Cerca de Florencia, capital del Caquetá, se encuentra situado el municipio de La Montañita, de allí, a 30 minutos, está ubicado un Punto de Preagrupamiento Transitorio (PTT), donde, aproximadamente, hay unos 300 guerrilleros de las Farc. Unos hombres y mujeres, como cualquier colombiano que, por motivaciones de la infortunada realidad que aqueja al país hace más de 50 años, decidieron irse al monte y, desde allá, tratar de combatir la inequidad en la que nos sumió el bipartidismo criollo.
Una carretera destapada en estado regular, es la entrada que conduce hacia esta zona. En su umbral, a lado y lado, hacen guardia 8 militares, armados con fusiles y llevando en sus cascos unas cámaras Go Pro de alta tecnología, utilizadas para grabar a quien sale y entra de esta región. La seguridad es nula, salvo los mencionados, no hay retenes, ni requisas, ni se llenan listas engorrosas de los conciudadanos que pasan por aquel lugar. El ambiente, rodeado del verde paisajístico amazónico, armoniza el paso de los visitantes.
Llegamos, con un compañero periodista, de RecpSur (Red de Comunicadores Populares del Sur) y lo primero que vi fue muchedumbre dispersa. Al bajarme de la motocicleta oí carcajadas. Eran ellos: los hombres y mujeres sonrientes con espíritu alegre porque están viviendo la paz. Esos farianos que día a día muchos compatriotas tildan de terroristas, perversos y asesinos.
Unos veinte camaradas se aglomeraban en la zona de visitas, viendo y escuchando videos jocosos y escarbando de su ser natural la más dichosa de las expresiones humanas: la sonrisa. Son ellos: los que nos recibieron con un ¡bienvenidos, compañeros! Los que nos saludaron sonrientes y con una mano cálida. Sí, esos conciudadanos que son denigrados a cada momento solo porque quieren reincorporarse en la sociedad. Seres de carne y hueso dispuestos a luchar, sin armas, por una Colombia justa para todos.
En el mismo lugar se iba a llevar a cabo un encuentro cultural juvenil. Una camarada que vio nuestra peculiar visita, nos preguntó que si habíamos desayunado e, inmediatamente, nos invitó a pasar a la tienda de acogida, donde nos ofrecieron un tinto, de esos que comparten nuestros abuelos en sus mañanas y atardeceres. Nos sirvieron un caldo de verduras y un chocolate en leche, a la par, iniciaba el acto. Por cierto, era evidente: la comida fue hecha por manos de coterráneas, tenía muy buena sazón.
Mientras desayunaba, una pareja de ancianos llegaba de Milán, a dos horas del lugar, para visitar a su hijo, que lleva 15 años en las filas. Diez minutos después, llegó otra familia de cuatro integrantes a ver a su ser querido; se fundieron en un cálido y esperanzador abrazo. Me recordó la parábola del Hijo pródigo. Fue un momento sublime.
Posteriormente, se acerca un compañero fariano perteneciente al equipo de monitoreo tripartito (integrado por la ONU, el Gobierno y las Farc) y entablamos conversación. Me dice: “El Gobierno nos ha incumplido. De 100, por ahí ha cumplido con un 20 %”. Y sentencia: “Solo nos han dado 15 baños y un rollo de plástico”.
Hablamos de esta nueva etapa y la proyección en una sociedad tan conflictiva como la nuestra y el interlocutor me expresa: “Hay dos cosas que le hacen daño a la sociedad: los políticos, no la política –me aclara– y la religión, como negocio”, asevera.
En dicho terreno, también, habían llegado un grupo de universitarios a vivir por dos días esta experiencia que acoge a estos convecinos. Estaban, a la hora de la llegada, jugando Frisbee y entrelazando carcajadas. El único peligro que corrieron esos muchachos era que estaban participando de un momento histórico para nuestras gentes. ¡Se constataba, claramente, que departían felices! Era notable su regocijo.
En otra conversación que sostuve con un camarada diferente, este me dice: “Se han hecho solicitudes (al Gobierno), pues en el momento tenemos 4 madres gestantes y no han ayudado con nada”. Por fortuna –continúa–, la comunidad de Agua Bonita se solidarizó y nos ha donado cosas para las compañeras y sus bebés.
En mi insistente búsqueda de historias, un camarada más, me manifiesta: “¡A pesar de las dificultades, vamos a luchar por la paz!”. ¡Qué bienaventuradas estas palabras! Mi interlocutor, en ese momento, prosigue, diciendo: “Aquí ha llegado comida recortada (es decir: poca) y el arroz lo facturan –en ocasiones– por $ 15.000, pero bueno, prolonga: “le hacemos frente a las dificultades por lo que siempre soñamos: la paz”.
“Vamos compañeros, vamos compañeros unidos por la paz” se escuchaba al fondo, mientras uno de sus similares me narraba la situación campamentaria.
Según me relata un nuevo dialogante: “Aquí vienen un promedio de 100-150 personas a visitar a sus familiares, pues tienen derecho a una articulación con la población civil y a pertenecer a un Estado Social de Derecho”. Es clara su formación política. No renunciarían, además, a lo que tanto pidieron: ser vistos como integrantes de una sociedad y ser incluidos como ciudadanos normales.
Al son de la Cumbia del almanaque, una danza creada por ellos, y coreada por el cantautor Julián Conrado (el conocido ‘Cantante de las Farc), me recuerda una mujer fariana, a la vez que levanto mi brazo para sorber café. La gente, estudiantes, unos pocos periodistas y guerrilleros, se divertían al replicar del audio citado.
“La problemática que tiene Colombia, argumenta un militante, no son las armas, son las necesidades que tiene el pueblo”. “¡La gente por fin lo entendió!”, resalta. Siguiendo el hilo conductor de la charla, señala: “Es cierto que vivimos en zona de influencia cocalera, al comienzo nos nutrimos para el sustento, pero ya no tenemos nada que ver con cultivos ilícitos”.
Cerca donde estábamos, hay unas bancas de madera, un portátil y un tv de 22 pulgadas donde se proyectan videos. Hay, a un costado, una tienda donde se exhiben, para la venta, franelas estampadas, alusivas a la revolución, una muy llamativa, dice: “Por la paz y la reconciliación, ¡yo doy el primer paso!”.
Deambulan alrededor de 20 caninos, todos queridos por la tropa. Son consentidos. Un guerrillero juega con un pinscher mientras nos regocijamos entre el coloquio. Era amena la conversación. Fue tan efusiva que nos carcajeamos.
Un joven guerrillero me saluda y de una platicamos. Me cuenta: “Yo no soy víctima, porque yo perdono, un tío murió a manos de nosotros, de la guerrilla, pero yo perdoné”, reitera. Y, enseguida, me muestra un centro de salud que colocaron hace 12 días, pero que nunca ha estado en funcionamiento. El Gobierno, visiblemente, los tiene abandonados.
Mientras se almuerza, ponen vallenatos de fondo. Les gusta mucho este ritmo autóctono, me comenta un guerrillero encargado de la ranchería.
Es hora de partir. Nos fotografiamos. Nos reímos. Echamos chanzas sobre los políticos colombianos y, con una enseñanza marxista, se despide un camarada al cual tienen mucho respeto: “En una sociedad dividida en clases, el capitalista necesita dos cosas para gobernar: el soldado para que reprima y el cura para que consuele”.
Tomamos rumbo con mi compañero y ellos, al tiempo que íbamos en la moto, agitan sus manos, elevando sonrisas fraternas.
Ellos, lectores, merecen una oportunidad, ¡no se las neguemos!
@Camuntor