Terminadas las elecciones internas del Partido Liberal el pasado 30 de julio, hubo manifestaciones de júbilo y de exaltación al trabajo realizado en las toldas rojas. Muchos de los mensajes, columnas y noticias que se generaron al respecto, mostraron tendencias de distinto índole; unas motivadas por el sensacionalismo de los resultados, otros más por las posibilidades de éxito que se vislumbran para el partido, otros aún más centrados y realistas, mostraron las verdaderas razones de la felicidad por los resultados de dicho ejercicio democrático: la posible reconciliación con las bases liberales en Colombia, nuevamente el pueblo liberal volcado a votar en elecciones internas.
Aunque al final, la razón de alegría generalizada de los liberales, principalmente de los líderes políticos del partido, era el éxito de la consulta interna, la motivación más hedionda y repulsiva era aquella que tenía fines sensacionalistas con intereses irritables y descaradamente personalistas. Años atrás, desde que comenzó este desgastante y dañino proceso jurídico intestino en el Partido Liberal, donde surgieron lo que en principio, parecían reclamaciones justas y, dentro de los principios rectores del ideario liberal, totalmente legítimos, terminaron dando un vuelco hacia la reivindicación, por todos los medios, de ciertas minorías de sectores liberales que, ante la pérdida de espacios de participación política democrática, trataron de ganarlos de nuevo mediante argucias legales y leguleyadas amparadas en la norma y en la letra chiquita, al mejor estilo de la extrema derecha, ese que tanto se critica pero que, a su vez, tanto disfrutan algunos a la hora de repartir la torta burocrática.
Acaso, en medio del largo, desgastante y dañino proceso legal a la que se vio enfrentado el Partido Liberal por los ya demostrados intereses internos de algunos, no debieron salir a flote las incompatibilidades éticas y morales, así como la digna declaratoria de incompatibilidad para presentarse a dichas elecciones, pero además, sacando provecho de los resultados de manera individual frente a las evidentes aspiraciones electorales o electoreras, a futuro, repito, tratando de ganar en el papel lo que perdieron en el libre ejercicio democrático. Pero tal vez, la mayor demostración de arrogancia y de cinismo es que luego de conocidos los resultados, algunos, embriagados de prepotencia y ambición personalista, enajenados por un triunfalismo de facto, salieron a celebrar y a repetir todas aquellas prácticas que hasta ese día decían atacar y por las cuales motivaban la realización de cambios profundos en el liberalismo colombiano.
Al fin y al cabo, terminaron ellos demostrando que el único enemigo que tiene el liberalismo es la ambición desmedida de unos cuantos por el poder que tienen otros tantos, con la diferencia que aquellos a quienes hoy atacan los leguleyos se ganaron su poder a partir de los votos de los liberales de los territorios, mientras que quienes deslegitiman lo quieren hacer con prácticas decimonónicas y oscurantistas, tan alejadas de los preceptos ideológicos del liberalismo, como lo están quienes quieren parecer los más liberales y a su vez, han sido los causantes del mayor desgaste del partido frente a su electorado. La humildad del General Rafael Uribe Uribe está expresa en estas palabras en: A los liberales de Colombia.
“Me consta que muchos de mis amigos políticos desean oír mi voz para determinar su conducta. Bien que no siendo en mí en quien se halla depositada la autoridad oficial del partido, no estaría yo, en rigor, obligado a hablar pero sería cargo de conciencia no hacerlo cuando un falso supuesto podría traer la continuación de sacrificios que he venido a reputar estériles, y cuya responsabilidad pesaría, de cierto modo, sobre mí silencio autorizara con mi si los autorizara y mi silencio”.
Se salvó el Partido Liberal, podremos gritar algunos, cuando quienes lo atacaban por falta de legitimidad de sus directivas ahora llegan a darle legitimidad, no en ausencia de las anteriores sino en una regocijante participación de quienes ayer vociferaban y hoy se autoaclaman como los emancipadores de la perturbada ideología liberal del Partido. Mentiras. Que quede claro que el partido le pertenece a toda una colectividad, la cual en su legítimo ejercicio le ha entregado su representación a quienes hoy están en la dirigencia del partido. Cómo llamar redentor a quien cohonesta con quienes están en esquinas completamente contrarias al ideario liberal. Cómo esperar la reorganización y renovación del Partido Liberal por aquellos que en el afán de protagonismo no solo terminan tirándole piedra a la estructura de la colectividad buscando su participación individual del mismo. Queda en evidencia que aquella “espuria” dirigencia liberal era espuria en la ausencia de quienes así la definían