Esta semana he escuchado varios emotivos llamados en contra de la marcha del 21 de noviembre porque la marcha será, dicen, violenta. La emoción es importante, sin duda, pero no es lo único. La discusión política, en su esencia, se apoya en argumentos, pero sobre todo se apoya en valores; y los llamados en contra de la marcha no lo hacen.
Ante todo, la emoción controla el tono del debate; por fortuna, para muchos, y sobre todo para los jóvenes comprometidos con su futuro, el miedo no seduce como argumento. No sorprende, entonces, que los llamados en contra de la marcha contribuyan con el éxito de la misma.
Lo importante para seducir es hablar de valores, no de miedo, es demostrar por qué ciertos valores son el futuro, no el pasado, es convencer. Esto no ocurre. Todos sabemos que la muerte de niños en combate es responsabilidad de quienes los reclutan. Sin embargo, deseamos de nuestros líderes una explicación, queremos saber por qué presentan a niños fallecidos en combate como los criminales más temibles.
Los actos del gobierno reflejan, más allá de las palabras, los valores de quienes nos gobiernan. El reto para los opositores a la marcha está en elevar con actos y argumentos los valores que defienden: está en condenar la muerte de niños, no en su indolente justificación.
A eso, a la justificación descarada, a la creación romántica de miedo con la intención de convencer, al falso llanto de luto que entierra nuestros hijos y celebra su muerte, a eso, a eso sí le tengo miedo.