Pablo Escobar tenía dos sacerdotes que eran sus asesores de confianza, Elías Lopera y Hernán Cuartas. Ambos columnistas de Medellín cívico, el periódico que el capo financiaba, y daban consejos en Civismo en marcha, el programa del que también era el dueño. Desde allí ambos rifaban entradas a partidos de fútbol en el Atanasio Girardot y hasta oficiaban como moderadores en debates, realizados no en universidades sino en discotecas como Kevins, cuyo dueño era José Antonio Ocampo, sobre los problemas que le traería a Colombia un posible tratado de extradición con Estados Unidos. Ambos sacerdotes tenían en sus despachos sendas fotos con el Papa Juan Pablo II y aparecían en revistas teniendo cada uno de sus retratos pies de fotos como estos: “Ellos son uno de los principales promotores, con don Pablo Escobar, de la obra 'Medellín sin tugurios', cuya resonancia nacional se ha dejado sentir".
Todo el mundo sabía en la capital antioqueña de la relación de los sacerdotes con el hombre más peligroso del mundo. La gente se preguntaba por qué el entonces arzobispo de Medellín, Alfonso López Trujillo, permitía que sus “súbditos” apoyaran a un personaje tan reprochable. López Trujillo siempre había sido un hombre duro con los sacerdotes, sobre todo reprendía a los que hablaban mal del poder. En una columna de la Revista Semana de 2008, poco después de su muerte, el escritor Héctor Abad recordaba la persecución que le hizo a los sacerdotes Gabriel Díaz y René García, quienes se preocuparon siempre por sus barrios, las críticas y molestias que le despertaban las actividades culturales que desarrollaban desde el Colombo-Americano; y al sacerdote claretiano Luis Alberto Álvarez, uno de los críticos de cine más importantes del país y creador, junto a Paul Bardwell, de la revista Kinetoscopio.
Esa persecución a sacerdotes entre la década del 70 y el 80 que realizaban en sus barrios trabajos sociales derivó, según estudiosos en el tema, en que muchas ovejas descarriadas engrosaran las filas de sicarios de Pablo Escobar. Otra de las cosas que nunca le perdonaron en Medellín los católicos consecuentes con su credo fue que hubiera convertido el Seminario Mayor, el que quedaba detrás de la Catedral, en un centro comercial. Con estupor pudieron ver los medellinenses cómo la capilla se convertía en una pizzería de segunda clase,el lugar donde los seminaristas estudiaban teología pasaba a ser una tienda donde venden calzoncillos y en el oratorio hay una feria de Brassier.
López Trujillo, nacido en Villahermosa, Tolima, fue ordenado sacerdote por la Arquidiocesis de Bogotá en 1960. Diecinueve años después fue nombrado por el Papa Juan Pablo II como Cardenal. Se convirtió, a sus 43 años, en el purpurado más joven del mundo. En 1987 presidió la Conferencia Episcopal. Sin embargo, el gran salto de su carrera lo daría tres años después cuando Juan Pablo II lo nombró cabeza del Consejo Pontificio para la Familia en la Santa Sede. En su posición se caracterizó por su postura extremadamente conservadora que compartía con George Pell, el arzobispo de Molbourne que, en este momento, ya convertido en el Tesorero del Vaticano y en uno de los hombres indispensables para el Papa Francisco, está acusado de haber cometido delitos sexuales con niños entre los años 1976-1981.
López Trujillo y sus aliados en el Vaticano, entre los que se contaba Pell, realizaron críticas feroces contra todo lo que sonara a progresismo: la clonación, el aborto, la planificación. Sobre las discusiones a favor del aborto dijo que hacían parte de una “cultura de la muerte”. En 2006, después de que la Corte Constitucional le dio vía libre al aborto en tres situaciones específicas, recordó desde Roma que hasta a los médicos les caería la maldición de la excomunión automáticamente.
El Cardenal López Trujillo moriría en Roma en 2008 a los 72 años. Su paso por el Vaticano no sólo se caracterizó por las polémicas que generaron sus posiciones ultraconservadoras, sino que en el Cónclave del 2005 fue determinante su influencia para escoger, por encima de Jorge Bergoglio, al cardenal alemán Joseph Ratzinger. Pero, sobre todo, sus buenos consejos ayudaron a que Pell ascendiera hasta convertirse en tesorero del Vaticano y uno de los hombres más cercanos al Papa Francisco, quien deberá ir a juicio en julio de este año por las acusaciones de violación que recaen sobre él desde sus años en Melbourne.