Hace unos días, un mes a lo mejor, centenares de maestros nos posesionábamos de modo entusiasta en nuestro nuevo empleo, ese que, por mérito, dicen, se alcanza y se disfruta desde el momento mismo en que el acta es firmada. La carrera docente, prometedora para miles de profesionales, comenzaba estrictamente, y así, inspirados en la audacia los educadores pertenecientes a la básica primaria, comenzamos a viajar y a instalarnos en los municipios, principalmente en sus veredas. Con no menos poderío cada uno emprendió lo que en poco, muy poco tiempo, pasaría a ser la renuncia irrevocable, la lamentación y hasta la fuga de aquellos inhóspitos lugares en donde la presencia del estado no tiene ninguna forma de revelación. Y como presos de una decepción profunda, la multitud de maestros comenzamos a ver difuminado el esplendor de un sol que hasta hace poco era albor y “seguridad".
De ese proceso de contratación pública por parte del magisterio, que tardó unos tres años en resolverse, recuerdo hoy con gran ahínco las palabras del señor gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, circunscribiendo en su lema de 'Antioquia, la más educada' toda la fortuna de nuestra magna labor. Así, el día de la inducción, entre apotegmas y costumbrismos, nuestro carismático dirigente quiso resaltar el papel de la educación y el de los educadores en la construcción de una sociedad que cada día cuenta con más retos por dominar y con más utopías por soñar. De su discurso, dos cosas, principalmente, me hicieron estar mucho más atento; la una, “sin dignidad no hay calidad”. Y la otra, “la dignidad del espacio”. No podría haber una satisfacción kantiana más grande que esa de la dignidad humana reflejada en mi labor y también en los espacios donde dicho arte de enseñar (así lo concibo) tuviera toda mi mejor aplicación.
Pero lo que no acaecía todavía en la experiencia de muchos docentes era la agreste y compleja realidad de aquellos sitios que se denominan C.E.R. (Centros Educativos Rurales), muchos de ellos en condiciones deplorables, faltos de recursos tecnológicos, de recursos humanos, con toda la carencia en términos de infraestructura, levantados con un gesto impersonal luciendo hoy como una malaria de negación y de olvido. Y allí, en medio de todo ese descuido tuve que llegar al lugar por mí elegido: C.E.R. La Luz, municipio Campamento.
No encontré en el camino un reino de descanso ni una tregua a mi desencanto, y mucho menos una estepa que favoreciera a mi maltratado cuerpo que hasta ese momento funcionaba asintomático. Decir “difícil acceso” es un piropo para esas trochas que flagelan todo cuerpo que no ha nacido allí y que devoran todo andar que nunca las ha transitado ni por curiosidad. En esos caminos se han comprometido seriamente mi salud, mi trabajo, mi apuesta por una educación mejor.
“Aquí está prohibido enfermarse”. Con esa categórica afirmación el profesor saliente se despedía de mí, deseándome la mejor de las suertes como quien espera a que el nuevo “profesor Yarumo” no perezca por la verdad de dicho lugar. Advertido, pues, de las severidades y las intemperies allí reinantes una especie de morbus del espíritu supo cubrir mi lucidez y despojándome de todo valor sucumbí en la oscuridad del lugar y del tiempo. Más allá de los pueriles rostros de las almas allí matriculadas no adiviné ninguna sublimidad; una escuelita caída, sin internet, sin televisión, con unos computadores viejos e inservibles, con una cancha y sus rejas totalmente caídas que se asemeja más a una cataclismo que a un escenario deportivo, con una trocha de ingreso (y de egreso) sumamente riesgosa gracias a las depresiones del suelo y a otros hundimientos, con los muros y los techos clamando por la renovación, con libros y cartillas viejas que parecen más unos cachivaches de papel, sin una condición favorable para salvarse en caso de accidente a no ser que desde la otra orilla del río escuchen tus gritos de auxilio… con ese dominio de la adversidad y con ese imperio de abandono y de ausencia gubernamental ¿Es cierto eso de la dignidad del espacio?
Y como mi dignidad y mi moral me hacen increpar a quienes hoy defienden tales premisas de calidad y de educación, sobra decir que allí está el sello definitivo del eufemismo, que si el espacio, como está comprobado, no tiene dignidad menos la va a tener el docente que es quien sufre y no disfruta, que es quien soporta y no quien trabaja, que está degradado y no es digno de un espacio y menos de humanidad mientras siga allí arrojado.
Ahora estoy luchando por un traslado debido a unas dolencias óseas y otros síntomas que resurgieron por el rigor del camino, del espacio y del abandono. Lucho contra una Secretaría de Educación que no pone en todo esto tan siquiera un poco de fe antropológica en el maestro y que al oírle narrar su angustia y su padecimiento responden ligero y sin altruismo: “Lo sentimos, usted escogió, nada podemos hacer”; Lucho una Fundación Médico Preventiva que poco ayuda y que cree que los maestros somos unos “chillones” a los que les duele un huesito y quieren ir corriendo a salud ocupacional para que los trasladen a la ciudad; pero sobre todo, estoy luchando con mis palabras ante una administración que agita la educación solo desde lo visible. Su elocuencia que fanatiza a todos, maestros, padres y estudiantes, no es la misma que defiende la ruralidad.
Señor gobernador, ANTIOQUIA LA MÁS EDUCADA ¿Cuál es? Al parecer son los municipios que gozan hoy de un parque biblioteca. ¡Ay! Cómo quisiera yo que esas escuelitas improvisadas que yacen ocultas en esas ignotas veredas tuvieran las mismas ventajas de estilo arquitectónico, la misma dotación bibliográfica, la misma tecnología virtual, pero no, solo la irónica soledad de las montañas nos da su mejor lectura y así la naturaleza se torna como lo que es: didascálica.
Lo invito señor gobernador a revisar su agenda, sus proyectos de mejora y a que visite estos lugares que tanto necesitan de la mano amable de los dirigentes. Lo invito a tratar el tema en esos espacios de televisión que semanalmente ocupa. Lo invito a que valore mucho más a los profesionales que allí refrendamos la condición de lo que es un verdadero maestro, es decir, aquel se afirma aún en las adversidades. Lo invito a que cesen las construcciones de parques bibliotecas y se levanten verdaderas escuelas con sus buenos accesos allí en aquellos lugares. Lo invito a que nos ayude si la salud, el dinero y el amor no nos alcanzan. Lo invito a la vereda LA Luz y a muchas otras veredas, a que camine y ruede por esas trochas despiadadas y así pueda conocer de verdad a su ¡ANTIOQUIA LA MÁS EDUCADA!