Para nadie es un secreto que ciertas personas sin pedirnos permiso nos han notificado: - Te acabo de incluir en el grupo X o Y de WhatsApp -, así, sin mediar un permiso previo o un consentimiento inicial, es decir nos tocó pertenecer porque sí, comenzando a “lidiar” con el instinto, necesidad, prejuicios, imaginarios, ideologías, capital cultural, creatividad, religiosidad, caprichos, carácter, vanidad, narcisismo, indiferencia, impulsividad, inmadurez, euforia, libido y hasta complejos de los participantes, ¡estar en un grupo de WhatsApp es cosa sería!, pues no se trata de agregar o ser agregado y ya, aún más, la situación se hace más compleja cuándo el tema político, corrupción, violencia y narco democracia es una variable presente en los últimos años de la historia de nuestro país y por ende en los grupos creados.
Para los que nos gusta la privacidad o la tranquilidad evitando caer en ese hiperbombardeo de información de los tiempos modernos, pues más que un privilegio es un asunto de incomodidad, sin embargo, cada vez que se funda un grupo a través de esta plataforma digital, cada quién lo hace tal vez con la mejor intención de comunicar, informar, prevenir, invitar, legislar, decretar, aconsejar, compartir, delegar, consensuar, construir o fortalecer lazos de fraternidad.
“Comprendiendo” la intención del fundador del grupo, no niego que algunos de ellos terminan violentando la intimidad del usuario agregado, sí este previamente no le solicitó el respectivo permiso para unirlo y ojalá este fuera solicitado preferiblemente en privado, evitando ejercer una presión de grupo cuándo deja en el aire delante de todos los “futuros compañeros de plataforma digital”, el incómodo interrogante, ¿te puedo agregar en el grupo?
La naturaleza de los mismos en sus orígenes puede variar, unos son laborales, investigativos, mutuales, familiares, universitarios, escolares, religiosos, académicos, comunitarios, de reencuentros, amistad o profesionales entre otros, dónde se supone que la información a compartir debe girar en torno a los propósitos para los que fueron creados, pero es aquí donde aparecen los conflictos entre sus participantes porque cada quién quiere plasmar su sello personal en el grupo fundado, publicando lo que esa persona piensa que va a ser gracioso, indispensable o profundamente interesante para el otro, arriesgándose a que realmente sea gracioso, indispensable o interesante, o por el contrario ridículo, aburrido, innecesario y hasta inútil, a veces incluso sin importar la hora de dicha publicación, pues muchos de nosotros hemos percibido como en algunos de los grupos a los que pertenecemos, encontramos miembros que publican en horas ni laborales, ni familiares, ni sociales, sino a deshoras dónde el desvelo de quién publica a altas horas de la noche o madrugada, sólo evidencia su falta de sentido común y sobre todo respeto por los otros miembros, entonces dicha creación se puede convertir en un macabro experimento democrático, psicológico y filosófico, dónde se evidencian las maneras como cada quién percibe el mundo, a diferencia del muro de Facebook dónde cada uno de sus “dueños” publica libremente lo que desea y a la hora que quiera, a su vez el cibernauta es libre de leer o ignorar lo que se publica.
Entonces una vez se crea un grupo que aparentemente es prometedor y enriquecedor, se comienzan a evidenciar los perfiles psicológicos de cada quién, rasgos marcados de su personalidad, posturas existenciales, subjetividades, empatía, carácter, nivel de tolerancia, habilidades semánticas, lingüísticas, morfológicas, gramaticales, complejos y hasta egocentrismo, pues no falta el que espera que todos reconozcan sus publicaciones con un emoticón o comentario, pero jamás reconoce las publicaciones de los demás.
Nos encontramos en estos grupos con todo un arsenal de gustos y pareceres como en un restaurante o mejor, como en la ciudad, pues algunos deciden transitar por debajo del puente peatonal arriesgando su vida, andar como bici usuario sin las medidas preventivas fuera de la ciclo ruta, o tal vez decidiendo al girar, no poner las direccionales de su auto, así mismo encontramos imprudencias de imprudencias dentro de los diferentes grupos de WhatsApp, por ejemplo el de publicar sin importar la hora de la noche o madrugada, el día no laborable de la semana, reenviar impulsivamente sin filtro alguno anuncios de terremotos programados, obsequio automático de tabletas, celulares o links que son producto de los ciberdelincuentes.
Caemos por lo tanto en una balanza moral, para determinar realmente que es valioso, interesante, necesario, urgente, enriquecedor, banal, obsceno e inmoral, entonces aparecen los espectadores virtuales a quiénes sólo les interesan publicaciones relacionadas con fútbol o religión, política, pornografía, arte, amor, seguridad, automóviles, culinaria, música, consignación de la nómina de la empresa en la cual laboran, adquisición de bienes, viajes, etc., y es aquí donde cada quién responde a la publicación si se ha sentido identificado con ella, entonces si a usted le fascina el rap expresará su gusto por dicha publicación y el que lo “aborrece” tal vez expresará su desazón con la misma, dando inicio a un presunto conflicto de intereses que si no se saben sobrellevar, con el tiempo provocarán realmente disfunciones sociales entre los participantes y más cuándo las publicaciones se repiten sin tener la delicadeza de revisar mensajes que recientemente habían sido publicados, generando malestar y hasta “repugnancia” en los miembros del grupo, tal como sucede en la álgida coyuntura política de nuestro país, situación que debe conllevar a la reflexión filosófica de los participantes, determinando que se debe publicar en cada grupo, previo estudio de perfil de sus participantes; se trata de mantener algo así como un termómetro social que nos invite a ver más allá de nuestras necesidades así sean válidas, las de los demás, incluyendo las realidades de cada quién, intentando claro está siempre invitar a la reflexión, desarrollo del pensamiento crítico, creatividad, respeto y promoción de valores democráticos.
Cuándo en un grupo de WhatsApp no se tiene sentido común, seguramente se armarán automáticamente discordias y creo que a todos nos ha pasado la incomodidad de pertenecer a ciertos grupos que más que aportarnos a nuestra vida personal, espiritual y profesional, nos llenan hasta el límite, la memoria interna y externa de nuestro móvil, tal vez con algunos mensajes que sí valen la pena y otros obsesivamente repetitivos que no, ¿les ha pasado? De igual manera podemos encontrar en estos grupos colectivos, personajes quiénes desconociendo que existe una gran diferencia entre conversaciones privadas y colectivas de interés general, deciden en pleno grupo emprender una comunicación privada de pregunta – respuesta, ¡yo te digo – tu qué opinas y viceversa! propiciando que los integrantes del grupo se inunden de conversaciones no abiertas y mensajes en espera, que al abrirlas terminan siendo de poca importancia, de desilusión total o de interés netamente privado que hace se le pierda interés al grupo de WhatsApp al que se pertenece, por decisión voluntaria o porque de manera dictatorial alguien nos agregó gústenos o no y punto.
En fin, estar en un grupo de WhatsApp no es un ejercicio banal, no es un acto de agregar y/o desagregar, pareciera una moda como tal más que una necesidad, tanto que cada uno de nosotros está inmerso en muchos a su vez, los cuales a veces se activan simultáneamente generando mensajes por doquier superando cantidades desorbitantes y desproporcionadas, propiciando a veces más que redes de fraternidad, sentimientos de animadversión y hasta estrés, pues allí se teje todo un entramado democrático, político, filosófico y psicológico.
Un grupo de WhatsApp es una pequeña radiografía de lo que es nuestro país, desde allí se pueden gestar grandes hazañas, proyectos, redes de solidaridad, activismo, movimientos defensores de minorías, derechos humanos, animales y ambientales, nacimiento de relaciones profundamente afectivas, desarrollo del pensamiento crítico, fomento de la creatividad, espacios de aprendizaje y retroalimentación, o por el contrario se pueden gestar disputas eternas y enemigos viscerales; hay que tener cuidado cuándo perteneces a un grupo de WhatsApp o cuándo vas a armar uno de ellos, porque en su interior las reglas de convivencia, ética mínima, pactos, acuerdos, táctica, estrategia, consensos, mecanismos de solución de conflictos, horarios de publicación, líderes, mediadores y el sentido común si deben existir, en un grupo de estos te puedes exponer a caer en una trampa mortal o en una mina de oro. Cuéntame, y tú ¿te encuentras orgulloso o arrepentido de pertenecer actualmente, a algún grupo de WhatsApp en especial?