Desperté de repente, ¿insomnio?
Vi proyectada la imagen de una cancha de fútbol verde plástico. El verde plástico es un verde chillón y agresivo que en poco tiempo se vuelve opaco y mantecoso. La cancha flotaba en el aire, a lo mejor soñaba. Desperté en realidad cuando supe que se trataba de la cancha que el alcalde construye en medio del parque del Japón.
Había leído la noticia, visto imágenes por internet y no podía creer: se atrevieron a talar también los árboles del parque más “rancio”, en el sentido de abolengo, al norte de Bogotá.
El parque del Japón, desde que tuve uso de razón, se me aparecía cuando el bus del colegio bajaba por la calle 87 y daba vuelta al sur por la carrera 11: majestuoso, mágico, de un verde profundo. En ese entonces no sabía cómo se llamaba. Me enteré más tarde escuchando a compañeros que se daban cita: “a las cinco en el parque del Japón”, para darse puños y terminar con alguna pelea...
Crecí y cada vez que pude anduve por sus senderos admiré la altura de sus árboles, me detuve a meditar. Saboreaba en carne propia el privilegio de aquellos que en ese tiempo todavía no se llamaban "de estrato seis" y cuyas mansiones daban al parque. Yo tenía conciencia de clase y los parques del barrio donde me tocó vivir nunca fueron majestuosos.
Con el tiempo Bogotá y mi país cambiaron. El narcotráfico cambió el panorama socio-económico: el dinero fácil y la corrupción fueron adoptados sin complejos. La violencia endémica, útil para gobernar desde el miedo, ha sido tácitamente aceptada por la mayoría de la población al reconocerse en el uribismo.
Pero con el tiempo también surgió una alternativa inteligente y humana: la imperiosa necesidad de democracia, de educación, de ecología, de transparencia ética y obviamente, la imperiosa necesidad de instaurar la paz.
Las últimas elecciones a pesar del resultado abrieron una ventana de esperanza: por fin la oposición tendría voz y voto. La consulta anticorrupción fue un éxito.
El despertar ha sido duro. La cancha de fútbol en medio del parque del Japón es para mí la metáfora de la tragedia anunciada ya por los resultados electorales.
Nos metieron un gol el día de la posesión de Duque, otro con el nombramiento de Ordóñez, otro con Carrasquilla, otro al no reconocer los ocho millones de votos de Petro ni los once millones contra la corrupción y el más temible con el fiscal. No me quedan palabras para llorar a los falsos positivos ni las muertes de los líderes sociales.