A cada uno le fue en la fiesta como creyó que le fue y contará de otros asistentes según su particular parecer. Es lo que le ha pasado al centro político de Coalición Colombia (Fajardo-López, Robledo) en las elecciones legislativas y de consultas presidenciales realizadas el reciente 11 de marzo. Se los ve, sobre todo a los dos primeros, exultantes porque la alianza ganó quince escaños en la Cámara Alta y el Polo, de paso, mantuvo el umbral. Atrás quedaron las ácidas críticas de López al sistema electoral colombiano, a los políticos de siempre que reviven en cuerpo ajeno cuando han sido condenados por delitos diversos. Y no es que faltaran razones para mantener el cuestionamiento a las prácticas de la corrupción electoral, pues por las redes sociales, incluso en la moderada prensa que trata estos asuntos, se han hecho notorios casos atentatorios contra el ejercicio del sufragio.
Embelesado como está el llamado centro arremete contra quien considera el perro más flaco y la toma por delante contra Petro, ganador real de esa jornada pues el uribismo está estancado. Mientras la Ciencia Política, y otras que le son afines, han librado durante años arduos debates en torno a lo que es el populismo, uno de los columnistas de prensa centristas desata el nudo gordiano y resuelve el problema mediante apretado resumen que ofrece así:
Buscan (los populistas) crear una división en la sociedad y negar la legitimidad política de los adversarios y deshumanizarlos. Chávez lo hizo en Venezuela cuando discriminó entre pueblo y burguesía, y Uribe en Colombia entre colombianos de bien y terroristas.
El gobernante (populista) tiene bajo nivel de respeto por la democracia liberal, pues utiliza los sistemas de inteligencia del Estado para perseguir a los opositores, se arman complots para encarcelar líderes de opinión; se desconocen fallos judiciales, etc.
Una característica básica y fundamental del populista es su propensión a gobernar con estructuras paralelas que consoliden su poder, como instituciones, programas y organizaciones anexas al Estado. El DAS de Uribe y sus chuzadas a la CSJ y periodistas, es un buen ejemplo.
Tantos yerros juntos no es posible a veces encontrarlos en una misma columna, pero ocurre. Reducir el tema del populismo a un asunto meramente policíaco es señal de desespero, ante una realidad que tiene asustados a las elites y a quienes dicen no estar en ningunos de los extremos del espectro político nacional. No es gratuito que en Argentina sobreviva el peronismo y en México el cardenismo, el primero acaba de abandonar el poder y el segundo tiene serias posibilidades de asumirlo.
El paso de Perón y Cárdenas por las esferas del poder ocurrió en épocas en que en otras latitudes comenzaba a funcionar el llamado Estado de Bienestar, momento estelar en la recuperación de la economía capitalista internacional, y sus gobiernos expresaron una modificación en la correlación de fuerzas entre las dirigencias tradicionales y significativos sectores de trabajadores asalariados que irrumpían con aire renovador en la política nacional dirigidos y coptados por sectores emergentes de la política y la economía, “opuestos” a los tradicionales, fueron los sectores que el camarada Robledo llamaría de la burguesía nacional. Ese es populismo clásico latinoamericano. Pero eso ya no es posible repetirlo en la época del capitalismo neoliberal. Aunque como se dijo antes las secuelas del populismo están presentes en la memoria de las generaciones posteriores.
La “teoría” del columnista es novísima, hay otras como aquella que asimila populismo a demagogia, promeserismo y esta es la que enarbola el neoliberalismo empeñado en desprestigiar y descalificar las opciones políticas que le son contrarias. Lo llamativo es que encuentre eco en el limbo. Pero si lo que se entiende por populismo es solo persecución al opositor deberíamos decir entonces que buena parte de los gobiernos norteamericanos post segunda guerra han sido populistas. Recuérdese el macartismo, Watergate, la CÍA, no más. No se resuelve lo de las divisiones sociales decretando su desaparición, ellas existen y están ahí. Por algo hay quienes tienen riquezas y quienes no, existen estratos, hay quienes pagan más impuestos que otros bajo gobiernos serios. Un púdico discurso no acabará con la pobreza menos cuando quienes se ofrecen como los que sí lo harán están hasta los tuétanos en casos de corrupción y persisten.
La lucha contra el populismo de Petro es solo un pretexto del centro empantanado que mira temeroso cómo su asexuado, neutro y aséptico candidato se hunde en las arenas movedizas de su incompetencia política y, claro, electoral, mientras el coco parece no parar en su crecimiento en el favoritismo de millones de colombianos. Hasta ahora se ha mostrado que el único contendor que puede parar a la derecha extrema del uribismo y sus aliados godos y de otra condición es Petro, por eso no será él quien deba dar un paso al costado. Si se perdiera la presidencia en esta ocasión en la memoria de los colombianos quedará el ejemplo de quien se enfrentó sin ocultar sus programas a las políticas tradicionales del engaño, la injusticia y la corrupción y eso servirá para el inmediato futuro. La retirada que piden a Petro debe producirse en otros lares.