El ícono de la rumba gay en Bogotá y Colombia se resiste a morir como negocio. Sus principales socios Luis Bernardo Cuartas y Edison Ramírez se ha propuesto, con creatividad y el apoyo de fans de la discoteca tenerla a punto para cuando llegue el momento de poder volver al goce presencial.
La discoteca con 16 ambientes distintos que se levantó donde quedaba viejo teatro Metro Riviera, que en los años 70 era uno de los más famosos de Bogotá y Chapinero que se marchitó por la pandemia y lleva trece meses sin que sus salones reciban una sola pisada.
El lugar, el cual necesitaba más de 300 empleados para funcionar, hoy solo puede, y desde hace menos de un mes, darles trabajo a doce de ellos. Y con los nuevos cierres obligatorios desde mitad de abril, la situación volvió a complicarse.
En los 390 días desde que se decretaron los primeros cierres del comercio para evitar los contagios del virus los dueños de Theatron se han dedicado a pensar alternativas que permitan no perder sus clientes. Creatividad es su fórmula.
El pasado 4 de diciembre, con la esperanza de que todo se empezaba a normalizar, y con las nuevas oportunidades para abrir los negocios nocturnos que dio la Alcaldía de Claudia López, que empezaban a ser una realidad, abrieron su unidad de gastrobar El Muro, un restaurante donde amparados por la ley ofrecían cerveza y cocteles. Aunque un par de decenas de clientes fieles se hicieron presentes, la alegría duró solo dos fines de semana.
El 19 de diciembre, por el pico de contagios que se elevó con la celebración del día de las velitas, la orden del Distrito fue cerrar de nuevo. Todo se fue para el piso. Las inversiones en alimentos para el restaurante tuvieron que ser repartidas entre los empleados para no tener que botarlas.
A mediados de marzo de este año volvieron a abrir, pero de nuevo el 21 de abril tuvieron que cerrar. Christopher, asistente de uno de sus propietarios, Edison Ramírez, no disimuló su desmoralización y preocupación. Lo suyo había sido atender a la gente, entretenerla y verla divirtiéndose. Este es uno de los veinte empleados que han podido sostener el trabajo.
Aún se recuerdan los tiempos de gloria de Theatron donde la caja registradora no dejaba de marcar y fueron millones los que produjo este negocio en el corazón de la rumba de Chapinero. A los pocos años de haberse inaugurado —en 2002— se convirtió en referente de la rumba bogotana donde rumbeaban 12 mil personas cada fin de semana en sus 16 salones, que eran atendidos por más de 300 empleados, la mayoría de ellos brindando seguridad dentro y fuera del gigante bar.
Los de Theatron no entienden cómo decenas de los cientos de bares que pululan en Chapinero han sobrevivido con las rumbas ilegales y clandestinas. —Les quedó grande controlar la parte ilegal— dice Christopher, que, como residente de Chapinero y conocedor de la vida nocturna, sabe quiénes y dónde se hacen estas reuniones clandestinas.
Las maromas que los empresarios de la rumba bogotana han hecho para resistir están llegando a su fin. No hay de donde pagar las cuentas que no dejan de llegar. Seguirán resistiendo es la premisa de Édison cada vez que sus ya pocos empleados le preguntan qué viene para la semana que se asoma. Han sido 14 meses complicados. De abril de 2020 a diciembre del mismo año sus puertas no se abrieron.
Lo intentaron con El Muro, cumpliendo los protocolos exigidos para atender clientes allí, como uso del tapabocas, distanciamiento social, toma de temperaturas, pero los nuevos picos del virus de origen chino, como los nuevos cierres y los toques de queda tumbaron cualquier oportunidad de volver a abrir por el momento.
Cerrar definitivamente nunca ha sido una opción para los socios. Resistir es la palabra que los ha identificado en estos meses de pandemia, durante la cual se han movido en sus redes sociales, interactuando con sus seguidores con el fin de no perder la marca.
De resistir Édison sí que sabe. Su historia como emprendedor y empresario en Chapinero empieza peleando los embates de la discriminación contra la comunidad gay. Conociendo de cerca los desprecios que vivían varios amigos de la comunidad cuando iban a arrendar un apartamento, se dedicó a comprar edificios en Chapinero para arrendárselo sin problema alguno a parejas o gays solteros. Compró cinco edificaciones y Chapinero empezó a ser conocida como ‘chapigay’, esa fue obra suya.
A comienzos de los 90 después de abrir varios sitios de rumba gay y convertir sus nombres en íconos de la fiesta bogotana, en 2002, asociado con amigos, entre ellos Luis Bernardo Cuartas, compraron el viejo teatro Metro Riviera y allí empezó la construcción de un sueño llamado que más que la discoteca gay más grande del país se ha convertido en un estilo de vida llamado Theatron, donde cada fin de semana recibía más de cinco mil personas rumbeando en 16 ambientes diferentes en igual número de salones.