Acabo de ver The two popes en Netflix, porque apóstata pero de familia históricamente católica. Clasificación: drama/comedia... ¿qué?
Como era obvio, está hecha para lavarle la cara al argentino con el marketing de la humanización: mucha pizza, fútbol (¿algo más popular que eso?), rectitud, humildad y anhelo de cambio. De la renovación de la Iglesia católica, de la cruz de palo jesuita.
No tenía claro cómo iban a limpiar el accionar omisivo de Bergoglio durante la dictadura argentina más salvaje, que cobró la vida de Mugica, el cura de los pobres (el que no pudo mantenerse neutral para no tomar el lado del opresor), pero se las arreglaron bien y me hicieron entender algo.
Francisco es un hombre de ceder. Después de todo, nadie se mantiene vivo y llega a tan alto cargo sin ceder o flexibilizar su escala moral, ni siquiera el sucesor de San Pedro. A veces nos viene bien mirar para otro lado. To compromise en el idioma principal de la película, hacer "compromisos", ceder, untarse la mano con la justificación de lo que se cree mejor para cada momento.
Un latinoaméricano experto en ceder, carismático, modesto y con ideas diferentes y de moda: los animales van al cielo, las madres solteras toman la comunión... ¿había una mejor mezcla para una religión venida a menos y en crisis? Un premio gordo papal.
Y a pesar de que los guionistas se dan maña para explicar los ataques a la iglesia y la crisis de la fe católica, la figura de Bergoglio sabe, sin decirlo, que solo hace falta ceder un poco... obviar, por ejemplo, que los ataques no vienen de afuera, sino de la mano de miles de curas pederastas que, aprovechándose de la fe, dañan a los seguidores más pequeños.
Es experto en eso el argentino. En ceder por el "bien" de la (buena) vida. Y aunque la película se queda corta, solo resta una pequeña búsqueda en Google para encontrar indultos clandestinos a más de 300 curas pederastas. Francisco cediendo en cositas menores, justo como sabe hacer.
A veinte minutos de terminar esta biopic llena del romanticismo de la bondad, antes de que el viejo y el nuevo papa bailen juntos (sí, bailen), y de que suene por los laditos una canción que le cantan a millones de niños/as en el mundo para ir a la cama... Anthony Hopkins recita una confesión que quiere ser emocional pero que tiene casi el mismo estoicismo del Doctor Lecter.
El momento más álgido de lo soft. Y claro, para cuidar de nuevo la buena vida, un pitido sordo y una puerta cerrada tapan la historia de un cura pederasta, que abusó de niños de pueblo en pueblo impartiendo fe.
Casi puedo ver a los espectadores más alienados, camándula en mano, tratando de entender de qué va esta parte... ¿se dañó acaso el televisor? Este par de caras sin asombro, que no creen mucho en lo que están actuando, no nos dicen gran cosa, pero seguro están bien pagos por el Espíritu Santo (obvio que me refiero al Istituto per le Opere di Religione).
Al final los guionistas pierden una oportunidad de oro para el remate, en un pequeño diálogo mal ubicado, previo a la confesión:
Ratzinger dice: "Pero estoy anciano y olvidadizo como para recordar cuáles son mis pecados". A lo que Francisco responde extasiado: "No sabía que se podía decir eso. Es muy útil".
Calculo que eso le dirá el argentino a su Dios cuando lo llame a rendir cuentas, antes de enviarlo a arder por las 100.000 víctimas entre 4 a 16 años que deja a la deriva su Iglesia católica.