El 5 de septiembre de 1921 el cómico Fatty Arbuckle, un nombre prácticamente desconocido hoy en día, celebraba el contrato que había firmado con la Paramount que lo convertía, junto a Chaplin, Buster Keaton y Mary Pickford, en uno de los actores más ricos del mundo. La fiesta empezó desde temprano en un prestigioso hotel de San Francisco, los invitados sobrepasaban el centenar y ya, a la medianoche, el agasajado quería tener un poco intimidad con Virginia Rappe, una aspirante a estrella que veía en el rollizo actor un trampolín a la gloria.
Se encierran en una habitación del hotel y los que están afuera escuchan golpes, gemidos, aullidos y gritos. Media hora después Arbuckle abre la puerta y se nota pálido, descompuesto. Los invitados entran a la habitación y encuentran a Virginia abierta de piernas, sumergida en un charco de sangre y con una botella de champaña enterrada como un puñal en su vagina. Fatty, el gordito feliz que se había ganado los corazones de todos los niños buenos de América, tomó tan drástica decisión al ver que su aparato permanecía impávido por culpa del alcohol y los barbitúricos.
Ofendido en su amor propio decidió hacer justicia con sus propias manos. Los médicos que la atendieron en el hospital no pudieron hacer nada, la chica murió dos horas después por culpa de una peritonitis y el muchacho que estaba destinado a ser uno de los más grandes clowns de la historia, tuvo que ver como la Paramount le cancelaba el contrato. Terminaría sus días solo, amargado, hinchado como un globo y pegado, como si de un karma se tratara, a una botella de licor. Fue el primer caso de un famoso acusado de haber agredido a una mujer.
En Hollywood nunca han faltado los golpeadores de mujeres. Se cuenta que en las noches de su borrachera perpetua Richard Burton acribillaba a correazos a su siempre insumisa, pero masoquista, Elizabeth Taylor y en los sesenta Sean Connery, sin duda el mejor James Bond de todos los tiempos, sometía a largas torturas físicas y sicológicas a su esposa de ese momento, la también actriz Diane Cilento.
Tina Turner también vivió la amarga experiencia de convivir con un loco. Ike, su esposo y descubridor, la usaba como una prostituta. Para cerrar los contratos el célebre creador de las Ikettes, obligaba, a puño limpio, a que su esposa les aplicara felaciones a quien él se lo ordenara. Tina recordaría muchos años después que su exesposo decía, con una sonrisa diabólica cruzándole la cara, que no había nada mejor para finiquitar un contrato que una buena mamada.
En años más recientes los fanáticos de la serie Two and a Half men tuvieron que aguantarse que su drogadicto, borracho y encantador ícono, Charlie Sheen, tuviera que llevar encima el estigma de ser un triturador de chicas. Sus agresiones datan desde 1994 cuando le rompió la frente a una mujer sólo porque ésta se rehusó a tener sexo con él. En 1996 le aplicó un gancho de derecha en toda la barbilla a su novia de ese entonces. El golpe fue tan duro que la muchacha no sólo perdió el conocimiento sino que tuvo que ser sometida a una operación en donde la tuvieron que suturar con siete puntos. En el 2009, el año de su descalabro final, amenazó con una pistola a su esposa. Lejos de perder la fama, como le sucedió en su momento a Fatty Arbuckle, Charlie Sheen cada vez que golpea a una mujer parece ganarse aún más la estima de sus fanáticos.
El siempre viril y misterioso Sean Penn no sólo tiene entre sus aficiones el asistir a sepelios de dictadores sino que también práctica, en sus ratos de ocio, el viejo arte de la violencia conyugal. Así al menos lo hizo saber Madonna cuando huyó en plena noche de su casa después de que a su maridito le diera por tener un ataque de celos. De celosos sí que está poblado el infierno de los golpeadores famosos. Mickey Rourke y Care Ottis eran a finales de los ochenta una de las parejas más envidiadas de Hollywood. Habían encendido el deseo de millones de espectadores con sus escenas hot en la prescindible Orquidea Salvaje. En plena luna de miel ella decidió mostrarle las fotos que Steven Meisel, un fotógrafo gay, le había tomado para la Vanity Fair. Apenas vio el protuberante trasero de su esposa en la revista la tomó del pelo y la estrelló contra el suelo. Luego buscó a un par de sus amigos boxeadores y se fueron a la casa del fotografo Meisel. Allí le dieron severa tunda y hasta le sacaron fotos para que Care las viera: “La próxima vez van muertos los dos”, le advirtió mientras le mostraba las polaroid en donde se veía al pobre fotógrafo bocarriba y sangrante.
Los boxeadores Carlos Monzón y Mike Tyson, el cómico Chris Brown y los actores de carácter Josh Brolin, Mel Gibson y Nicholas Cage también han sucumbido ante el demonio de los celos y sobre sus parejas han llovido patadas, puñetazos, insultos y escupitajos. O sino que lo diga Rihanna que vivió en carne propia la atrocidad de una golpiza cuando a su pareja, Chris Brown, le dio por agredirla en plena calle.
Pero los hombres que odian a las mujeres no son sólo una especie exclusiva del estrellato norteamericano. En Latinoamérica sí que ha habido buenos ejemplos. Todavía conozco mujeres que sueñan con compartir su vida con alguien tan romántico, sensible y profundo como Ricardo Arjona. Lo que no saben es que en una pelea, el hombre que inventó versos tan improbables como “el cadáver del minuto que pasó” o “El problema no fue hallarte, el problema fue encontrarte” amenazó en el 2002 con tirar a su esposa, la puertorriqueña Leslie Torres, del doceavo piso de un hotel. Según el hermano de la víctima, el creador de ese bombón nauseabundamente empalagoso llamado Mujeres, "La ha cacheteado, empujado, pateado, agarrado por el pelo, además de tirarla en la ducha completamente vestida y echarle agua fría".
Si de caballeros golpeadores se trata nadie como Cristian Castro, también conocido como “el hombre que nunca pudo salir del closet”. El galán de mirada matadora tiene en sus records patear a su mamá, aquella recordada profesional de nombre Verónica, y golpear e insultar delante de sus propios hijos a su exesposa Victoria Lieberman.
Shakira no ha estado exenta del maltrato. No hablo sólo de las noches en vela que la hace padecer Piqué y su sed insaciable de sexo extramatrimonial, sino que me remonto a muchos años atrás, cuando era una niña bajita, normal y talentosa que acababa de sacar el que tal vez sea el mejor de sus discos: Pies descalzos. En esos años noventeros conoció a Oswaldo Ríos, el autoproclamado hombre más sexy del mundo. Con la luz que irradian esos ojos metidos entre su enorme cabeza logró seducir a la barranquillera. El romance fue tormentoso y breve pero hubo rumores de maltrato. El caso es que en el 2004 encontramos a nuestro hermoso Caballero de Rauzan encarcelado durante 18 meses por haber abusado físicamente de su expareja Kassiana Rosso.
Lo preocupante de todo esto es que en cada uno de los hechos descritos podemos comprobar que los agresores, lejos de perder popularidad, se ganan el remoquete de bad boys. Lo de Maradona apenas fue comentado como un hecho aislado en las secciones de noticias argentinas y su popularidad no decaerá en lo más mínimo. Yo, que tantas veces lloré y salté con La mano de Dios, aquella cumbia dedicada al peluza por su amigo Rodrigo, escupiré una y otra vez sobre la imagen de Diego.
Ojalá apareciera una Lizbeth Salander y se encargara de cada uno de ellos. Los hombres que odiaban a las mujeres no deben tener cabida en un mundo racional.