No podemos sino deplorar profundamente el clima de caza de brujas que se ha instalado entre los políticos (ariasfóbicos) y los periodistas (ariascríticos) tras la extradición la expulsión o la devolución del exministro Arias a Colombia. Esto los podría llevar a considerar que ha llegado el momento de asestar un golpe decisivo al enemigo y así completar sus oscuras intenciones. Siguen señalando y difamando sin miramientos ni contemplaciones. Las mentiras se propalaron de mala fe para alimentar a los grupos de activistas y no se correspondían de ningún modo. Estos personajes enemigos declarados de Arias —ariasfóbicos y ariascríticos— llenos de retórica vacía y especialistas para sembrar la discordia dentro y fuera de su propio país, que disfrazan las verdades y se sienten con el derecho de juzgar a los demás, no solo tratan de influir en el curso y en el funcionamiento de la justicia, ejercida por tribunales que aplican normas a menudo contrarias al principio de legalidad y al derecho internacional relativo a los derechos humanos, sino también lo someten a una campaña de desprestigio demoledora que, de prolongarse y cuajar en la opinión pública, dará un nuevo impulso a los acusadores o moralistas.
En cualquier caso, estamos hablando de los acusadores hipócritas que recurren a los dobles raseros, la manipulación política, la selectividad, la politización y los chantajes, los denominados "defensores" de los derechos humanos que tratan de pintarse a sí mismos como mansos exteriormente, sin embargo, son en realidad "malvados” y están por completo dedicados a juegos políticos “y a esconderse detrás de la doblez y que en su ser interno continúan engañando a Dios y a innumerable gente cada día”. Es imprescindible detener esta nueva agresión contra una persona sensible y adolorida y acosada psicológicamente, en su familia y en su entorno sin piedad y, en particular, de respetar los principios de presunción de inocencia. Aunque hoy desempeñemos con razón o sin razón el papel de acusadores, debemos ser conscientes de que mañana nosotros mismos como personas podemos estar sentados en el banquillo de los acusados. La presunción de inocencia es la primera protección del honor de las personas, que lo garantiza contra los prejuicios y las pasiones de la justicia popular. Así, a la deuda por la injusticia cometida con su negación a la segunda instancia (y que a la larga la justicia triunfará) hoy tenemos que añadir la enorme deuda de admiración y gratitud por su esposa, familia, y un montón de amigos alrededor de él, por su excelente labor, apoyo y solidaridad, pero asimismo por la lealtad y el espíritu de cooperación que le han mostrado en los últimos cinco años.
No debemos nunca minimizar la agresión y la injusticia que el exministro Arias ha padecido y que, por desgracia, sigue padeciendo. El señor Arias ha estado sometido a una feroz persecución, ha vivido en circunstancias únicas impuestas por la ley y ha estado aislado del resto del mundo. Recuerden que se le negó el derecho más básico en virtud del Derecho internacional: el derecho a un juicio justo. En el caso Arias, nadie podría negar que se ha cometido una grave injusticia, y se interrogan sobre el modo de cumplir el deber de repararla. Y en cierto modo el señor Arias es el primer mártir laico de la Constitución, apedreado por querer reclamar ante la justicia por los daños y perjuicios sufridos y exigir la libertad inmediata. San Agustín defendía que la tristeza de quien sufre injustamente es mejor que la alegría de quien ha cometido una injusticia. Y así, con Arias, su derecho de acceso a la justicia y la verdad ha muerto sobre el altar sacrificial del estado de impudicia, de la retórica vacía e impunidad, de los intereses partidarios, de la falta de la ley e indiferencia, lo que constituye una injusticia flagrante. Hoy día el país está preparado para hacer la vista gorda ante muchos actos malvados, a condición de que estos actos los cometan quienes negociaron la paz y se burlaron de la justicia y de su propia nación. Esto es inaceptable en un gobierno de centro derecha que se inspira en los principios de legalidad, igualdad, transparencia, previsibilidad y equidad.
Frente a la injusticia, nuestro inconfundible deber es seguir librando la batalla. La injusticia sufrida por Arias debe repararse. La justicia debe impartirse y dejar ver que se ha impartido. Arias tiene derecho a la segunda instancia y a vivir en condiciones de seguridad. Echemos mano de todo nuestro poder e influencia para garantizar que se cumpla la segunda instancia para Arias, y para que se le haga un juicio justo en presencia de observadores independientes. Las autoridades judiciales ya no deben resistirse a la voz del sentido común. Arias siempre ha mantenido que es inocente en tanto no sea declarado culpable en un fallo definitivo sobre la cuestión. Su actitud moderada y pacífica ante las injusticias han hecho que tenga muchos seguidores, ha saltado de una relativa oscuridad a una gran popularidad. Organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos han expresado también su gran preocupación por la posibilidad —más que una sospecha— de que no se conceda la segunda instancia y pueda sufrir presiones mientras estará detenido. Sin embargo, desgraciadamente da la impresión de que en los últimos meses las voces que reclaman dichas iniciativas y la necesidad urgente de adoptar medidas que garantice un juicio justo de acuerdo con las normas jurídicas internacionales se están quedando cada vez más mudas. Ahora pasemos a otro motivo de preocupación relacionado con sus enemigos más jurados:
Los ariasfóbicos y los ariascríticos
Existen enemigos políticos declarados o encubiertos del exministro Arias, y la segunda guerra mundial no acabó con ellos. Enemigos mortales de la verdad y de la justicia, codiciosos, irredentos condenados al infierno o pobres paganos que hay que convertir. Si la actitud de los políticos (ariasfóbicos) y los periodistas (ariascríticos) manifiesta diversos modos de engaño, odio, aniquilamiento del otro y mentira, los hijos presentarán los mismos sentimientos.
A los ojos de algunos ariasfóbicos y ariascríticos de la oposición, la línea divisoria entre la justicia y la injusticia es relativa. Pero se equivocan, porque en el caso de los políticos la regla también es que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Al fin y al cabo, hablamos aquí de los hipócritas de grandes principios, las denominadas fuerzas morales, notablemente cínicas, para quienes el provecho cuenta más que la persona; son más estrictos en sus juicios sobre los demás al mismo tiempo que son más indulgentes hacia sus propias acciones. Algunos argüirán que sus mezquinas contiendas son también una dura batalla entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, esto también es falso, tiene un solo objetivo hacer valer sus propios intereses políticos. Es triste ver a los fariseos insensibles ante el sufrimiento y la injusticia y de cómo estos actos inadmisibles alimentan, a su vez, el odio y el espíritu de venganza.
Pasemos ahora a los ariasfóbicos, enemigos declarados de Arias. El político ariasfóbicos siempre se viste de blanco como las paredes. Es el hipócrita que hace las leyes, pero deja que otros las apliquen, no garantiza el bienestar de la población o la supervivencia de los demás, solo garantiza su estado de olímpica imperturbabilidad, demostrando así que está más interesado por la demagogia y la propaganda fácil, y trata de confundir a la opinión pública defendiendo postulados, a veces vacíos de contenido, y a veces inadecuados; a través de las prácticas de la manipulación de la información y la falsificación de la realidad, con una cierta alergia al control de la legalidad y una justicia que ni siquiera sabe definir.
¿Cómo puede un político hablar sobre justicia, proponer o discutir leyes o reformas sobre el funcionamiento de la justicia cuando él mismo debe defenderse, no importa de manera correcta o incorrecta, de la misma justicia?
Con respecto a los periodistas y a los propietarios del medio estos se visten de negro y muchos han hecho de su calumnia una mística disfrazada con ropaje de santidad; son todavía peores y más peligrosos. El ariascrítico es uno que sabiamente cortaría en medio un recién nacido reñido por dos madres, así no se equivoca, y casi nunca se mueve cuando hay un pobre demonio para defender. Es percibido como un canalla temeroso que siempre defiende al más fuerte, un esquizoide sin afecto que siempre se balancea entre los opuestos como un limpiaparabrisas: verdugo cuando le convenía, inocente cuando quería sacar el aplauso.
La fe en la justicia y la democracia ha muerto para numerosos ciudadanos y la imagen de la Colombia está manchada para mucho tiempo, la autodisciplina y el Estado de derecho ha quedado anegado en un agitado recipiente de odio y venganza, ejemplo típico de politización sectaria de una institución básica: sigue triunfando la injusticia. Amén.