La crisis gubernamental de Colombia y sus instituciones es el resultado de la ignorancia democrática de las mayorías y del ocultamiento y manipulación de la ley, por quienes han ostentado el poder por algo más de dos siglos.
El fracaso estructural del país se afinca en el “miedo al cambio”, heredado de unos ancestros que desde la segunda mitad del siglo XIX y durante todo el siglo XX: místicos y beligerantes; conservadores y liberales, tenían en la práctica más cosas en común que ideologías diferentes; profesaban la misma fe y hacían parte de una misma extracción social tradicionalmente excluida del poder. Los unía el analfabetismo, cultivado y cosechado por los embaucadores profesionales de la religión y la política.
En otras palabras, como lo manifestara recientemente el embajador de Colombia en los Estados Unidos Francisco Santos Calderón en diálogo con la Canciller Claudia Blum: “Es fundamental para nosotros mantener el bipartidismo, Colombia es un tema bipartidista”, haciendo referencia a la estrategia política exterior de Colombia frente a ese país, pero no hace falta ser un experto para derivar que internamente, el éxito de los politiqueros colombianos ha sido conservar polarizada a la sociedad.
De hecho, en Colombia no ha existido el bipartidismo, necesario para el sano equilibrio del poder en cualquier democracia, lo que ha existido en su lugar, es un acuerdo entre la élite para dividir a la población. Incluso desde antes de la denominada Violencia de los años 40, los miembros de la élite no se “matan”, hacen acuerdos y sus hijos no van a la guerra, para eso están los pobres.
Hoy en día, el uso de perfiles falsos para promover a través de las redes sociales la polarización entre la derecha y sus disidencias y la “izquierda”, concentrada en una histórica fragmentación de partidos declarados en oposición al gobierno, oculta detrás de los fantasmas de “el socialismo y el comunismo”, el miedo de la élite colombiana a pensar en la posibilidad real de perder el poder.
Fantasmas porque en la práctica a nivel mundial no han existido, ni siquiera en la Unión Soviética donde se quedaron en proyectos o en la Cuba del bloqueo económico. Mucho menos se han presentado como una opción en la política colombiana. Aun así, el “marketing” electoral ha usado esos monstruos imaginarios para esparcir el miedo y traducirlo en votos.
Por todas partes se culpa a la “izquierda” y más específicamente a Gustavo Petro Urrego de todos los males del país, cuando en realidad la “izquierda” nunca ha ejercido el poder, en Colombia siempre ha gobernado la derecha.
Sencillamente la “izquierda” no puede existir y menos en Colombia donde no hay conciencia de clase, todos se creen más de lo que realmente son como lo ha expresado el mismo gobierno nacional a través de la Dirección Nacional de Estadística (DANE), se considera clase media a los que devengan más de $450.000...
Por otra parte, ¿Quién ha definido que exigir el cumplimiento de los derechos consagrados en la Constitución política de Colombia de 1991, es ser de izquierda?, nos encantan las clasificaciones y las etiquetas, es claro que no pretendemos abandonar los prejuicios.
En este país la mayoría de los intentos por renovar la ideología política han sido violentamente reprimidos para intimidar la participación democrática de amplios sectores, por ejemplo: el liberalismo de Rafael Uribe Uribe (1914), la disidencia liberal de Jorge Eliecer Gaitán (1948), la UP con Jaime Pardo Leal (1987), el nuevo liberalismo de Luis Carlos Galán (1989), la Alianza Democrática M-19 de Carlos Pizarro Leongómez (1990) y finalmente, la UP fue sepultada con el asesinato de Bernardo Jaramillo Osa en (1990). Al abordar el tema del conflicto interno armado, habría que preguntarse primero por sus orígenes.
En conclusión, Colombia no necesita un líder como “Trump” o “Chaves”, de derecha o de izquierda porque cada país tiene sus propias dinámicas o realidades sociales particulares, el país necesita acabar con los partidos o maquinarias políticas, responsables de la corrupción y apoyar figuras independientes, con propuestas que respondan a las necesidades actuales de la sociedad.