Los nazis tenían razón cuando crearon los campos de concentración con sus gigantes hornos crematorio para extirpar lo que ellos consideraban su cáncer social. Ese parece ser el pensamiento que tiene alguna proporción de los ciudadanos colombianos frente a el proceso de transformación que vive Colombia, en donde gran cantidad de excombatientes de la guerrilla de las Farc intentan ingresar a la vida civil.
Incluso hoy, con muestras visiblemente importantes de lo que será una reintegración y desaparición de por lo menos una parte del flagelador más antiguo de la historia colombiana, parece que a algunas élites y sus seguidores les parece menos importante un hecho trascendental para la historia.
Son poco más de 7.000 los guerrilleros que hoy están en las zonas veredales transitorias de normalización y 7.132 las armas que la ONU certificó haber recibido, con la posibilidad de que se entreguen más armas, municiones, dinero y quién sabe qué más, en las más de 900 caletas que las Farc mismas han reconocido. Esto debió ser una gran noticia para los país, pues es por lejos mucho mejor que el proceso de paz con los paras.
Este ha sido un proceso polarizado lleno de todo tipo de emociones, incertidumbres y sobre todo dividido, pues no es un secreto que las disidencias están dispuestas a seguir con su actuar delictivo, sobre todo en el campo del control a los cultivos ilícitos y en general al maldito mundo de las drogas.
Propio es el caso del Guaviare donde la disidencia del frente primero, hace poco más de 24 horas hizo estallar un artefacto explosivo que dejó como consecuencia tres heridos.
Pero a pesar de estas circunstancias que dificultan la implementación de los acuerdo, no se debe perder la fe, es este un momento histórico, en donde la mayoría del grupo al margen de la ley más antiguo de Colombia se ha dado la oportunidad de empezar una nueva vida.
Sin embargo y como empecé mi artículo, existe un grupo de personas en Colombia que por una u otra razón rechazan de fondo la posibilidad de que miembros de las Farc ingresen a la vida civil, como los nazis con los judíos. Quizás alguna vez escuchemos que no son personas y que sus actos los han hecho salvajes, pero estos salvajes están en busca de una oportunidad, como la que le dieron a los paramilitares y como la que tuvo el M-19.
Más allá del conflicto de intereses, de las leguleyadas y actos de corrupción en los cuales miembros de la consolidada élite y personalidades de altos cargos públicos colombianos se pueden ver implicados por cuenta de las versiones que se ventilen en la JEP, Colombia no debe caer en el juego de los que dicen ser buenos y los que dicen ser malos, pues muy seguramente han hecho suyo el "divide y vencerás" que tanto se ha repetido en la historia, sino vean el nuevo dúo pro elecciones 2018, Uribe - Pastrana, los nuevos "súper amigos" de la historia política colombiana que antes decían detestarse.
Los detractores del proceso de paz en su legítimo derecho de oposición, no pueden pretender desconocer la calidad de colombianos que también tienen todos aquellos que por una u otra causa hacen parte de las filas de las Farc, pues está calidad también debe a ellos enaltecerlos y llenarlos de todas las garantías y deberes como a cualquier ciudadano de a pie, como tú y como yo. Debemos apoyar su reintegración, pues para avanzar como sociedad lo debemos hacer los 50 millones de colombianos, pues ha sido exactamente el desoír de los gobiernos lo que ha dado lugar a los fenómenos de violencia se ha sufrido el país, si el estado abandona y lo ciudadanos ignoran, ¿cuál puede ser el futuro?
No podemos volver a la segunda guerra mundial y hacer de la discriminación, exclusión y rechazo los hornos crematorios de quienes escapan de intereses oscuros.