Los frutos del desperdicio

Los frutos del desperdicio

Edwin Hernández, un líder cívico de la comuna 21 de Cali

Por: Juan Camilo Parra Preciado
septiembre 15, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Los frutos del desperdicio
Foto: subida por autor

Con su hermano y un amigo creó la Fundación Huella Ambiental, dedicada al reciclaje. Tiene más de 300 integrantes entre desmovilizados paramilitares y guerrilleros, ex delincuentes y recicladores comunes. Ahora todos son compañeros de trabajo.

Es domingo y la Selección Colombia juega su pase a cuartos de la Copa América 2015. Edwin, un hombre de 1.65 metros de estatura y una contextura rolliza y templada, espera que la policía autorice el cierre de la vía. Aguarda en una bicicleta cross de la que no se bajará hasta el final de su trabajo como coordinador de tráfico en la ciclovía. La jornada inicia hacia las nueve de la mañana y finaliza a la una de la tarde. Durante ese tiempo Edwin o “Gumer”, como lo llaman en la zona, cuida, junto a otros 22 vigilantes, que ningún automotor ingrese a la vía. Hoy está reservada solo para ciclistas, patinadores y caminantes. Años atrás las personas de esta zona de la ciudad se cuidaban de él.

El sol es abrasador. Edwin lleva una sudadera negra, una camiseta de manga larga fluorescente con el escudo de Cali en ambos hombros y una gorra con orejeras en tela impermeable que también logran proteger su cuello.

Tiene 37 años. Cuando solo cumplía catorce, por esta misma zona se le podía ver saliendo de su casa, perfumado, vestido de jean y camiseta, abordando un bus de la empresa Crema y Rojo. Con revólver en mano pedía a los pasajeros que le entregaran el dinero y las pertenencias. En esa época y a su edad, doscientos mil pesos eran todo un botín.

Gumer Hernández, su papá, de quien heredó el sobrenombre, compraba y vendía repuestos y cacharros para mantener a una familia de cuatro hijos. Era un hombre duro. De él, Edwin aprendió el lenguaje de los golpes. En una ocasión Gumer le pegó por no defenderse de un compañero del colegio que le robaba la comida y lo golpeaba a la hora del recreo. Desde entonces Edwin aprendió que para sobrevivir necesitaba usar la violencia.

Nos detenemos cuando el semáforo se pone en rojo. Llegamos a la mitad del trayecto. En la espera de cambio de luces se nos unen niños en patines, bicicletas y triciclos. Los adultos siguen trotando en su lugar para conservar el ritmo. Así es un día en la vida actual de Edwin. Levantarse, una reunión aquí, un trabajo por allá. Solucionar un lío, organizar personal y enviarlo a reciclar. Darles vuelta a los niños que viven con la madre. Hoy Edwin piensa en el ejemplo que le puede dejar a la cola, así llama a sus hermanos menores.

El camino de las armas

Han pasado casi 13 años desde que abandonó el camino de las armas. La ciclovía atraviesa la calle 123, una avenida de cuatro carriles que conecta a la comuna 21 con el resto del distrito de Aguablanca. Habla con tranquilidad de su pasado y su cuerpo empieza a hablar por él. Cojea mientras se baja de la bicicleta. Tiempo atrás recibió un tiro de escopeta con balines en la pierna izquierda. Recuerda que ese día iban a matar a uno de sus amigos, él estaba con una muchacha, “sano”, cuando se pilló la vuelta y corrió. Los proyectiles salieron en forma de abanico y lo alcanzaron, algunos balines se quedaron incrustados en su tibia y esta mañana soleada los siente más. Desde entonces Edwin abraza a la vida.

La Comuna 21 empieza en el centro comercial Río Cauca y termina en el barrio Pizamos 1, que colinda con el antiguo vertedero de basuras Navarro. Atrapada entre el caño de la avenida Ciudad de Cali y el río Cauca, tiene 11 barrios y su corazón económico es una calle donde se encuentran desde concesionarios de motos hasta ventas de todo a mil y dos mil pesos. Por sus calles transitan jeeps, mototaxis, carros “piratas”, buses antiguos y los modernos del sistema de transporte masivo. Tiene tres centros de salud, iglesias cristianas, católicas y evangélicas. Ubicada en el oriente de Cali, es una de las zonas que congrega a la mayor población de la ciudad y, sin embargo, pareciera que no ha terminado de insertarse.

El oriente se extendió a partir de los años cincuenta con barrios piratas y asentamientos de invasión. Por esta zona circulan pandillas, ladrones de poca monta, oficinas de cobro y milicias urbanas guerrilleras y paramilitares. Gran parte de los homicidios de la ciudad se registran en ella. Cali se mantiene como una de las más violentas del mundo.

Edwin fue ladrón, pandillero y miliciano. Inició una escuela de delincuencia que ha dejado cicatrices en su cuerpo y que lo han llevado a bordear la muerte. No obstante su vida criminal, la historia de su prontuario contiene también la lucha por transformar su vida.

Fue durante el primer mandato del alcalde Rodrigo Guerrero, en 1994, cuando Edwin, su hermano Alexander y otros jóvenes participaron por primera vez del programa “A lo bien parce”. Organizaciones no gubernamentales de Bogotá, como el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo y el Centro de Investigación y Educación Popular –Cinep-, lo lideraron. Para entonces la ciudad vivía una guerra urbana. Entre enero de 1993 y diciembre de 1995, se cometieron 6.123 homicidios y 3.387 víctimas fueron personas entre los 15 y los 30 años. En este mar de sangre aparecieron los primeros deseos de Edwin por dejar las armas y enfocar sus energías en otras labores.

El programa fue un éxito mientras estuvo. Edwin dejó de delinquir, cortaba el césped de los parques del Distrito de Aguablanca, retomaba sus estudios secundarios y recibía atención psicosocial. Otros compañeros participaron en estudios de formación técnica con el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje). Pero si hay una temporada peligrosa para la ciudadanía son las transiciones entre gobiernos. Cuando el programa apuntaba a su segunda fase y se perfilaba como la esperanza de los jóvenes, misteriosamente, desaparecieron los dineros para su funcionamiento y 850 jóvenes quedaron a la deriva. A lo Bien Parce hacía parte de la historia.

Tan fácil como comprar un pan

Las andanzas volvieron. El programa le había servido a Edwin para ampliar su red de contactos. “Calle Caliente”, su parche, seguía firme “pa’las que fuera”, en la misma cuadra polvorienta del barrio Decepaz, cuyas casas se construían de a poco. Conseguir las armas para volver al ruedo era tan fácil como ir a una panadería y ordenar un pan. El “Parche del Humo”, el grupo enemigo que operaba a las tres cuadras contiguas a “Calle Caliente” había conseguido apoyo de un grupo insurgente y se había fortalecido. Edwin y Alex se vieron en desventaja y buscaron hacer lo mismo. A los pocos días se fueron al monte.

Antes se despidió de la ciudad con una rumba para todo el parche. Habían vuelto los negocios y se dio el lujo de hacer cerrar una discoteca, dar instrucciones para que solo ingresara quien él autorizaba. Exigió que nadie fuera requisado y ordenó whisky para cada mesa. De esa forma evaporaba el dinero obtenido por las vueltas de la semana.

El entrenamiento militar fue en límites de los departamentos de Valle y Cauca, en las filas del EPL. Allí los hermanos aprendieron a armar y desarmar fusiles AK47 y M60, a preparar tatucos con anfo, papas bomba y a ‘urbaniar’, así se le llamaba a ejecutar operaciones militares en el casco urbano de las ciudades.

Alexander cuenta que llegaron hasta las montañas de Suárez, Cauca, por tercos, por “ganas de recibir maltrato”. Transcurría el 2002 y la terquedad solo les duraba un año. Iban comiendo selva, “no quiero ni recordar”, interrumpe Alex mientras juega con las llaves de su moto, contrariado. En ese tiempo alcanzan a “volear quimba” (combatir) en la comuna 13 de Medellín contra el bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas. También cuidan rutas del narcotráfico y escoltan carros. No saben qué llevan en su interior pero mientras estaban bajo su responsabilidad debían dar hasta la vida para que el paquete llegara a su destino. Aunque tenían sueldo y comida, decidieron regresar a la casa. Extrañaban la familia.

De regreso a Cali, el alcalde era Jhon Maro Rodríguez y había diseñado su propio programa para intentar contrarrestar la violencia. Gumer y Alexander querían intentarlo otra vez. Corjucali, la Corporación de Jóvenes Unidos Trabajando por Cali los había reunido. El programa quería redireccionar hacia programas educativos a jóvenes con procesos delictivos, vulnerables y con altos riesgos de drogadicción. Era el programa bandera del Alcalde, pero no generaba empleo y los peligros de reincidir eran latentes.

Por aquellos días un grupo de las FARC llegó en camionetas lujosas al parche, abrió una maleta y ofreció un millón a quienes tuvieran entrenamiento militar y superaran un casting corporal. Gumer se sintió tentado pero estaba convencido de querer conocer a sus hijos. Algunos de los que aceptaron la oferta, fueron quienes activaron las bombas que explotaron frente al Palacio de Justicia y el comando principal de la Policía Metropolitana, en el corazón de Cali. Los más desafortunados terminaron en fosas comunes, en caños y en el Río Cauca. Hoy, Gumer calcula que ha visto caer más de 50 amigos.

Algunas personas que corren y montan en bicicleta se detienen a saludarlo. Él, sin bajarse de su bicicleta, ondea su mano derecha con amabilidad. Años atrás era temido. Luego de dos procesos de resocialización, lidera un proyecto de reciclaje junto a su hermano Alexander y Yesid Saavedra, un hombre que combatió en las filas de las AUC. Yesid está encargado de la organización del personal dentro de la fundación Huella Ambiental. No solo excombatientes y expandilleros conforman esta iniciativa, son más de 300 integrantes entre recicladores tradicionales y personas del común. Edwin sabe que ahora tiene una mayor posibilidad de ver crecer a sus tres hijos.

Hace 17 años llegó por primera vez a prestar sus servicios de vigilancia. La comunidad estaba cansada del robo de bicicletas y él y su pandilla, “Los Cone”, una de las más temidas del Distrito de Aguablanca en la década del 90, con más de 400 integrantes, tenían el poder para contrarrestar el problema. “Cuando alguien se robaba una bicicleta, íbamos hasta donde la tuvieran y la recuperábamos. Nos parábamos firmes. Desde antes le prestábamos seguridad al transporte y a los negocios en la comuna”, cuenta.

Su hermano Alexander, que para esos días ya intentaba abandonar los actos delictivos contra su comunidad, fue quien lo vinculó a la vigilancia de las ciclovías. Cuando su labor empezó, el robo de bicicletas fue disminuyendo.

Pasó por varios programas de “resocialización estatal”. En ellos cree pero sabe que no servirán de mucho si no brindan a sus participantes, tras su finalización, otras herramientas que les permitan ganarse la vida. Lo sabe porque vivió la experiencia. Lo recuerda muy bien.

***

Ese día eran cinco, Edwin, su hermano Alex y tres compañeros más. Ingresaron a una bodega ubicada cerca a la Alcaldía. Era la cuarta vez en el mes. “Los tenemos de hijos”, pensaron. Entraron como ‘Pedro por su casa’ y tomaron el dinero. Cuarenta millones. Encendieron el camión con el botín en su interior cuando vieron aparecer a la Sijin (Seccional de Policía Judicial e Investigación). Todos fueron trasladados al calabozo.

Mientras uno de los compañeros de robo se delataba, Alexander y otro más decidieron culparse para dejar libre a Edwin que iba a ser padre. En la madrugada escucharon abrir la reja del calabozo. Una voz les ordenó salir.

- No salimos, si nos van a matar que sea aquí adentro. A esta hora nos van a sacar para pelarnos-, respondieron.

Los rostros más visibles del proyecto para la resocialización de jóvenes de la alcaldía estaban encerrados en un calabozo, mirando nerviosos el suelo y al alcalde Jhon Maro Rodríguez que acababa de llegar.

El ladrón confeso reconoció el error y estaba dispuesto a pagar cárcel. Edwin le explicó al Alcalde que iba a ser padre y debía mantener a su familia. El Alcalde se comprometió a ayudar para que les brindaran otra oportunidad y les exigió respeto por las vidas de los agentes encargados del operativo.

El arte de recuperarse

Edwin y su hermano Alex sabían que estaban agotando sus posibilidades de cambiar de vida. Así que se dirigieron a la oficina de Decepaz, una dependencia municipal que atiende los procesos urbanísticos y sociales de la comuna 21. La oficina estaba en el norte de la ciudad y no en el corazón de la Comuna. Irrumpieron en las instalaciones diciendo “Queremos dejar las armas, colabórenos”. Sabían que estaban en deuda con la vida, pero el funcionario que los atendió solo respondió: “No los podemos ayudar porque no tenemos recursos”.

Sin embargo, les informaron que la Secretaría de Gobierno había abierto el concurso “Barrios seguros, iniciativas comunitarias de convivencia y seguridad”. Ellos sabían que era ahora o nunca.

Fueron aceptados. Asistieron a la universidad durante dos meses a hacer manualidades y a pintar. Les parecía una bobada, pero lo asumieron. Los tres mejores carteles creados por los participantes recibirían un premio de doce millones para invertir en una iniciativa comunitaria que vinculara jóvenes y buscara soluciones a los problemas de violencia en sus barrios.

El Cartel de Edwin y Alex tenía un planeta tierra con dos manos que lo protegían. El lema: “Reciclando y no botando todos ganando”. Ocuparon el tercer puesto y allí nació Huella Ambiental.

Organizaron en el barrio los Sábados de Feria Ambiental y Sancochón. Invitaron a artistas, vendieron fritanga y bebidas refrescantes. La Tienda del trueque era la mayor atracción. Edwin y Alex cambiaron material reciclable por juguetes. La comunidad no quería tomarse el trabajo de separar los residuos porque sentía que esa labor no era para ellos. Pero los niños se antojaban de los juguetes y un padre está dispuesto a hacer muchas cosas por su hijo. Por ver nacer el suyo Edwin cambió su vida. Los padres cambiaron de actitud cuando supieron que no tenían que pagar por los juguetes. Empezaron las filas del trueque y Edwin supo allí que su deseo de cambiar tenía un camino abierto.

Gumer recoge y clasifica lo que otros consideran desechable. El sol pega más duro aquí en el oriente que en el resto de la ciudad. Suda, se ensucia y carga residuos. Las armas y la violencia en esta zona son un trabajo remunerado, en medio de la escasez de oportunidades, como cualquier otro. A los 37 años una ganancia diaria de entre quince y treinta mil pesos poco alcanza para dar de comer a tres hijos. Pero desde hace doce años encontró en el reciclaje una forma de ganarse la vida con lo que otros botan, sin hacer daño, como acostumbraba, y esa es una razón poderosa para permanecer y dejar un ejemplo a sus hijos.

Se acerca el mediodía. En dos horas Colombia se paralizará y las calles serán un desierto que calienta a 33 °C mientras el país pone en juego su sistema cardiaco durante 90 minutos.

En su bicicleta, habla, no se baja. Hace nueve meses fue atropellado por un carro que omitió la señal de pare y el accidente le produjo una incapacidad de cuatro meses que sufrió en silla de ruedas. “Sigo andando en la bici para que no se me entuma la pierna”.

Nuestro encuentro concluye. El último monitor en firmar su asistencia nos espera en el punto del barrio Potrero Grande. Le cuenta a Edwin que en el SENA están abiertas las inscripciones para la carrera de Tecnología Ambiental y Manejo de residuos. Él no tiene Icfes y el SENA tampoco hizo pública la convocatoria a tiempo. “Así me toque poner Derecho de Petición me inscribo. Uno quisiera hacer las cosas bien pero siempre encuentra trabas”.

La ciclovía termina.

Hablamos días después, Colombia clasificó a cuartos de final y enfrentará a Argentina.

- Me van a recibir en el SENA pero tengo que presentar el Icfes en septiembre-, me cuenta con entusiasmo.

Ante los ojos de los demás, Gumer es un ejemplo de recuperación en la sociedad del desperdicio. La que sería una vida perdida y desechable, ahora aventaja un marcador en contra. A veces la vida es como el reciclaje o como un partido de fútbol.

*Esta historia es resultado de proyecto Jóvenes Que Cuentan La Paz, organizado por Consejo de Redacción con apoyo de la Oficina del Alto Comisionado Para la Paz

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