Quizás el título esta vez pudo ser “Los Miserables” para recordar a Víctor Hugo y con ello, rendirle tributo a su intelectualidad, compromiso político y oficio de escritor del siglo XIX que pasó a la inmortalidad y hoy convive con nosotros que somos sus vástagos abyectos.
Pero no. Esta vez sólo lo usamos como pretexto introductorio. Como leitmotiv que nos incita a invocar y evocar las razones por las cuales todos y todas estamos en la militancia del único ejército que no necesita armas para imponer su poder en una democracia deforme como la nuestra.
Parece una tontería de mayor cuño, invocar al pueblo raso para provocar los cambios y movilizar a la sociedad; a lo mejor, es una tarea de burgueses y pequeños burgueses, o a lo menos, uno que otro campesino en liga colectiva se rebela y queda de referencia en los libracos de la historia patria.
Hay momentos cruciales en la historia de los pueblos, que sin darse cuenta, son conducidos al paraíso o al infierno (categorías dantescas no totalmente seculares) por guías lúcidos y heroicos o por un Caronte que no exige óbolo alguno para pasarlo al otro lado.
Los tiempos que arrecian no lo hacen con sana disposición. Son pruebas dolorosas de nuestra madurez como sociedad y lo peor —o lo mejor— que somos conscientes que ninguno de los dos innombrables que se ufanan de tener el derecho a pasarnos al paraíso o al infierno, se merecen nuestra aprobación inexorable para ungirlos en “santa o zorruna” bendición popular.
Quedarnos quietos y dejar que todo pase puede ser una opción. Una especie de “Elogio de la Lucidez” del tamaño de Colombia y que el domingo 15 de junio llueva a cántaros en todo el país y que la democracia flote a la deriva en sus propias aguas turbulentas. Sin embargo, las Casandra del régimen ya se pronunciaron: esta vez dar en el blanco es errar.
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo votar bien? ¿Vale la pena apostar por una democracia fétida y pustulante?
Votamos más mal que bien porque esa es la condición indispensable para seguir siendo una legión deforme y apática. Temerosos de tomar el poder por nuestras sencillas manos de asalariado, campesino, ama de casa, chofer, mecánico, ejecutivo, yuppie, maestro y empleada del servicio. Y no se trata de hacer la revolución prometida en los cursillos de marxismo de nuestra juventud. Tampoco de abrazar cruces esvásticas pronazis para parecer de derecha extrema.
Sencillo. Ejercer su derecho a tener derechos.
Si tan mal olor tiene nuestra democracia —y no por los muertos sobre los cuales cabalgamos— y tan llena de pus está, se debe a los propios descuidos de sus guardianes y al desinterés de una infantería de ciudadanos adormecidos en sus pequeñas cosas individuales, propias y egoístas como lo enseña la propiedad privada en las clases y academias del sistema. “El me importa un culismo” en su máxima expresión de ciudadanía impostora: “cuando vengan por mí… tendré tiempo de trinar en Twitter o escribir en el muro de Facebook mi despedida.”
Complejo. El tapabocas no es suficiente para soportar los olores del cadáver de la democracia.
Somos un país de derecha que cultiva poco los derechos. Lástima que aunque se disfracen de Centro y se ufanen de democráticos o mejor, posen de liberales y de avanzada política; la misma derecha disfrazada de lobo y de caperucita que en orgía de fábula cumple con su cometido literario. No basta con ser miope y pensar que en estos tiempos ya no valen las posturas de un lado y de la otra orilla, mayor falacia no puede ser: asumir una posición política es el primer paso para ejercer el derecho. Lo otro son distracciones bien intencionadas desde el cloroformo de siempre.
Verdad de Perogrullo: Somos un país medio mafioso en pensamiento, palabra y obra. Adoramos a los criminales y permitimos que ellos nos gobiernen a lo Cosa Nostra.
No nos digamos mentiras: la derecha es la opción que este país político nos impone. Cualquier otra orilla no es más que una isla flotante en medio de un río turbulento.
Un profeta de cantos hermosos que se puso Bob Dylan nos cantó así, a apropósito: “… la ruleta todavía está girando y no ha nombrado quién es el elegido porque el perdedor ahora será el ganador más tarde porque los tiempos están cambiando.”
Coda: Por ahora los tiempos no van a cambiar, mejor refugiémonos entonces en el Salmo I del amado Ernesto Cardenal que parece escrito para nosotros: Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido ni/ asiste a sus mítines/ ni se sienta a la mesa con los gánsteres/ ni con los Generales en el Consejo de Guerra/ Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano/ ni delata a su compañero de colegio/ Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales/ ni escucha sus radios/ ni cree en sus slogans/ Será como un árbol plantado junto a una fuente.