Por eufemismo se entiende, según la Real Academia Española (RAE), la manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.
Sin embargo, es con George Lakoff (1973), un importante lingüista cognitivista estadounidense, que sabemos que no es más que el hecho de ser amable con tu interlocutor para que este no se sienta mal con todo aquello que dices. En otras palabras, es procurar no maltratar con el discurso (o con las palabras) a las personas que no comparten nuestras ideas, con tal de causar, en medio de un debate, una buena impresión.
Debemos decir que conceptualmente Petro –si es que se entienden las definiciones aportadas– es un eufemista por naturaleza, con tan mala suerte que nadie confía en su dialéctica del engaño. Por ejemplo, para el líder del Pacto Histórico la palabra expropiar –apoderarse de las tierras que legalmente se han adquirido– consiste en democratizar, es decir, darle a otro lo que nunca podrá tener sin no trabaja duro para conseguirlo.
Como si fuera poco, convencido de que la gente se debe tragar todos sus cuentos, nos plantea que la propuesta de una rebaja de penas a cambio de votos, en plena campaña presidencial, habla por sí sola de la más pulcra demostración de lo que ha definido como el “perdón social”, que en términos llanos no es otra cosa que favorecer a la gente que denunció por simple oportunismo político, y que hora quiere sacar del hueco por el mismo interés que demuestra con todas sus actuaciones.
Pese a que se han logrado interpretar muy bien sus eufemismos, Petro no se cansa de suavizar sus truculentas ideas. Ahora dice –tratando de ocultar su torpeza al no poder esconder sus verdaderas intenciones– que quieren entramparlo, cuando realmente el que se entrampó fue él al mandar a su hermano a La Picota como recadero.
Aquí no hay eufemismo que lo salve, porque él mismo explicó lo qué sería su controversial amnistía, que viéndola bien revela el verdadero proceder de un pillo que fue favorecido injustamente.
En conclusión, si usted, amigo lector, con todo lo que lingüísticamente se ha logrado desentrañar de este candidato, sigue creyendo que él representa el verdadero cambio, pues déjeme decirle que se está tomando el mismo sancocho, pero con diferente olla.
Este señor siempre se muestra muy honorable ante las multitudes, cuestiona a sus a todos opositores por lo mismo que él hace –politiquería–; cree que el problema de este país es Álvaro Uribe Vélez, pero cuando le preguntan por los crímenes del M-19 nunca acepta responsabilidad alguna. De eso tan bueno no dan tanto, decían las abuelas.
Para tener en cuenta. La derecha colombiana hoy tiene la mejor oportunidad para ganarse la confianza del votante indeciso e inconsecuente. Digo esto porque Petro ya no se siente tan ganador como hace unos meses, gracias a que se está mostrando tal cual es: otro politiquero con ganas de hacer lo mismo. Por eso es indispensable una campaña que defienda primordialmente el libre mercado, siempre oponiéndose a la corrupción política que nos ha definido como nación.
Referencias bibliográficas
Lakoff, G. (1973). Language in Society, 2(1), 45-80.