Al pulso histórico que está librando Daniel Quintero con buena parte de los “cacaos” paisas le falta un aliado importante: el pueblo. A la ciudadanía le resulta abstracto comprender categorías como demanda administrativa, gobierno corporativo o crisis institucional. A pesar de que el alcalde decidió asumir la batalla legal más grande en la historia de la ciudad, en la matriz mediática que se ha venido tejiendo alrededor del pulso en EPM va ganando la percepción de una crisis asociada a los intereses de un sector político, revanchista con el empresariado y orientada por motivaciones personales. ¿Cuáles han sido las respuestas del alcalde? Han sido tres: posicionar el ingenuo mensaje “todo va a estar bien” (sin ofrecer mayores explicaciones); cuestionar la naturaleza ciudadana de la veeduría Todos por Medellín (creada para monitorear y vigilar sus movimientos sobre EPM) satanizándola como una estrategia de revocatoria e insistir en su popularidad como el mejor alcalde del país.
Quienes conocen y han trabajado con Quintero saben que se preocupa en exceso por la percepción de su imagen. Aunque no se caracteriza por su carisma o por ser un “alcalde de calle”, la forma en la que su gestión es percibida por la ciudadanía sí forma parte de sus obsesiones; más ahora que Federico Gutiérrez (quien siempre gozó de una altísima favorabilidad) se convirtió en su principal opositor. Por eso, el descalabro en la última Invamer se sintió con fuerza. Aun así solo es cuestión de revisar notas de propaganda de algunos medios para ver que no se enfocaron en que perdió 13 puntos de favorabilidad, en que su desaprobación pasó del 14 al 25% o en que el 51% de los encuestados considera que las cosas en Medellín están empeorando. El énfasis miope fue el mismo: Daniel Quintero sigue siendo el alcalde más popular del país.
Ese descalabro en la Invamer (una rareza para un alcalde de Medellín) se debe a dos circunstancias: el desgaste de las cuarentenas “acordeón” y la reacción de varios sectores políticos, ciudadanos y sindicales que han movido opinión sobre lo que viene pasando en EPM. En los meses de pandemia nada afectó tanto su imagen: ni los cuestionamientos a su secretario de Hacienda; las acusaciones de censura y hostigamiento a varios medios o las sindicaciones de acoso sexual. Quintero seguía siendo “el que mejor ha manejado la pandemia en el país” y hasta algunos medios internacionales se prestaron para amplificar esa victoria cuando ni siquiera el pico de contagios había llegado a Medellín. Ahora, el escenario es diferente y ante el precario control político por parte del concejo (totalmente gobiernista), el control ciudadano se torna más importante. Satanizar una veeduría integrada por 49 personas (incluyendo a Jesús Abad Colorado que de uribista no tiene un pelo) y reducirla a un instrumento de revocatoria solo es una respuesta desesperada y poco democrática.
Aunque desde su posesión grupúsculos de radicales han propuesto una revocatoria, esto no deja de ser una idea descabellada. Sin embargo, sí genera un desgaste en opinión y puede convertirse en un catalizador de múltiples expresiones de inconformidad ciudadana. A eso es lo que no se quiere exponer Quintero, más cuando la ciudad atraviesa por el desempleo más alto de su historia; hay un creciente malestar por el aumento desbordado en la tarifa de los servicios públicos (que él prometió congelar) y descontento por varias de sus decisiones en medio de la pandemia. Una propuesta de revocatoria bien posicionada podría arrastrar todo ese malestar y ponerlo en aprietos. Ante esto, su estrategia de comunicación tampoco ha sido efectiva y así vuelvo al principio del texto: sin duda a Quintero le falta pueblo así diga (tras perder 13 puntos en la Invamer) “Medellín quiere a su alcalde”. Eso tan solo es un placebo para ocultar sus temores: seguir en picada en las próximas encuestas y que la revocatoria se vaya convirtiendo en una realidad ciudadana.