El presente escrito es una breve reflexión de la educación en Colombia. Para ello he tomado literatura especializada de diferentes disciplinas, así como anécdotas, observaciones y nuestras investigaciones. El análisis lo voy a realizar desde 1990, en virtud de que en ese año inició la educación neoliberal en el país, hasta el presente.
La educación en Colombia está diseñada para responder a las obligaciones contraídas por el Estado colombiano con los entes multilaterales, como lo son el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo Monetario Internacional (FMI), y con los predicamentos políticos de EE. UU.; eso sin olvidar los intereses de los gremios económicos en Colombia. Es decir, que la educación en vez de ser un mediador o un instrumento para fortalecer el tejido social y para ampliar las competencias gruesas y blandas (palabras de la economía ortodoxa), es más bien un cúmulo de datos donde glorifican la expansión de la matrícula.
De igual manera, al ser un sistema, existen una gran cantidad de falencias que se repiten y se volvieron normales. En efecto, hay estudios en capital humano, a través de análisis macroeconométricos, que sugieren que los licenciados en promedio son el recurso humano que al presentar las Pruebas Saber tiene los peores resultados, impactando notablemente a sus estudiantes.
Así mismo, persisten ideas como que los niños al llegar a primero de primaria deben saber leer y escribir. Como si un niño de 5 o 6 años le interesara eso, provocando, entre otras, cosas el odio generalizado frente a la lectura y la escritura, en virtud de que no es funcional y los deprimentes resultados de los estudiantes colombianos al presentar pruebas mundiales; en promedio, los de quinto de primaria leen y escriben como niños de primero, y los de noveno de bachillerato, como los de quinto de primaria. Siendo que existen evidencias, como los estudios hechos en Japón y Finlandia, que reafirman que a estas edades se deben generar procesos socioemocionales, no de competencias gruesas.
Además, existen colegios para los que tienen mayor poder adquisitivo, donde los profesores tienen mejores salarios y mejor cualificación, por lo que pueden desarrollar mejor el potencial de los estudiantes; y existen colegios para los que no, muchos públicos, donde en promedio a los profesores les pagan muy mal y donde tienen condiciones que complican el proceso: enseñan clases con cuarenta o sesenta estudiantes y las instalaciones parecen más una cárcel que un recinto pedagógico.
Igualmente, existen las universidades, los garajes y un compendio de instituciones educativas superiores donde se glorifica según el poder adquisitivo del estudiante. En particular, los que tienen dinero aprenden a ser gerentes y si eres pobre, a ser un obrero cualificado.
Por otro lado, tanto los colegios como las universidades emergieron en el paradigma de la modernidad desde los postulados de Kuhn. Eso hace que continúen con ideas y fragmentaciones del conocimiento como si en el presente se pudiera solucionar los problemas con lo disciplinario. Precisamente, un legado de René Descartes y que se ve en las instituciones es la categoría fragmentar. Para Descartes, el conocimiento no lo podía adquirir el hombre en su totalidad. En consecuencia, es necesario fragmentarlo y la sumatoria de esos fragmentos (disciplinas, áreas) llega el todo.
Por eso es que cuando uno llega al colegio, por decir algo, inicia con la clase de español, continúa con la de biología y termina con educación física y se supone que al final del día “sabía” las tres áreas. O en la universidad, si tomo como ejemplo la carrera de economía veía uno primero macroeconomía y después cálculo vectorial, y a la final “sabía” ambas disciplinas. Lo que ha provocado esto es una consagración de lo disciplinario y en segundo lugar la desconexión entre los hechos como miradas reduccionistas de los fenómenos. En efecto, uno encuentra economistas que solo “saben” una cosa y consideran que, si el modelo econométrico está bien, aunque este no de respuestas a la realidad es lo que importa y no solucionar la problemática. O lo que pasó con la catástrofe de Hidroituango, que, además de la corrupción, ratificó que los ingenieros no escucharon a los geólogos ni a los topógrafos, pues creían que con solo su disciplina podrían desarrollar el proyecto.
Para terminar, el objetivo del presente escrito fue realizar una breve reflexión, la cual puede tener errores. Sin embargo, los datos como los procesos sociales evidencian que el Estado colombiano es uno fallido, donde todavía hay gente que consume jabón para atacar el COVID-19 o donde el gringo promedio es cuatro veces más productivo que cuatro colombianos. Sin olvidar, que al Estado colombiano no le interesa la investigación y se refleja con aporte exiguo del PIB, para esto no que llega ni siquiera al 1%. No en vano hay una ministra de la “ciencia” cuestionada por sus investigaciones, senadores que apenas llegan a bachillerato o ministros con plagios en su tesis. En consecuencia, mientras sigamos en las mismas, dudo mucho que se pueda fortalecer el parque empresarial y reconfigurar el tejido social, además seguirán los actores, los músicos, los futbolistas y los políticos estableciendo qué es la verdad; sin olvidar la superstición y demás pseudociencias estimadas por en el presente como hechos.