Lo único que Rubén Darío Gómez tenía claro cuando salió pensionado como mayor del Ejército Nacional de Colombia en 2010 era que su orientación sexual iba a dejar de estar engavetada entre camuflados y gritos militares. Se presentó la cuarta brigada de Medellín con apenas 15 años no por pasión por la milicia ni por sentido patrio sino para volverse el hombrecito que él sentía se estaba perdiendo entre pensamientos homosexuales.
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Desde su oficina Rubén Darío se ríe recordando que siendo adolescente creía que lo gay se lo iba a quitar vistiéndose de botas y uniforme militar y juntándose con hombres rudos. Permaneció casi 30 años en las filas del Ejército, defendiendo la patria cuando había que hacerlo, peleando con guerrilleros y paracos entre montañas desde La Guajira hasta el Caquetá y ocultando ante superiores y subalternos su gusto por los hombres. Aprendió a usar la seriedad y el carácter recio como un escudo con el que esquivó comentarios de pasillo y algunas miradas puntillosas de militares y sus esposas en las reuniones sociales a donde siempre llegaba en la más sospechosa soledad.
Salió del closet -como le llaman los de la comunidad lgbti al destape de su orientación sexual ante la sociedad- apenas colgó el uniforme. Aunque se enamoró de la carrera militar, cuando por fin le dieron la baja por pensión se libró de la carga de estar ocultando su inclinación y empezó una nueva vida. Salió de rumba con más tranquilidad y confianza. Hizo los viajes que tenía pendientes. Y empezó a pensar en qué gastaría el dinero y sobre todo el tiempo; las respuestas las encontró en las siglas lgbti. Haría algo para exaltar a la comunidad y trabajaría para levantar su dignidad, muchas veces atacada y pisoteada.
El primer y único museo lgbti en Colombia lo abrieron el 28 de junio de 2018. Rubén Darío y Carlos Jaime Gómez, quien falleció el año pasado por Covid-19, invirtieron unos 300 millones de pesos en la compra de obras de arte y en la adecuación de una casa gigante en Teusaquillo que Rubén Darío había comprado unos 10 años atrás con el dinero que le dieron de subsidio de vivienda militar.
Carlos Jaime, otro oficial recién pensionado, pero de la Armada Nacional, también era gay; y le siguió la cuerda cuando Rubén Darío en 2014 le propuso la idea de fundar un museo LGBTI en Bogotá, como el Schwules Museum de Berlín, o el Leslie Lohman Museum de New York o los museos de la diversidad sexual de Sao Paulo en Brasil o el de Yucatán en México. Los dos amigos empezaron a viajar por el mundo recogiendo información acerca de las maneras en las que en otros lados veían las diferentes orientaciones sexuales. Fueron a China, Turquía, España, Portugal, Japón, Estados Unidos, Lisboa, Francia, Italia, Londres, Canadá y a otros países más.
Aparte de información histórica y antropológica que fue la base para empezar a montar el museo, con lo que más llegaron fue con ideas en la cabeza. Por recomendación de un conocido le mandaron a hacer 32 obras de arte a un escultor catalán llamado Xico quien les entregó su visión artística hecha en piedra y otros materiales de las orientaciones sexuales. Las obras del catalán representan penes, vaginas y tetas sueltas y entremezccladas sobre la homosexualidad, la bisexualidad, el lesbianismo, el transexualismo, el intersexualismo y practicas sexuales como el sadomasoquismo, el travestismo y otras tantas maneras de relaciones que son bien explicadas en un recorrido de dos horas guiado por empleados de la edificación de dos pisos.
En el museo también hay una veintena de obras del artista vallecaucano John Fitzgerald Serna, aquel hombre que hace dos años se hizo conocer en los medios de comunicación por coserse la boca y sentarse en el centro de Bogotá como acto de protesta pacífica en contra del olvido del Gobierno nacional con los artistas y para pedir acciones contra la desatada violencia en el país. Fitzgerald también hizo el gigante monumento a Egan Bernal puesto en Zipaquirá, del que hay una réplica pequeña en el museo gay.
Los 16 salones que componen este museo están llenos de obras e imágenes que representan a la comunidad lgbti. Hay un salón de películas gais, otro de literatura gay; hay una sala dedicada a la memoria trans, hay también una especializada en el sadomasoquismo y otra en conocer el cruising de la Habana Cuba, un encuentro sexual con desconocidos que sin ponerse cita se reúnen en el viejo fuerte militar de San Juan. Hay una sala llamada Luis Caballero, que busca revalidar la orientación sexual del artista considerado una de las figuras más importantes del arte colombiano, a quien, dice Rubén Darío, pocos reconocen como homosexual y ese es precisamente uno de los objetivos del museo, que los visitantes reconozcan la orientación sexual diversa como elemento importante en la personalidad de los seres.
No pasó mucho tiempo y el par de socios entendieron que la millonaria inversión hecha en el museo al que llamaron Museo lgbti StoneWall, en homenaje a los 50 años del bar neoyorquino Stonewall, en el que en el año 1969 se gestó la libertad homosexual, no iba a ser rentable; ni siquiera sería un negocio que les diera un sueldo con el que recuperarían algo del capital invertido. Empezaron cobrando la entrada a 35 mil pesos, al comienzo algunos amigos de la comunidad los apoyaron y los visitaron, también algunas personalidades le hicieron promoción con su presencia, como la actriz Alejandra Borrero y el presentador de chismes Carlos Vargas.
Han tenido días en los que hay varios asistentes, hay otros en los que estos no aparecen. El museo no ha sido apoyado por ninguna entidad del Distrito o de la Nación. Cuando Carlos Jaime falleció, hace ya un año, Rubén Darío, al quedarse solo, pensó una vez más en clausurar el lugar; antes de la muerte de su socio la idea de cierre ya había sido contemplada, pero el exmilitar ha resistido buscando préstamos bancarios, cubriendo gastos con su pensión y sus ahorros y haciendo maromas para mantenerlo en pie.
La realidad es que Rubén Darío no quiere cerrar el museo. Ahora, desde que pudo volver a abrirlo, después de la pandemia, solo cobra siete mil pesos la entrada. Los asistentes están llegando con más regularidad. La plata que entra a la caja cubre los sueldos de Waiver Salazar, el administrador, de otro colaborador y también alcanza para pagar los servicios. Desde que la situación se mantenga así Rubén Darío seguirá con las puertas abiertas del lugar que fundó hace ya cuatro años para exaltar lo que han hecho los gais en el mundo y sobre todo para reivindicar al marica, la lesbiana y al trans que tanto han jodido esta sociedad heterosexual, machista y frágil.