Cuando escucho a quienes preguntan “¿por qué no se quedan esos indios allá en el Cauca?”, me vienen a la mente los guetos y el afán del ser humano de segregar, discriminar, juzgar, abusar y esclavizar a otros, sobresaliendo aquellos que con absoluta certeza se consideran de mejor familia, elegidos de Dios y merecedores de privilegio.
Cuentan que algunos vecinos de una iglesia de barrio de estrato alto en mi ciudad se mostraron muy molestos porque antiguos fieles del nuevo sacerdote asistían habitualmente a la celebración de las misas y “qué pereza la iglesia llena de pueblo”. El comentario, obviamente, produjo la reacción de indignación de aquellos que sí conocen e intentan emular las enseñanzas cristianas originales.
La diversidad en la ciudad es inmensa y de muchos orígenes: negritudes, o afrodescendientes como los llaman hoy; mestizos declarados y otros ocultos por un ADN discreto; inmigrantes del Líbano majitos y bienvenidos; agricultores japoneses; venezolanos maduros y otros no tanto; gringos platanizados; y los “blancos” hispanodescendientes que a menudo se disfrazan con camisas blancas para asegurarse de su tonalidad. Y alrededor de la urbe todo un cordón de estamentos de seres humanos de todas las razas viviendo en pobreza galopante pero sin caballo y sin camello.
El gueto es la parte de la ciudad donde viven los miembros de un grupo de minorías, como resultado de la presión social, legal o económica; y, a menudo, es la sección donde es evidente un mayor índice de pobreza.
Se inicia la historia en 1280 con la segregación de familias judías en un Marruecos de mayoría musulmana, los asentamientos pale ordenados por Iván el Terrible en Rusia, luego a comienzos del siglo XVII con el gueto de Venecia donde la comunidad judía de unas mil personas, en su mayoría mercaderes, vivió encerrada alrededor de 300 años en un barrio conocido por sus fundiciones de hierro y solo hasta 1797 con la llegada de Napoleón comandando las tropas francesas logran vivir en mayor libertad y cambian el nombre del gueto por el de Contrada dell’unione (distrito de la unión).
En esa zona se observaban las edificaciones de mayor altura pues por las limitaciones del área era más viable construir o ampliar de manera vertical con el resultante hacinamiento que hoy también se observa en los famosos tenements (edificios de vivienda múltiple) y en algunas edificaciones de vivienda de interés social.
Son incontables los posteriores guetos en la historia de la humanidad, sobresaliendo los de Praga, Polonia, Lituania y Rusia donde en algunos casos los judíos segregados eran población mayoritaria y que se podrían considerar precursores de los guetos implementados por la Alemania nazi en toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial y para cuya descripción y horror no alcanzarían estas páginas.
En Colombia no existen guetos, hay estratos del uno al seis y puntos cardinales, el norte o el sur en algunas ciudades, el norte, el sur, el oeste y el oriente en otras donde no están segregadas sus gentes por sus creencias religiosas pero si por razones de índole racial y económica y donde cualquier excepción a la regla, silenciosa y amañada, es irónicamente ignorada si hay bastante dinero de por medio.
Los blancos no quieren tener de vecinos a los negros, a los negros que se creen más claros les da pereza los más oscuros, en el penthouse vive un mafioso pero es blanco y así, como con los judíos, las comunidades se segregan en sus propios barrios y cualquier intento de compartir se logra solo en apariencia y brevemente, como de la duración de un show de salsa y solo si es “nuestro”, como la negrita de los tintos y los consejos de Nieves.