durante el plan “Golpe de Gracia” de militares y paramilitares contra la Unión Patriótica no hace tanto tiempo como para olvidarlo.
Ocurre que esencialmente, igual que si se tratase de un golpe de gracia, la administración capitalina hunde a fondo el acelerador del taladro y la retroexcavadora contra este espacio simbólico de las protestas recientes, no solo con el estrambótico argumento de la construcción de la estación del metro (como si esto no pudiera esperar el cúmulo de años que tardará el metro en tener un riel), sino incluso divagando con la idea de que lo trasladará a otro lugar de la ciudad, un acción que en sí misma entraña otra simbología negativa representativa de que la administración casi pasaría a decir cómo, con qué reglas y en qué lugar se situaría el espacio para que la comunidad organizada y correcta se reúna cuando quiera reclamar; mejor dicho, algo inesperada e intensamente semejante al protestódromo que en estado de alucinación proponía instalar el actual ministro de Defensa.
Además de sindicarlos de vándalos y poner sobre ellos el cartel de se busca, a los indígenas en el Cauca y en Bogotá casi los fusilan por tumbar un par de estatuas de conquistadores españoles sin lugar a duda genocidas.
Los monumentos son para eso, para tumbarlos cuando cambia el relato de la sociedad, pero no parece esta la ocasión propicia para hacerlo en los Héroes.
La protesta que allí ha conseguido simbolizarse y que sigue latiendo está pendiente de respuestas sólidas desde todos los gobiernos. Derrumbar ahora el lugar como queriendo detener un mar con un aviso de PARE, es por consiguiente un desafío fuera de lugar.