En 1604, la Compañía de Jesús llegó al altiplano que alguna vez fue territorio de los chibchas. Se establecieron en un costado de la plaza, pues toda ciudad española estaba fundada alrededor de la plaza como correspondía con las concepciones tomistas -de Santo Tomás de Aquino- quien afirmaba que toda vida nacía del ombligo.
El edificio de los Jesuitas era reflejo del esplendor del imperio español que resurgía gracias al accidente por el que Cristóbal Colón descubrió América. Y ahí está, inmune a los tiempos, eterno como los cerros nororientales. Se trata del Colegio San Bartolomé, una de las joyas arquitectónicas más importantes de Bogotá.
Mientras el Congreso y la Casa de Nariño, sus vecinos, se demoraron cerca de un siglo en terminar de construirse porque, entre otras excentricidades, a los encopetados presidentes de turno les dio por traer la piedra desde Europa, mientras el colegio se erguía allí como un gigante firme y poderoso.
En medio de la barbarie del progreso, hay edificios que se resisten a ceder al paso del tiempo. Hay unos del siglo XX emblemáticos como el de Avianca, que en su momento fue conocido como el primer rascacielos de la capital. Un incendio amenazó con borrarlo del mapa en los años setenta durante una de las tragedias más recordadas del centro de Bogotá.
Otras construcciones conservan algo del esplendor pasado como los teatros de cine, que se constituían en templos arquitectónicos y cuyo máximo representante fue el Olimpia, creado para albergar a cerca de 2.000 personas en los albores del cinematógrafo y del siglo XX. Sin embargo, uno de los pocos testigos mudos que quedan en pie es el Teatro Faenza.
El Planetario queda en una de las zonas urbanas más bellas de Bogotá. Su forma circular y futurista recuerda que acá, en algún momento, y gracias a arquitectos como Rogelio Salmona, se tuvo fe en la humanidad y en los derroteros que esta podía tomar.
Salir a pasear por Bogotá es encontrarse con esta belleza. Este es el recorrido por los edificios que deben preservarse en una capital que nunca tuvo el mármol y el hierro de otras urbes latinoamericanas como Buenos Aires o Ciudad de México. Este es el recorrido: