'Y llegaron los gaiteros': la mejor crónica del carnaval de Barranquilla

'Y llegaron los gaiteros': la mejor crónica del carnaval de Barranquilla

Se llevó el reconocimiento 'Ernesto McCausland Sojo’ en la categoría Internet.

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mayo 15, 2014
'Y llegaron los gaiteros': la mejor crónica del carnaval de Barranquilla

“…Y llegaron los gaiteros”’, escrita por el periodista Alfonso Hamburger Fernández, y publicado en Las2orillas.co como Nota Ciudadana el 10 de marzo, ganó el Premio a la Mejor Crónica de Carnaval ‘Ernesto McCausland Sojo’ en la categoría Internet . En el 2013, también ganó este mismo premio en la categoría radio. Es director del programa Vox Populi de Telecaribe, director de Unisucre FM Estéreo.

El jurado en su acta anota que escogieron este trabajo por la sencillez literaria de la narración periodística, el uso adecuado de planos o escenarios simultáneos en la crónica, que después se encuentran para el remate final, y por recordar la historia del Carnaval y la forma de salvaguardarla desde lo rural hacia lo urbano, que es su esencia.

Alfonso Hamburger Fernández recibiendo su reconocimiento. - 'Y llegaron los gaiteros': la mejor crónica del carnaval de Barranquilla

Alfonso Hamburger Fernández recibiendo su reconocimiento.

Esta es la crónica completa:

UNO.

Mientras en Barranquilla la brisa  veranera golpea el edificio inteligente de Telecaribe, azotándolo de tal manera que el sonido simula un aguacero en un platanal, como anunciando el carnaval que se avecina y el set del programa Feliz Día se llena de reinas y artesanos de Santo Tomás con sus máscaras ingeniosas,  en las laderas del Cerro de Maco en jurisdicción de San  Jacinto, a 200 kilómetros de la capital del atlántico, un hombre trata de arrancar una mata de yuca, dejando escapar una nota de gaitas en su silbido veterano. Sus manos están encallecidas y sus calzados son abarcas tres puntadas. Lleva mochila terciada y sombrero Zenú.

A esa hora, en Sabanalarga, Atlántico, a 40 minutos en carro, Fredy Acosta Ariza, cantante de música de acordeón sin mercado, tramita recursos  para armar una caseta alternativa y como si estuviera conectado por hilos invisibles, piensa en Los Gaiteros de San Jacinto y en Los Corraleros de Majagual, grupos que hacen bailar hasta las piedras. Ambos han ganado  Congos de Oro en el pasado, pero en los últimos años divagan por las orillas, arrinconados por la ola vallenata y los grupos extranjeros. También andan acosados por la vejez. Los gaiteros fueron fundados por Toño Fernández, en 1950 y Los corraleros en 1960. La mayoría son músicos que lograron la fama cuando ya habían pasado  los 50 años.

Los tres escenarios son distintos y diversos, pero mágicamente se mezclan para ir armando lo que será el disfrute del carnaval que promocionan Las reinas  y los artesanos tomasinos en Telecaribe, estrenando sede, con sus máscaras y manualidades.

En Barranquilla, antes de entrar al set de Feliz Díaz, con un  rigor de hormiga arriera que se retoca y reacomoda su copete mirándose sus entrelazados ojos en un espejo de bordes dorados,  la candidata del barrio Las Delicias, anuncia el rescate de las verbenas, porque son espacios que se han ido acabando. Y en el cerro de Maco, Pascual Castro Fernández, cantante y manager de Los Gaiteros de San Jacinto- machete en mano-  sacude los vástagos, corta los tubérculos y los va depositando en un  costal. De una manotada se limpia la cara lisa y grasosa. Las gotas de sudor golpean la tierra apesadumbrada. Levanta la vista y mira un sol de verano, lejano, anunciador de destinos inciertos. Sus ojos son de angustia. Debe regresar al pueblo- tabaco y medio más abajo-  para poner en venta el producto.   Los contratos musicales cada vez son más esquivos.  Hace año y medio grabó un CD, que todavía reposa en el estudio. No ha tenido para sacarlo al mercado.  Calcula, ahora que vuelve a poner sus manos en los vástagos, que tendrá que arrancar varios quintales del tubérculo y llevarlos al mercado para liberar el  CD y promocionarlo en el carnaval por su cuenta y riesgo.

En  Sabanalarga, Fredy Acosta Ariza hace contactos para el permiso de la caseta que planea en el sector de la 22, con 40 años de tradición.  Los trámites para este tipo de eventos no son fáciles. Le caen al empresario por lo menos siete plagas en forma  de impuesto.  La competencia es fuerte y los grandes conciertos son monopolios casi impenetrables. Piensa en que tiene poco presupuesto. Sustrae su celular de un maletín de ejecutivo usado en exceso y se conecta con Sincelejo, donde una gama de músicos internacionales sin mercado matan su desesperanza sentados en la oficina más grande de la ciudad, en espera de una moña: El parque Santander. Walter Castro, Nacho Paredes,  Pipe y Jorge  Guarín y Roberto Díaz, quienes han conformado grupos de  talla  mundial como Los Corraleros de Majagual, Lisandro Meza o Juan Piña, festejan, cuando Pedro Gómez, conocido guacharaquero, recibe la llamada. Hacía rato que su celular no sonaba, apagado, huyéndole a las deudas.  Gómez, más conocido como el Flu Flu, lleva 30 años tocando la guacharaca, actividad que combina vendiendo electrodomésticos. Es un “free lance” que  toca con quien lo busque. Llevaba días sin tocar, pero acababa de aparecérsele la virgen. Fredy Acosta Ariza, quien fuera en algún tiempo un gran promotor musical y primer cantante de Héctor Zuleta Díaz, ahora ha vuelto por sus fueros. La alternativa, para enfrentar a la gran competencia de los vallenatos y los extranjeros,  son los músicos sabaneros, que en algún tiempo  estuvieron  pegados. Enfrentar  “El tsunami”, como se promocionan “los grandes” conciertos, necesita de tácticas rápidas y estrategias a largo plazo.  La primera en más viable  en estos casos de curaciones a quema ropa. El tiempo apremia y corre.

-       Te propongo a Los gaiteros de San Jacinto, Alfonso Hamburger tiene el contacto, le propone, Gómez, frunciendo las cejas para alertar a quienes esperan.

-       Ya está, dame su número. Y listo.

 

DOS.

 

De mediodía para abajo, después de pasar revista por sus cultivos y aliñar sus cosas, Pascual Castro Fernández empieza a descender la ladera del Cerro de Maco, 820 metros sobre el nivel del mar, a quince kilómetros al noroccidente de San Jacinto, sede de la gaita más ancestral de América.  Va montado en su jumento, con bastimentos suficientes para aprovisionar a su familia y vender los excedentes.  En ese momento, suena su celular, rompiendo el silencio de la naturaleza, acompasado con el tic tac  toc del jumento que pisa fuerte sobre el cascajo del camino.

Fredy Acosta Ariza se identifica. Quiere a los gaiteros para el carnaval de Sabanalarga, un pueblo que le dio a la costa en 1970 el último candidato a la presidencia de la Republica, Evaristo Surdís, y donde decían que la inteligencia era como una peste. Todavía la gente sigue siendo inteligente, pero tan mamagallista como los barranquilleros.

Para Castro, al terminar la conversa, las cabañuelas empiezan a pintar mejor y como  si entendiera, el jumento donde va pega una carrerita de felicidad. La brisa que serpentea los caminos refresca la tarde. El carnaval se anuncia con cosas buenas. Y Pascual mira a su pueblo desde lo alto, esa especie de mito, que allá abajo parece una postal andina, en medio de la brisa quieta que aprieta su corazón.  Las matas de zarza apenas se ladean con la brisa, lánguidas y amarillas.

TRES

 

Muertos  la mayoría de los veteranos gaiteros de San Jacinto, atrás viene esta generación ( le dicen la quinta Y sexta), que encarnan los hermanos Rafael y Pascual Castro Fernández. Son catorce hermanos que se han ido forjando a puro pulso en medio de una de las escuelas musicales más fuertes del Caribe. Ellos, como la mayoría de los gaiteros, combinan la afición por la música con el cultivo de la tierra. Por eso es quizás que por más de cinco generaciones han mantenido su sabor y color musical intachable, no sin tropiezos. Paradójicamente, los momentos de mayor crisis han sido en la abundancia. No ha sido fácil, entonces, en medio de la gran cosecha, identificar cuál es en realidad el grupo autóctono de los Gaiteros de San Jacinto, especialmente después del Grammy Latino de 2007. Hasta los gaiteros de otros pueblo, en Bogotá dijeron alguna vez que eran los de San Jacinto. Y a nivel interno, por lo menos son cinco grupos los que se disputan el nombre, lo que hizo bajar su precio, en medio de la bonanza que generó el premio. En crisis, en cambio, son recursivos y despiertos, como la abuela que hace guisados imposibles con pocos recursos. Los gaiteros jamás se asustaron en el primer viaje en avión y su comportamiento siempre es el mismo, ya sea en Bruselas, Nueva York o en el corregimiento de Porquera, donde viajan con frecuencia en Semana Santa a tocar y a comer mote de queso con moncholos ahumados.

Entre los hermanos Castro Fernández, quienes también componen y tocan música de acordeón y donde algunos improvisan décimas, sobresalen los gemelos Pascual y Rafael.  Parecen dos gotas de agua salpicadas de guarapo de panela. Es difícil diferenciarlos. Cantan en tonalidades altas, siguiendo el estilo del gran Toño Fernández, su máximo referente, aquel que se hizo jefe eterno. Nacieron para eso.  Según el filósofo y escritor,  Numas Armando Gil,  máximo biógrafo de estos mochuelos cantores de Los Montes de María la Alta, lo poco que los diferencia  son sus mujeres y la duración de la voz. Rafael, quien puso su garganta en el éxito “Un fuego de sangre pura” tema que le dio el título al álbum ganador del Premio  Grammy Latino, puede cantar un mes seguido y entre más canta más clara se le pone la voz. En cambio,  Pascual, quien lidera el grupo de “Los auténticos gaiteros de San Jacinto”, pierde brillo con el trajín, pero es más avispado y abierto. Son pequeños ( 156 centímetros de estatura no mas) y rápidos. Además, enamorados al máximo. Ven un palo de escoba vestido de mujer y les baila el ojo.

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Pascual  tocó acordeón alguna vez y acaba de grabar un CD combinado titulado “Alma Sabanera” donde alterna la gaita y el acordeón de Carmelo Torres.  Ni la política en que anda le ha acompañado  para sacar a la luz su sueño.

Los Castro Fernández son hijos del legendario gaitero Pascual Castro Matera, el primero en firmar un contrato con Delia Zapata OIivella, pero solo duraron juntos dos años, porque el viejo era neurasténico y peleaba hasta con su propia sombra. Jamás se entendió con Los hermanos Lara y murió de una rabia  peleando con él mismo, a los 62 años.

Los mellos Castro nacieron hace 64 años, precisamente en el mismo año  ( 1950) en que Toño Fernández conformó el grupo, de modo que marchan parejos con la historia. Pascual tiene 12 hijos y Rafael solo 9. Son mujeriegos y rápidos de mente y de palabra. La diferencia son esos tres hijos y que cada quien lidera su grupo por aparte. Rafael anda con un grupo distinto y Pascual con “Los auténticos Gaiteros de San Jacinto”, grupo que registró en 1990, dos años después de la muerte de Toño Fernandez.

 

CUATRO.

Hace un año, en un trabajo periodístico sobre el carnaval, partimos de una pregunta: ¿Qué se llevaría usted de la Sabana del Caribe al Carnaval de Barranquilla? Y la respuesta fue asombrosa: el 80 por ciento de las expresiones de esta fiesta provienen de las sabanas del viejo Bolívar Grande. No sólo surgió un arsenal musical con más de 19 aires, sino la tradición  oral, la danza, la gastronomía y la artesanía. Son camionadas de gozo, cargamentos de música y folclor.

Esta vez nos fuimos tras los auténticos gaiteros de San Jacinto y Los típicos corraleros de Majagual, invitados por el empresario Fredy Acosta Ariza, a Sabanalarga, muy cerca de Barranquilla.  No les perdimos pies ni pisadas. Ni pelamos notas.

Quince días antes de la gran cita, Acosta entró en pánico. Pascual Castro no aparecía vivo ni muerto. El contrato se había firmado desde enero, con 50 por ciento de anticipo, pero la señal del celular se iba a buzón. Fueron cinco días de silencio, hasta que al fin, al otro lado, apareció la voz ronca de Castro, que iba llegando a San Jacinto con una carga de troncos de banco, una madera de un árbol en vía de extinción de la que se hacen los tambores. El gaitero estaba internado en la espesa montaña, donde no llegan las señales modernas.

Los Gaiteros de San Jacinto, al menos el grupo base, está integrado por personas que sueltan la gaita y agarran otros instrumentos. Los hermanos  Castro Fernández, herederos cercanos de Toño Fernández,  que tienen el privilegio de la garganta, son campesinos y artesanos.  El más joven, Heiver Rodríguez, enorme y cachetón,   único que no nació en San Jacinto, tiene 26 años y esta trajinando la gaita hembra desde los 9 años.  Nació en San Juan Nepomuceno, pero se sabe y siente  más sanjacintero que muchos que nacieron en la tierra de la hamaca. Combina la gaita con sus labores como funcionario de la casa de la Cultura de San Juan. Los hermanos, Luis y José, herrera, de 38 y 45 años, respectivamente, son percusionistas.  José es bailarín y camarógrafo. Se inició en el grupo Macumbé y es el de menos tiempo en el grupo: seis años. Su hermano es moto taxista. Miguel Contreras, maraquero y machero,  de 27 años, maneja una moto al  servicio público y Javier Flórez, 43 años,  quien heredó de su padre un  taller de desvarar bicicletas, también arregla celulares.  Todos son padres de familia y conviven en unión libre.

 

CINCO.

 

Los Montes de María son como una extensión de los andes que se riegan hasta San Juan Nepomuceno. El puente de Calamar nos pone de vista una vegetación más agreste y en parte desértica, con franjas grisáceas y amarillas, con marcados tonos verdes en ceibas y cactus y pitahayas. La presencia del rio Magdalena a lo lejos, cuyo sol arde como una bola de candela mágica sobre el nivel del horizonte hace contraste con la rama de los trupillos. Las rectas nos ponen rápido en Campo de La Cruz, donde nació  Víctor Danilo Pacheco,Pachequito, el del Junior, después de un lapso grande sin pueblo alguno y pronto Puerto Giraldo, un lugar de tránsito a varios destinos: Bolívar, Magdalena y Atlántico. Como en Calamar, aquí convergen los tres departamentos grandes.   A la izquierda la embocadura al Atlántico de sabanas, por una carretera bien hecha, perfectamente pintada, pero angosta, sin zona peatonal, sobre haciendas de veraneo bien equipadas y arboles desnudos por el verano que parecen postales subjetivas. Unos simulan viejos que fuman o cabelleras del Pibe Valderrama, secas y desparramadas en su propio tronco.  Candelaria, Ponedera, Cascajal (pueblo bonito en la Ye) y pronto Sabanalarga aparece, después de esquivar varios lotes de ganado que aparecen en la carretera como algunas curvas prolongadas.

 

SEIS.

 

Aquí dicen que la inteligencia es peste. Es domingo de carnaval y a las diez de la mañana ya las parrandas están armadas en los sardineles. Los capuchones han sido la tónica en los retenes y la música sabanera aparece como una impronta de tradición. El primer tema en el ambiente es  “Compa Remanga” de Los corraleros  y después “la Miseria humana”, de Gabriel Escorcia Gravini, en la voz de Lisandro Meza. Pura música clásica antigua, en medio del vallenato de Diomedes Díaz, con el acordeón de Rolando Ochoa. El carnaval es otra cosa, una especie de refresco  en medio de la payola que enrarece el mercado.

A esa hora, los gaiteros de San Jacinto  viajan  desde Barranquilla, donde tocaron en una parranda exclusiva el sábado de carnaval.  A las tres de la tarde irrumpen con sus tambores en la sede de la Asociación de Profesionales de Sabanalarga en un carro alquilado. Para algunos asistentes, incluso, para los mismos socios, hay cierto dejo de incredulidad.  No asumen que una institución tan conocida como Los Gaiteros de San Jacinto, que recorren el mundo todos los años, estén en ese lugar y a tan bajo precio. ¿Acaso son unos impostores?  En medio de los porros de la banda  experimental 26 de Enero de Sabanalarga, los gaiteros entran en sus abarcas tres puntas, vestidos de blanco, con camisas guayaberas cuatro puertas, y se ubican en una de las mesas bajo un palo de mango.  Beben ron blanco y ríen.  Fredy Acosta Ariza llega y los repara de pies a cabeza. Va y regresa, inquieto, como mulo con hormiguillo,  entonces se sincera:

-       ¿Muchachos, y las golillas rojas?

Como en un pase de ballet, los gaiteros meten sus manos en las mochilas, sacan el trapo rojo cola de gallo y se lo atan comos quien se pone una corbata. Y listo. Algunos socios habían observado la situación. Ahora sí parecen gaiteros, entonces empieza la sesión de fotos para las redes sociales. Los gaiteros han soltado el machete para manejar sus celulares inteligentes y mostrarse en la Internet.

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Después de la tanda de la banda, vino Rodrigo Rodríguez, premio Grammy latino, interpretando clásicos vallenatos con varios cantantes, entre ellos Luis Alberto Crespo( Bebeto), Fredy Solano Serje y Fredy Acosta Ariza.  A las seis de la tarde los gaiteros se apoderan del baile. Ellos mismos se presentan. Pascual Castro hace el introito con  apartes de la historia  y nadie parece prestarle atención. Abre la tanda con el porro “Candelaria” y nadie se para a bailar. Un minuto después dos parejas naufragan en la sala del baile. Y a la segunda canción, con el tema “La maestranza”, la sala del baile se revienta y de allí en adelante los gaiteros muestran todo su repertorio de éxitos, hasta que no queda duda de que se trata de un grupo que hace bailar hasta las piedras. Después no los dejaban ir. Llegaron las fotos, los autógrafos y Pascual, rompiendo el protocolo, invitó a bailar a una encopetada dama que le doblaba en estatura, sin pensar que era la mujer del dueño del baile.

 

SIETE.

 

Lunes de carnaval. A las ocho de la mañana, en medio de un sol invernizo, Los gaiteros están sentados en un restaurante popular, donde las moscas y la suciedad son visibles. El pescado que le han puesto a Pascual Castro no se entiende. Parece un enredadita. No se sabe si es pez o conejo.   La yuca está mal sancochada y la vista no le cuadra al artista, que decide llamar a la mesera. Pide cambio y es complacido.

-       El que no llora no mama, dice José Herrera, que mira el bullicio de sus ojos anciosos.

Los gaiteros son hombres de tierra. Son sencillos y prácticos. Están acostumbrados a montar en avión y a cantar al lado de los más grandes del mundo. Hoy pueden estar en una fonda de pobres en Sabanalarga, donde se confunden con la gente del pueblo y mañana en el Madison Sguare Guarden de Nueva York.  El martes ya estarán en San Jacinto, manejando una moto, montando un burro, arreglando un celular o labrando un tambor. Hoy pueden tocar una parranda gratis y mañana de  varios millones, dependiendo el escenario, pero para ellos la dosis de parranda es la misma. Siempre han sido así. Les da lo mismo tener o no tener el bolsillo lleno, mientras en su alma suene una gaita.

Mientras desayunan hablan. Se dan duro unos con los otros. Los une solo la muerte y la parranda. En esas instancias se expresan cariño, sin  ceder espacio, porque cada uno de ellos es el mejor en su puesto. Son recelosos con su arte. Después de ellos no hay gaita que valga la pena.  Los sepelios son tan nutridos como la parranda. En la última el canto es alto y en los entierros es pura gaita corrida, como cuando la chuana era muda. En vida se juegan con dureza y entre chanza y chanza se dicen verdades. Toño García, de 84 años,  se caga en las parrandas y Juan Chuchita sufre de incontinencia urinaria, pero el día que mueran ambos, entonces todos soltarán el llanto,  porque en realidad son los últimos de la generación más grande que quedan vivos.

El hombre que come al frente de Pascual lo mira y lo remira, quiere comérselo con los ojos, sin disimulo, hasta que  el desconocido se revienta:

-       Señor, ¿dónde es que yo lo he visto?, pregunta, mientras agarra el vaso de jugo.

Pascual termina de acomodar el último bocado, se quita el sombrero y responde, henchido de orgullo, extendiendo la mano:

-       Debe ser en la televisión, soy Pascual Castro, director de los auténticos Gaiteros de San Jacinto, para servirle.

 

OCHO.

 

El carnaval de Barranquilla tiene muchos matices.  El de los clubes es pomposo y distinguido. El que se muestra en la TV es otro. En los barrios populares es distinto al de la batalla de flores y la gran parada. Los intelectuales lo ven mono cuco en  el carnaval de las artes. Las colonias sabaneras se disputan un espacio provinciano que se inició como una parranda hace 20 años, liderada por los San Jacinteros, pero hoy ya tiene dos ramales con desmedida comercialización. Un día cercaron la parranda, cobraron las entradas y les gustó.   En los pueblos cercanos a Barranquilla, como en Sabanalarga, la caseta “En la 22 te espero”, lleva 40 años de tradición. La gente presta su pedazo de calle, la cercan, ponen una tarima y se dedican al goce colectivo. Aquí, además de los gaiteros de San Jacinto, que repitieron , aparecieron los típicos corraleros de Majagual, con figuras emblemáticas como Nacho Paredes y Leonel Benítez, el que cantó a dúo con Calixto Ochoa “Los sabanales”. Con dos excepciones, la mayoría de estos  músicos pasan de 70 años, pero no pierden el brío ni el color de  su música, netamente de carnaval. Los acompaña José Vásquez al Acordeón, un joven muy versátil con este instrumento, ganador del festival de la Hamaca Grande.

Ellos, como los gaiteros, Fredy Solano, Carlos Alberto Crespo y Rodrigo Rodríguez, hacen parte de los músicos que la gran ciudad y su carnaval con exceso de comercialización, ha ido desplazando a la periferia.

Fredy Solano Serje, autor del superéxito “Ron Para todo el mundo” (grabado por Dolcey Gutiérrez,  Wilfrido Vargas y Diomedes Díaz), habla del desconocimiento a los músicos populares.  El carnaval es acaparado por grupos vallenatos de moda y los extranjeros. La vaina empezó a ponerse dura, dice, desde que el vallenato penetró en la radio y en las ciudades de la mano de la bonanza  marimbera. Se hizo una especie de mafia. Hoy esa situación está más enrarecida.  De esta misma cochada hacen parte Carlos Alberto Crespo, Bebeto, quien grabó en 1989 el único vallenato que no introdujo saludos al lado  Andrés “El Turco” Gil. Igual se suma Fredy Acosta Ariza, quien para volver al canto no  tuvo más remedio que contratar todo este grupo de artistas famosos, buenos y baratos, para armar su propio carnaval.

El martes por la mañana el sol sigue brumoso, ese día será la muerte de Joselito, pero cuando eso suceda, ya los gaiteros están en San Jacinto, unos rascándose la barriga y otros manejando una moto, montando un burro o rumbo a la montaña. Mañana será desde cualquier lugar del mundo.

 

Fecha de publicación original: 10 de marzo de 2014

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