Los estomagantes locutores deportivos
Opinión

Los estomagantes locutores deportivos

Nuestros locutores son hoy quienes, daga en boca, vienen matando nuestro español. El resto escucha y sigue porque el fútbol es el signo último de nuestro tiempo.

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junio 20, 2016
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El producto del trabajo de los locutores de fútbol en Colombia conforma en conjunto el peor ataque a la estética pública. Sus narraciones son un atropello al orden y la armonía sintácticos. La elisión —supresión de una o más palabras en una frase— va debilitando paulatinamente el significado de la narración. Otras palabras prolongan la pronunciación de una o dos vocales. Todo en medio de alaridos superpuestos y avasallados. Podría pensarse que es la natural evolución —o involución— de la expresión del fenómeno antropológico moderno del fútbol.

Un libro cautivante de Isabelle Serça, Esthétique de la Ponctuation [Gallimard, 2012], se adentra en el fenómeno del tiempo en la expresión escrita, musical y visual. El arte de la puntuación —lejos de ser asunto de filología árida—  es la cúspide máxima a la cual se llega después de saldar las funciones respiratoria y gramatical de las pausas.

La música litúrgica de la Edad Media es una de las grandes fuentes de la puntuación. Sus compositores elaboraron un complejo sistema de notaciones originado en el lenguaje matemático. Signos exactos  de pausa y entonación, en lo que se llama hoy tiempo real, acompañaban las líneas del texto escrito. Fueron las neumas —cuyo significado es soplo, espíritu, respiración—, que eran la serie de signos gráficos que señalaban la articulación tonal o melódica en una escala. Era un recurso mnemotécnico  cuyo tiempo y ritmo no se anotaban pero eran interpretados por quienes entonaban el canto gregoriano.

Los figura notarum eran claros: punctum, virga, apostropha, clivis,   bipunctum, tripunctum, triphon. Las denominaciones actualmente en uso muestran equivalencia perfecta con los signos: pausa, media pausa, suspiro y sus numerosas divisiones, como medio suspiro, cuarto, octava de suspiro, punto de paro, punto de recuperación. También los signos de aceleración y desaceleración.

El sistema de cadencias concluyentes tuvo su apogeo con Bach. Hasta la aparición de Wagner con el uso de la función suspensiva de las cadencias evitadas y los fines inalcanzados que inmortalizaron Debussy, Mahler y Schoenberg.

Isabelle Serça hace después un recorrido por la literatura y el arte visual, mostrando la presencia continua del arte de la puntuación en todos los ámbitos. Dante con su manipulación exquisita de tiempos. Proust, el maestro de la prosa mínimamente respiratoria que estaba destinada como él mismo dijo a “ser leída, no pronunciada”. Gide con sus “orquestas de incidentes”. Paul Klee y Wassily Kadinsky, el primero con su arte del tiempo y su arte del espacio; el segundo con el rol esencial del tiempo en su teoría de los colores, la “cromogonía” y de las formas, “morfogonía” que se hacen patentes en los claroscuros de Rembrandt.

 

No se trata de pedir a los insoportables locutores deportivos
que aprendan el arte de la puntuación.
Pero hay que implorarles que entiendan el valor de la pausa simple,
como elemento de la civilización, en el contexto de tiempo

 

No se trata de pedir a los aborrecibles e insoportables locutores deportivos que aprendan el arte de la puntuación. Pero hay que implorarles que entiendan el valor de la pausa simple, como elemento de la civilización, en el contexto de tiempo. Caminar sobre la frase, marchar sobre los minutos sin atropellarlos, dice Isabelle Serça, es el significado último de las instalaciones sobre fisicidad del espacio del escultor estadounidense Richard Serra que se contemplan en el Museo Guggenheim de Bilbao.

La elisión lingüística va disminuyendo la frondosidad de los idiomas y desapareciendo sus raíces. Nuestros locutores son hoy quienes, daga en boca, vienen matando nuestro español. El resto escucha y sigue porque el fútbol es el signo último de nuestro tiempo.

Cuando hice y aprobé con trabajados honores —y algo de suerte— los exámenes de Estado de secundaria en Inglaterra —los cuatro temidos nivel A— que habilitan al estudiante a ingresar a la universidad británica y solo pueden ser presentados después de pasar los 16 años, estuvo, obvio, el de idioma inglés avanzado.  Una respuesta oral mía suprimiendo la elisión me dio —pese a multitud de errores en otros subtemas— el A+.

Razón: en la institución de bachillerato donde cursé estos dos años académicos, llegado en directo de mi colegio bogotano conocido entonces por su orgulloso y militante unilingüismo, tuve la suerte única de tener un profesor extraído de la Inglaterra victoriana, gentleman veterano de las dos grandes guerras.  Recitaba de memoria páginas enteras de Chaucer.  Pronunciar  condado Gloucestershire era la prueba de fuego.  “No van a decir Glostasha” incurriendo en elisión, es decir supresión de sílabas dentro de las palabra, advirtió un día. Porque es inglés degenerado, así lo pronuncien de esta manera en Westminster.  Aprendí la pronunciación lenta, morosa y sin elusión.

Ocho años después, algún amigo colombiano de adolescencia —con inglés norteamericano recientemente aprendido— corrigió mi pronunciación extendida y sin ahorro de sílabas del condado de Worcester, cercano a Boston. Insistió pedantemente que se decía “UUUsshhttaa”. Como se dice en la forma degenerada gramaticalmente que posa de correcta.

 

“¿Etoes ora qué maaan?” le preguntaba anoche
uno de nuestros especímenes de la locución futbolera a su colega

“¿Etoes ora qué maaan?” le preguntaba anoche uno de nuestros especímenes de la locución futbolera a su colega. En cinco años o menos quien no interrogue así será corregido con severidad. El tiempo —lo perciben quienes se han detenido antes las esculturas de Serra en el Guggenheim de Bilbao— tiene elemento físico. Estrujarlo y arrollarlo es caer en la elisión perpetua. Es la muerte de la civilización.

Soplo y respiración: ¡por favor señores locutores de los medios! Porque la única opción que nos queda a muchos es mirar los partidos con el audio en cero y no volver a oírlos nunca más. Porque son ustedes estomagantes en verdad.

 

 

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