Uno de los grandes restos de los sistemas educativos en este siglo XXI, más ahora luego de esta lección que nos deja el COVID 19, es sin duda ajustar las ideas a las creencias estimulando las emociones, como bien lo están planteando pensadoras, académicas e investigadoras de fenómenos sociales. Y Colombia sí que requiere de ello para transitar hacia la modernidad y el desarrollo.
Ello en concordancia con el pensamiento aristotélico frente a que la máxima búsqueda del ser humano es el bien (individual y colectivo), y para conseguirlo tienen gran relevancia las organizaciones políticas, sus instituciones y la educación.
Tener la claridad, entender, conceptualizar, pero sobre todo interiorizar esa concepción del bien; y permitir a las personas desarrollar sus capacidades para conseguirlo y no alcanzarlo solamente a través de la contemplación y del uso exclusivo de la razón y la renuncia a toda condición sensible o incluso mundana, como proponía la escuela estigia. Para transitar hacia el bien es indispensable cultivar el hábito, la práctica y la tener la educación debida.
Claro, sin perder nunca de vista que se debe dar la importancia necesaria a las condiciones materiales, institucionales, educativas, sociales en las que se desenvuelven las personas en sus determinadas culturas, que permitan a ese sistema educativo entender y promover –luego de establecer- cuáles son los bienes básicos que permiten el desarrollo y bienestar humano.
Estas son ideas que vienen exponiendo desde hace varios años las filósofas Martha Nussbaum y Adela Cortina (estadounidense y española) que en muchos aspectos coinciden en que a la educación formal y su sistema, como hoy la concebimos, le ha faltado darle mayor importancia a las emociones y las creencias para el logro de un razonamiento ético.
Nussbaum hace una especie de propuesta universal de derechos básicos humanos. Buscar una vida buena ligada a las capacidades humanas. Pero garantizando a todos los ciudadanos un nivel superior al mínimo, tener capacidades como: Mortalidad, corporalidad, placer y dolor, cognición, emociones (eje central), razón práctica, sociabilidad, relación con otras especies y la naturaleza, humor, el juego e individualidad.
También, especial hincapié en las emociones. No como simples impulsos si no como fundamentales para profundizar el sistema de razonamiento ético. No son las emociones elementales estímulos sin relación con la parte cognitiva del ser, sino que en sí mismas contienen juicios verdaderos o falsos sobre personas, cosas y acciones e impulsan elecciones morales o en palabra de Adela Cortina, protomorales.
Es así que por ser las emociones activadoras de las decisiones, de las acciones, son una suerte de fuertes impulsores que se toman la personalidad y propulsan los hechos humanos. Coindice Nussbaum en este planteamiento con Adela Cortina, al afirmar que la vida no solo se hace de hechos si no de “hechos valorados”. Que deben llevarse a las creencias que son las que mueven realmente a una sociedad y a las personas, quienes actúan motivadas por sus creencias básicas.
Por tanto, el gran reto de la educación y los sistemas educativos modernos es no seguir articulando solo desde las ideas, desde las teorías, porque se han logrado enormes acuerdos sobre las ideas; pero hay un enorme hueco entre esas ideas y las creencias. “Las ideas las sabemos desde la memoria, las creencias son de las que vive la sociedad, las que funcionan en la vida cotidiana e inspiran en la toma de decisiones diarias. Nuestras ideas son mucho mejores que nuestras creencias, nuestro gran reto es hacerlas creíbles” (Cortina, 2010).
Por tanto, el reto de la educación en el siglo XXI, desde una postura del pensamiento crítico, es ajustar las creencias a las ideas a través de las emociones.