“La carnicería que es Venezuela es verdaderamente inaudito (sic), lo mismo que en Cuba y hay otro que va en el mismo camino como el caso de Colombia con el señor Petro. Mucho no se puede esperar de alguien que era un asesino terrorista”.
Esta fue la afirmación del presidente de Argentina, Javier Milei, que desató la ira del gobierno colombiano y precipitó la peor crisis diplomática de los últimos 50 años entre los dos países, que conllevó a la expulsión de varios diplomáticos gauchos de territorio colombiano.
El enfrentamiento anterior se produjo en los años 80 cuando el gobierno de Julio César Turbay, viejo zorro de la política, se negó a apoyar a Argentina en su loca aventura de invadir las islas Malvinas, como sí lo hizo la mayoría de países de América. Por esa decisión Colombia fue llamada “el Caín de América”. El tiempo le dio la razón a Turbay.
Por supuesto que calificar de asesino terrorista al mandatario de una nación hermana, como hizo Milei, no es un gesto propiamente amistoso. Pero es que este personaje tiene muy poco de diplomático y no se anda con vueltas a la hora de llamar las cosas por su nombre y de decir lo que piensa.
Era previsible que las relaciones entre Milei y Petro iban hacer tortuosas. Primero porque ambos están en los extremos del espectro ideológico. Uno en la extrema derecha y otra en la extrema izquierda.
Y segundo porque, aunque sea difícil de entender, ambos tienen una personalidad muy parecida: son mesiánicos y poseen delirios de grandeza, saben para donde quieren llevar a su país y consideran que su misión va mucho más allá de las fronteras de los países que gobiernan. Y, por supuesto, ambos tienen una tuerca suelta.
Me atrevería a decir que mientras Milei se hace el loco, Petro en realidad tiene un grave problema de inconexión con la realidad. Un tipo que promete hacer un ferrocarril aéreo entre Barranquilla y Buenaventura y que ofrece “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”, en plena asamblea de la ONU, no puede estar en sus cabales.
Lo cual corrobora Ingrid Betancur, en reciente entrevista en la revista Semana, cuando afirma que: “yo creo que Petro piensa que es una reencarnación de Simón Bolívar o algo así”. (¿Al fin quién es la reencarnación de Bolívar, Petro o Chávez?)
Pero en algo muy importante difieren los dos mandatarios. Mientras Milei como candidato mostró su radicalismo y sus excentricidades, Petro intentó ocultarlas. Con lo cual, los argentinos tenían claro por quién iban a votar, mientras muchos colombianos desconocían al verdadero Petro. Ese que con los días se ha ido quitando la máscara.
Nos guste o no, Milei está haciendo como presidente lo que prometió en la campaña: desmontar los subsidios que llevaron a la quiebra a los argentinos, reducir el tamaño del Estado y promover las libertades de los argentinos.
Petro, al mejor estilo Chávez, prometió hacer un gobierno moderado de concertación nacional, respetar a la empresa privada y juró que no iba a promover una asamblea constituyente. Promesas todas incumplidas.
En estos casi dos años de gobierno se ha dedicado a fustigar a los empresarios, su gobierno es cada vez más radical y ha puesto en cargos clave como Planeación Nacional a personas que no están calificadas para ejercerlos, solo porque son tan radicales como él. Y ahora anda recorriendo el país aclimatando la convocatoria de esa constituyente que prometió una y otra vez no hacer.
Póngale la firma que el presidente argentino va a seguir profundizando las reformas a las que se comprometió, los colombianos ya tenemos claro que la palabra del presidente no vale un peso
La primera conclusión que uno saca al hacer esta comparación es que a Milei se le puede creer y a Petro no. Por eso, póngale la firma que el presidente argentino va a seguir profundizando las reformas a las que se comprometió y por las cuales sus paisanos lo eligieron presidente.
De la misma forma, los colombianos ya tenemos claro que la palabra del Presidente no vale un peso. No cumple lo que promete. Por ello nadie se come el cuento de que lo que busca con una constituyente es mejorar las condiciones de vida de los colombianos.
Lo que pretende Petro es que la Constituyente abra paso a la reelección indefinida, para eternizarse en el poder y acabar con la división de poderes para que todos se concentren en el Ejecutivo. O sea, en él. Los colombianos tendríamos que estar más chiflados que él para permitírselo.
La pregunta que me hago, luego de hacer la comparación entre estos dos gobernantes suigéneris, es ¿qué es preferible, un loco en el que se puede creer porque hace lo que promete o un chiflado que no merece la menor credibilidad porque se compromete a una cosa y termina haciendo todo lo contrario?