En 1998 nadie, ni los Beatles en los sesenta, tuvieron la fama de Leonardo Di Caprio. Acaba de salir Titanic, la película más taquillera de la historia, y su imágen muriendo congelado en el mar rompió el corazón de millones de jovencitas en el mundio. Leo tenía 23 años y un club junto a su compañero Tobey Maguire al que bautizaron "La pandilla del Chocho". En las discos de moda en Nueva York él y sus amigos sacaban un reservado y hasta Donald Trump, con todo y su orgullo, tenía que hacer fila para saludarlo.
Las fiestas con modelos de Victoria Secret con las que atestaba su yate, se sucedían una a una sin piedad. Había energía para repartirle a todos. La verdad nadie controló a la prensa con mayor ferocidad y manipulación sicológica que Di Caprio. El que hablara mal de él quedaba vetado en Hollywood. Por eso han sabido cultivarle la imágen de un hombre eneigmático, comprometido con la ecología y el arte. Nadie le lleva las cuentas. Nadie decía de la vez que hizo desocupar una discoteca en Miami para atestar con treinta de las modelos más cotizadas del mundo, ni de su rumba desenfrenada, ni siquiera eran capaz de publicar las críticas que le hacía el propio director de Titanic, James Cameron, cuando afirmó que era "un niño rico malcriado" con el que esperaba no trabajar jamás.
Nadie hablaba de su promiscuidad desenfrenada, del gusto que ahora tiene por mujeres menores de 25 años, de las 8 novias que ha tenido en los últimos diez años, todas rubias, despampanantes y modelos. No, Leo es un rostro enigmático, el actor mejor pagado y más talentoso del mundo, el que sólo hace ahora obras maestras con Tarantino y Scorsese. Hace poco Margot Robbie detalló el ambiente de acoso constante que vivió en esa obra maestra llamada El lobo de Wall Street, película misógina como pocas.
Leo es un enigma. Sólo ha dado cinco entrevistas en solitarios en los últimos diez años y tiene un trauma -que la gente no lo identifique más por su papel en Titanic. Por eso es la única super estrella que ha rechazado papeles de Super Héroe y que, a pesar de que sólo ha tenido dos exitazos de taquilla en la última década, El origen y el Lobo de Wall Street, sigue manteniendo su caché altísimo. Es el último de los grandes actores de Hollywood, a la altura de De Niro y Pacino, pero como tantos otros artistas geniales lleva el peso del machismo en sus hombros.
Pero mientras Leo se reúne con el papa, con Putin para hablar del cambio climático, intenta ocultar los desafueros de su Pussy Pose. Una vez se volvió famoso y multimillonario Leo intentó bloquear la película Don's Plum, considerada una de las más misóginas de todos los tiempos. Una de las frases que dice Di Caprio en la película es esta “deja de mirarme así o te tiraré una botella a la puta cara, zorra de mierda” ante una chica con lágrimas en los ojos. Su director, quien fue explusado del Pussy Pose, en venganza, la subió Youtube para que podamos verla
Sólo unos pocos se han atrevido a contar historias de su intimidad. Una modelo contó que el día que ganó el Oscar por el Renacido, Leo se acostó con ella pero ni la tocó. Todo el tiempo estuvo vapeando marihuana y escuchando música en sus audífonos. La humorista Tina Fey lo retó en público en en el 2014 en plena presentación de los Globos de Oro y lo presentó de esta manera: “Y ahora, como si fuéramos la vagina de una top model, démosle una cálida bienvenida a Leonardo DiCaprio”. Como dice el artículo en el que está inspirado estas letras, La estrategia de Di Caprio para tapar sus escándalos del diario El País, Leo es un sólo señor aburrido que tiene hobbys muy caros como pagar 30 mil dólares por la cabeza de un dinosaurio.
En este momento está concentrado rodando la próxima película de Scorsese y constatando que no tiene la dulzura de Jake el de Titanic sino la ferocidad y el ego de Jordan Beldford, el Lobo de Wall Street.