Los duendes son conocidos en Pijao, Quindío como pequeñas criaturas malignas que buscan hacerle travesuras a los campesinos. Para esta población la existencia de estos seres no es ningún mito y hace parte de los seres misteriosos que habitan los cafetales.
En la zona del Sur del Quindío, más exactamente en la ladera occidental de la Cordillera Central, se encuentra un municipio que lleva por nombre el de la tribu indígena que allí se alojó: Pijao.
Son las 7:30 en Pijao. O al menos eso dice el reloj de la torre de la iglesia que raya con la arquitectura colonial del municipio. La gente comenta que, la rara estructura de la iglesia se debe a que la construcción original se vino abajo con el terremoto que afectó a gran parte del eje cafetero en el 99.
La hora indica que son las 7:30, Luis Fernando y David tratan de calentar la mañana con el tinto de la Panadería La Sexta. Luis Fernando tiene tres puntos en la ceja izquierda y un brazo amputado y David, un cuerpo ajetreado por el sol. Los dos son caficultores. Pijao, como la mayoría de los pueblos del Quindío, tiene como base económica la producción y recolección del café y, también como la mayoría de pueblos cafeteros, ha sufrido las problemáticas de su sector, la inestabilidad de sus precios y la falta de subvenciones por parte del Estado.
Luis Fernando y David tienen sus fincas, pero aparte de sostenerlas trabajan en fincas vecinas. Allí las jornadas son extensas y los jornaleros deben quedarse día y noche cerca del cultivo. Mientras el tiempo transcurre, las enormes paredes de montañas albergan seres que algunos clasificarían como mitológicos, pero que ellos sienten como reales. Uno de ellos es el duende.
Existen historias que transitan de oído a oído por las calles del pueblo, una de ellas es la de Salvador, un vecino de David Quintero.
Son las 7:30. El tiempo no pasa en Pijao. David sigue tomando café con Luis Fernando y de repente se anima a contarle la historia de Salvador y el duende:
- Hace como diez años en la Finca de Tulio Sánchez, de la vereda la Mariela, estaba Salvador. Salvador era el administrador de la finca. Dicen que tarde en la noche lo sacaron a él de la casa, por una falda abajo. Al otro día se fueron a buscarlo y lo subieron por una loma arriba, porque estaba como muerto. Cuentan que era un espanto el que se lo había llevado y que lo había desaparecido de la casa. Él, en un momento volvió en sí y lo tuvieron que llevar pa’ Armenia, pal médico, porque quedó sonámbulo.
Salvador aún está vivo, luego de que le pasó eso se fue a vivir a Caicedonia y ahora volvió a Pijao. Pero a él si lo sacó una imagen de espanto, lo sacó de la casa y por aquí por el pueblo se escuchaba por ese entonces el murmullo de todo eso. Eso fue cierto. Fue por allá arriba donde Tulio Sánchez, en la finca que llaman La Campesina.
La gente dice que no hay que creer en espantos y espantos si los hay. Tiene que haberlos. Muchos dicen que es uno mismo el que se espanta y, no es que uno mismo se espante, sino que si los hay. Yo no he tenido experiencias con espantos pero sí los he escuchado comentar, porque Salvador era vecino mío.
De pronto haya sido un duende o alguna cosa mala, eso puede ser algo maligno, porque no es cosa buena, yo no creo que una guaca lo vaya a desaparecer a usted. Una guaca es una guaca; la guaca es normal.
Mientras David cuenta la historia de Salvador Luis Fernando toma un sorbo de café para calentarse del frío de la lluvia que desde que inició mayo no para. Luego de tomar el sorbo dice:
- Yo estuve trabajando en la Sierra, una finquita pa’capa’rriba y allá se escuchaban ruidos tarde de la noche: vasos que se movían, loza que cogían, y yo me levantaba y miraba y no veía nada. Y de pronto una mañana me levanté, había llovido, y había una ruedita bien formadita; como de un entierro, o sea, lo que nosotros llamamos como una guaca. Yo le comenté al administrador de la finca y el entendía un poquito de guaquería y llamó a un guaquero y la miró y la desenterró y había vasijas de indios. No era una guaca rica pero si había algo que había enterrado un indígena. Y en muchas fincas yo he escuchado por ahí que entra un caballo sin jinete, se escucha como que abren la puerta y se asoma uno y no ve nada.
Los duendes son conocidos en Pijao como pequeñas criaturas malignas que buscan hacerles travesuras a los campesinos. Pueden ubicarse cerca de una guaca, como lo sugirió Luis Fernando o pueden aparecer en el camino para hacerles perder, como le pasó a Javier Pérez, un pereirano que vino al municipio a trabajar de recolector en esta temporada de cosecha. Javier está parado en el andén de la panadería que queda justo frente al parque principal. Él espera desde hace más de dos horas que el bus lo recoja para ir a su casa. A Javier lo han asustado los duendes muchas veces y desmiente a quien le diga que estas criaturas traviesas no existen:
- ¿Qué si los duendes existen?, claro ¿Cómo no van a existir? No ve que el duende le esconde a uno las cosas, lo asusta, lo embolata. Uno pone una cosa en alguna parte y al rato va disque a buscarla y no la encuentra. Los duendes si existen ¡Claro! ¿Cómo no van a existir? El duende le tira piedras a uno y le esconde las cosas, las embolata y si uno reniega pues peor, por que más lo molestan a uno. El duende lo molesta a uno a cualquier hora y lo persigue donde uno esté. Uno no lo ve pero lo siente.
El duende existe tanto que lo embolata a uno. A mí me ha embolatado el duende y me ha hecho muchas picardías también. A mí me molestaban mucho cuando vivía por el Valle. Por ese entonces a mí me gustaba mucho caer tarde de la noche a la casa y cada rato me embolataba. Yo llegaba a un potrero y me ponía a voltear y a voltear y a voltear, hasta que se hacía de madrugada sin poder encontrar la salida. Los duendes si existen ¡Claro! ¿Cómo no van a existir?
Yo la clave que tengo pa’ eso es hacer una rueda de bejuco, de esos del monte, y luego me la paso desde la cabeza a los pies y apenas esté en los pies la pongo a rodar y ya el duende se pone a jugar con ella y lo deja a uno, porque es que él lo molesta a uno para poder jugar.Uno ya sabe cuál es la clave para retirarlo: hacerle la rueda de bejuco.
Yo hago eso siempre que estoy perdido o cuando me embolata a los perros o me los amarra. Yo encontraba al perro amarrado en todas partes, amarrado de la nuca, de las verijas: de todas partes. Es que los duendes si existen ¡Claro!
Los compañeros de Javier escuchan atentos; no interrumpen, no contradicen, creen, como Javier, que los duendes atormentan al caminante.
Siguen siendo las 7:30. Es extraño que el tiempo no haya pasado, quizás también el reloj del pueblo haya sido víctima de las travesuras de los duendes.