Julio Correal llamó al empresario Felipe Santos a darle la primera mala noticia sobre el concierto de la banda norteamericana Guns N’ Roses en la mañana del 27 de noviembre de 1992. Ninguno de los dos pensaba que se les vendría una borrasca que terminaría por dejar en la calle a Correal. De hecho, cuando empezaron la aventura de traer a la agrupación norteamericana que llevaba 49 semanas de número uno en Billboard, los ceros a la derecha no cabían en sus calculadoras sumando todo lo que se iban a ganar.
La historia había empezado una mañana soleada de agosto cuando Correal llegó feliz a la oficina de Fernando Pava para que fueran socios en un concierto con El General, el artista que había puesto de moda ‘El Meneito’. “Qué General ni que nada, Julio, mirá este fax que me acaba de llegar”, le dijo Pava con cara de asustado. En el documento el productor brasilero Phil Rodríguez les proponía hacer dos fechas con Guns N’ Roses en Bogotá por la no despreciable suma de un millón de dólares.
Julio, que ya conocía la industria, no lo dudó un segundo. Trepidante buscó los socios ideales para reunir todo ese dineral; porque si se hacían cuentas, podían triplicar la inversión con la taquilla. La mitad de los jóvenes en Colombia andaban con el pelo largo, pañoletas en la frente y sus cuartos estaban tapizados con afiches de la banda más famosa del momento en todo el planeta. Correal ya había hecho varios conciertos exitosos y no le tembló la mano para firmar la hipoteca de su casa y reunir los ahorros de toda su vida. Puso 170 mil dólares de la época. Algo así como invertir hoy lo que cuestan tres apartamentos en Chapinero Alto, uno de los barrios más fancy´s de Bogotá. A su vez, se metieron de socios Fernando Pava, Felipe Santos y Armin Torres, un hombre curtido en conciertos de baladas y de música tropical, quien ya había hecho una gran fortuna con esto y que iba como socio mayoritario con una inversión de 300 mil dólares.
El negocio se cerró en Las Vegas, donde llevaron la mitad del dinero como un pacto de empresarios serios, esa plata salió de los bolsillos de Correal, Santos y Pava, porque Torres andaba en Argentina. En Colombia fue el primer concierto que en una semana agotó las 48 mil boletas para las dos presentaciones programadas los días viernes 28 y sábado 29 de noviembre. El estadio soportaba por día el aforo de 24 mil almas que cantarían las elegías de Axel y tocarían en el aire la guitarra de Slash. De entrada las deidades del rock se hicieron sentir: exigieron la misma empresa de seguridad de la embajada de los Estados Unidos, un hotel cinco estrellas solo para ellos, diez camionetas blindadas, cinco para los artistas y cinco para sus egos, más un catering que exigía botellas con agua canadiense que se tenía que importar.
Entonces comenzó la maldición. Dos semanas antes del evento, cuando Correal fue a visitar el estadio se encontró con cuatro supuestas brujas en cada una de las esquinas de El Campin. Las mujeres iban todos los días a rezar, tirar aguas benditas y conjuros para que: “Estos satánicos, abominadores de Dios no maldigan al país con sus canciones de letras que adoran al diablo”. Se les notaba su inocencia cuando se les explicó, por ejemplo, que Don’t cry, era una canción de amor que al traducirla tenía frases tan cursis como: “No llores esta noche; aún te amo, amorcito; no llores esta noche, hay un cielo allá arriba amorcito; no llores esta noche”. Entonces el 27 de noviembre sonó el teléfono gris con perilla de Correal para confirmar que las brujas, tal vez, habían logrado su propósito:
—Vos si sos muy de malas, Julio. ¿Estás escuchando la radio? Empezó el golpe de Estado en Venezuela y acaban de cerrar los aeropuertos. —Dijo al otro lado de la línea su amigo Juan Castañeda.
En efecto, había estallado el ‘Caracazo’ con el que líderes de la oposición intentaban tumbar al Presidente Carlos Andrés Pérez. El coronel Hugo Chávez Frías había empezado a actuar y desde la cárcel movía los hilos de la conspiración. La violenta revuelta callejera forzó al Presidente Pérez a ordenar cerrar el espacio aéreo venezolano para evitar la huida de cualquier traidor. Los equipos de Guns N’ Roses estaban en Caracas donde se habían presentado el fin de semana anterior y la banda solo tocaba con su propio montaje. Las varias toneladas de aquel rider debían estar ese miércoles en Bogotá para que los ingenieros comenzaran a instalar la moderna infraestructura. En inmediaciones del estadio y en los parques de los barrios Nicolás de Federmann, El Campín y Galerías ya había fanáticos venidos hasta de Ecuador, acampando para no perderse el show.
Solo el jueves pudo salir el avión y llegó sobre el medio día. Ante la eventualidad se pactó con el manager de la banda que se aplazara un día la fecha, el primer toque el sábado y segundo el domingo. Se avisó en todos los noticieros y se pusieron avisos de prensa hasta en los periódicos de ciudades intermedias como Medellín y Cali. Entonces empezó la protesta de quienes tenían que trabajar el lunes; pero no importaba, así los echaran, se quedarían para el concierto.
Pero llegó “La puta lluvia de noviembre”, ese karma que cargaba, sin saberlo, la canción November Rain, el éxito del momento de la banda gringa. Los ingenieros montaron la espectacular tarima llena de luces robóticas, dejaron perfecto el escenario, pero a las seis de la tarde comenzó a caer sobre Bogotá toda el agua del Atlántico y el Pacifico juntos, un aguacero que tumbó el techo de la tarima, inundo la cancha del estadio y que por poco se lleva por el caño de la Avenida 30 las dos toneladas de sonido.
Correal no lo podía creer. Puteaba, corría, suplicaba. Los mechudos que ya no querían estar en el mismo hotel, mandaron decir que como “sus ingenieros tenían que tomarse el viernes para ver qué podían mejorar ante la tormenta, el concierto se tenía que aplazar otro día más”; es decir, hace el primer toque el domingo y el segundo toque el lunes. Correal y su combo hicieron cuentas, sabían que casi la mitad del público venía de otras ciudades y se iba armar la madona, de tal suerte que preferían devolver la plata de 20 mil personas y dejar entrar tan solo a 28 mil en una sola fecha. Tampoco querían tener que comenzar de nuevo los trámites para alquilar el estadio el lunes corriendo el riesgo de encontrar algún atravesado que se opusiera. Así lo hicieron. Al Campín no le cabía un alma, pero ya la sal estaba echada.
El estadio abarrotado. El aforo al tope. Las miles de personas que no pudieron entrar iban a tumbar las puertas. El concierto inició y la gente que estaba afuera se calmó y se conformó con escucharlo por entre las rejillas. Pero a los cuarenta minutos, como en una premonición, como en una ajada producida por las maldiciones de las brujas, empezó a sonar el piano con la introducción de la canción November Rain, y con la primera nota a desgranarse otra lluvia torrencial donde caían gotas hasta del tamaño de un balde. Axel miraba incrédulo a Slash y siguieron tocando, pero cuando el agua les mojó las medias debajo de sus gigantes botas, Axel sacó de su trance al icónico guitarrista Slash y le dijo que se bajara del bafle porque se iba a electrocutar y que se fueran de inmediato de “esta mierda de país”. Un concierto programado para 180 minutos apenas duró 75. En el camerino, un histérico Julio Correal le rogaba a Opi, manager de los Guns N’ Roses que no se fueran, que faltaban la mitad de las canciones por dios brother, pero ante los improperios de Opi, hoy manager de The Rolling Stones, Julio Correal acabó la amistad con un cabezazo que sonó hasta en las afueras del Campín. El concierto concluyó pero la maldición siguió.
Una aseguradora ya se los había dicho: Guns N’ Roses + Colombia = El infierno. El lunes se pusieron una cita en la oficina de Fernando Pava para hacer las cuentas del dinero que debían devolver y los daños por los que tenían que responder. Les preocupaba la salud del comandante de la Policía a quien el día del concierto le había dado un infarto en la tanqueta al ver el círculo de Dante hecho realidad. Sabían que iban de perdidas pero confiaban en una reserva, los 300.000 dólares que Armin Torres nunca había entregado. Pero otro rayo cayó sobre sus pechos. El conductor de Torres llegó con una servilleta que decía: “Amigos, en vista de lo acontecido, por el bien de mi familia y el mío, he tomado la decisión de irme del país. Les deseo mucha suerte”. Esa tarde también llovió.
Julio Correal lo perdió literalmente todo. Estuvo un par de meses de psiquiatra y compartió colchón en el suelo con su esposa Paola Pallares. Lo levantó una llamada de Héctor Buitrago, líder de Aterciopelados para proponerle que fuera el manager de la banda. ¿Cómo no?, Correal ya era una insignia en el boom del rock colombiano. Aunque de familia acomodada, graduado en Ingeniería civil y con una hoja de vida donde aparecía su paso como estratega en el oleoducto Caño Limón-Coveñas, este personaje de la música prefirió empezar desde abajo. Finalizando los años 80 por casualidad terminó un día como jefe de camerinos en el ‘Concierto de Conciertos’. Se lo había pedido su amigo Diego Cordovez para cubrir el vacío de alguien que no llegó. Entrador como pocos, en ese evento se ocupó hasta de encender los juegos artificiales para presentar a Miguel Mateos.
Le vieron tanta garra que le ofrecieron ser el productor de la gira Pepsi por todo Colombia. Julio, que en el colegio lo ponían a llamar hasta expresidentes comenzó a nadar en su música. Conocer a los managers de todas las bandas y a los cantantes que traían al país, se le hacía fácil. Estólido, en una agenda uno a uno iba apuntando los teléfonos fijos de todo el que perteneciera a la industria. Fue responsable de conciertos como los de UB40, Samantha Fox, Juan Luis Guerra y 4.40, Pet Shop Boys y hasta Def Leppard. Con esta última banda se creció como empresario; fue el primero en ocurrírsele hacer un concierto en el Parque Simón Bolívar y llevar una grupo extranjero de lo cual le quedaron ganancias suficientes para seguir trayendo cultura al país.
Pero se volvió a quebrar. Le dio por traer al italiano Eros Ramazzotti por una suma de 200 mil dólares. Como en un Déjà vu, le pasó casi lo mismo que con Guns N’ Roses. Vendieron la boletería en una semana. Pero dos días antes del concierto un concejal puso una tutela para prohibir estos eventos en el Campín por los daños ocurridos dos años antes. La tutela fue fallada el viernes a las cuatro de la tarde, horas antes de la cantada y terminaron obligados a devolver el recaudo de la boletería y además perder el anticipo de miles de dólares que cobró Ramazzotti.
Julio Correal se inventó Rock al Parque. Fue incluso él quien lo bautizó. La situación se dio en 1994 cuando en un evento en el que se presentaba Aterciopelados, un fan del grupo le lloró dos cuadras seguidas para que lo dejara entrar porque amaba a la banda pero no tenía un peso para la boleta. Justo en ese momento los hijos de los empleados de la alcaldía entraban con pases de cortesía como si el concierto fuera de ellos. “Aquí hay que hacer algo, las entidades se queda con bastante dinero y podrían propiciar eventos gratuitos para generar cultura”, pensó. Entonces se reunió con el vocalista de La Derecha, Mario Duarte, y con Bertha Quintero, gestora cultural y se concretó la idea. Rock al Parque se precia de haber traído a las mejores bandas musicales de todo el continente en más de 20 años de realización y de ser considerado uno de los festivales más importantes del mundo.
Por el mismo sendero, Correal ha sido el hombre detrás de los Conciertos de la Esperanza en el gobierno de Gustavo Petro. De la mano del productor vinieron artistas de la talla de Manu Chao, Café Tacvba y Calle 13. En el año 2011 también fue el cofundador del renombrado Estéreo Picnic: tres días de concierto al aire libre con artistas internacionales tan premiados como Calvin Harris y Zoe. Duró dos años de socio apalancador; pero él, que sabe de quiebras, prefirió dar un paso al costado cuando sus socios se atrevieron a traer un cartel de músicos que costaban más de dos millones de dólares. Como el nombre y la marca era invención suya, le dejaron un par de acciones que se hacen efectivas solo cuando se obtienen ganancias.
Ahora está listo para encarar la versión del 2017 del Festival más importante Latinoamérica. Un evento que tuvo ya su momento más polémico: la exclusión del rockero chavista Paul Guillman de la planilla oficial.
Artículo basado en Los totazos que no han podido con Julio Correal. Oct 9 - 2015.