Convendrán ustedes en que es una delicia cambiar de tema; y, por supuesto, con los que suman y multiplican y, no con los que dividen y restan; es el buen uso social de las operaciones matemáticas básicas.
Así se supera el debate electoral que estuvo a punto de acabar con todo y, con todos. Ahora, ver a una sociedad unida en deseos de propios y ajenos, de comentarios queridos, de buscar la forma de ver a un equipo que, como un solo ser se conduce por el buen propósito. Miren ustedes: el deporte ha hecho, lo que la política ha deshecho. Por lo menos en los últimos días. Qué bueno ver, sentir y, sobremanera, compartir los triunfos de los escarabajos en Europa; hace que Colombia, no solo tenga presencia internacional, que con ello sería suficiente, sino que concita a una sociedad con faros de triunfo. Qué más pedir. Gozarla.
El deporte, se dirá y, se ha encontrado, no solo en un devenir de contendientes, sino de expertos en la dialéctica de la competencia. ¡Expertos en la competencia!; la competencia constituye el mecanismo de comunicación que se encuentra en las reglas y, la altura de seguirlas, mantenerlas, hasta llegar al final, con un triunfo o una derrota. Consiste pues, en el reemplazo de la barbarie por las formas civilizadas de vislumbrar un fin —hasta alcanzarlo—que, antes de deambular con la muerte, se acoge con la victoria que se ha de asir. Es pues la civilidad en la retina de la degustación de la paz.
Someterse a las reglas es, sin duda, la regla, no otra así suene a pleonasmo, redundancia, es ver con los propios ojos las formas para lograr los resultados puestos a disposición de la sociedad, sea esta organizada como Estado, como conjunto humano en propósito de producción (los gremios), como elemento de relación social de esparcimiento (los clubes), en fin, las reglas lo son, en todo conglomerado humano, formal —Estado— o informal, en los colegios, juntas de acción comunal o, conventos. Las reglas y los fines. Dentro de ellas —ya se insinuó—, las jurídicas, que se estiman para la resolución de los conflictos.
Los goles son pues, al paso de guardar las formas del buen ejercicio, el fin preciado en ese deporte; los golazos que tanto nos han divertido y sacado de la polarización a que la acción política nos arrojó.
Aspiramos a esos goles en la actividad gubernamental que, constituyen el logro de los fines del Estado mismo. Goles esperados y, en veces, truncados por la corrupción, el narcotráfico y, los vicios de la cosa pública implementada como si fuera del administrador de una finca, un encomendero, que bien lejos se encuentra del dispensador del bien común.
En suma, los goles, los goles que unen, se han de reproducir con gallardía en cada actividad, en la resolución de los conflictos, en la paz; miren ustedes el caso de Sudáfrica, superó la división, la exclusión, los atentados todos, en suma, el caos social, por lo que une, por el propósito único de trascender el pasado y, el deporte en mucho colaboró.
La invitación es ahora a saber ganar o perder; pero sobre todo, saber que el deporte es, insisto, para sumar y multiplicar. Alto a la reacción violenta, antípoda del deporte.
Por supuesto que también hubo y hay goles que matan, como la pobreza, la desigualdad, la corrupción, el narcotráfico, los abusos de poder, las violaciones de derechos humanos y, sí señores, el golazo que dejó la acción de las denominadas autodefensas, la guerrilla y, la perpetuación en el poder de ellas que, bien se puede asimilar al golazo del articulito que tanto, tanto daño he hecho y cuánta polarización ha producido. No más goles de estos.
Escribo aún sin conocer el resultado Colombia- Japón, pero deseamos grandes jugadas y goles de victoria; como deseamos goles de acción estatal y, rechacemos, los golazos que desinstitucionalizan, dividen e imponen el miedo. Así, es una historia que vale la pena resaltar.