Si bien es cierto que aún tenemos mucho que aprender de nuestra actual situación, esta época se ha prestado de una forma inigualable para entender el corriente colectivo de las personas que tienen a cargo nuestro país y los que de una u otra forma han venido influyendo en nuestras decisiones diarias, incluso pasando por encima de las recomendaciones científicas, claramente reconocidas a nivel mundial.
Debo aclarar que no sigo ninguna corriente política, sencillamente soy un médico preocupado por los consejos que a diario dan algunos de nuestros gobernantes, generando un pánico nacional, llevando en ocasiones a situaciones desesperantes, odios infundados y mal información.
Hace poco leía en Twitter los comentarios bélicos dados por el senador Petro, induciendo a la población en general a pedir tratamientos costosos e inexistentes contra el SARS-CoV-2, ninguno avalado por los entes científicos internacionales, que desencadenó un hilo de sentimientos de ira contra el personal médico, quienes en últimas somos quienes tenemos a diario que sobrellevar la penosa situación de ver a diario gente fallecer no solo por esta enfermedad, sino por muchas otras las cuales incluso con tratamiento son igual o peor de agresivas.
En el otro extremo de la corriente política está el presidente de la nación, con su discurso de más de una hora diaria, que en un principio motivaba a la población en general a cuidarse, tenía muy buenos asesores políticos, era inspirador y generaba esperanza en un país que lleva más de 60 años perdiéndola, pues nos hacía sentir humanos; pero que se puede esperar de un personaje puesto en bandeja de plata por el mismo partido que hizo todo lo posible porque el país dijera no a la paz. Hoy por hoy, su programa es más aburrido que el noticiero del senado y al igual que Petro habla con propiedad de cosas que no conoce, es como aquel compañero vago que no hizo nada del trabajo final en la universidad y preciso lo escogen para hablar frente a un auditorio.
Como estos dos, están los influencers, youtubers, yerbateros, la vecina del barrio, que se atreven a opinar de cosas que no conocen con tal propiedad que asusta, porque sus palabras tienen repercusión en los oídos de los que no han tocado un libro y le creen a todo lo que las redes sociales publican a diario.
Esto tiene una explicación científica. Se llama efecto Dunning-Kruger y se puede reducir en una frase: cuanto menos sabemos, más creemos saber. Este par de psicólogos demostraron a finales de los 90 que las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar las mismas, y los vemos a diario en las reuniones sociales, entrevistas en redes donde personajes atractivos opinan sobre todo lo que escuchan sin tener ni idea, pensando que saben mucho más que los otros, imponiendo sus ideas como si estas fuesen verdades absolutas y generando la falsa creencia que todos los que opinan diferente a ellos son incompetentes y discutir con ellos es extremadamente difíciles pues tienen una mente muy rígida.
La pregunta sería: ¿vale la pena desgastarse? La respuesta es demasiado individual. Cada uno de nosotros está en su libre derecho a creer lo que nos haga felices, sin embargo, no podemos poner en las manos de otros las decisiones de nuestro propio bienestar. Han sido tiempos difíciles, las recomendaciones ya están dadas, los médicos hemos estudiado por años para salvar vidas, nos actualizamos a diario y no le negamos a ningún paciente la atención, pues está en nuestro juramento, pero más allá de eso está en nuestra esencia y esto se refiere a aquello que constituye la naturaleza de las cosas, a lo que de permanente e invariable tenemos, prevalecer y amar nuestra profesión; ahora si usted prefiere seguir las recomendaciones médicas de un político está en todo su derecho, si es lo que lo hace feliz.