Hay gente que quiere hacer catarsis insultándolo a uno; pero no hay que ofuscarse sino ser más bien comprensivo, pues en estos tiempos tan convulsos aconsejan poner en práctica eso de colocarle un disfraz a la hipocresía y llamarla empatía.
A veces, la mejor forma que encuentra el ciudadano para exteriorizar el desconsuelo en la política es una arriada de madre al primero que se cruza -problema de uno el atravesarse- pues si existe una labor estoica en la vida es la de defender políticos. En redes se ha normalizado la vulgaridad y eso es incontenible.
Precisamente la semana pasada el filósofo español Javier Gomá nos recordaba en su columna que la vulgaridad es la “hija fea” de dos padres maravillosos: la democracia y la libertad y, por respeto no podemos agredirla. Yo iría más allá y evocando a Camus diría que no solo es fea, sino que es otra hija ilegítima de la libertad.
El juego electoral en Colombia consiste en algo básico: crear problemas y después ofrecerse como solución o capitalizar políticamente la desesperanza de la gente para volver a defraudarlos. Para lograr éxito político es necesario generar caos, confrontación, desinformación y por supuesto ofender.
El vecino que me quitó el saludo por mis publicaciones, no entenderá que tanto él como yo somos solamente espectadores invitados a la gradería general del espectáculo; que allá en el escenario nos pondrán a escuchar y a ver lo que nuestros políticos- artistas quieran y al final nos corresponde solo aplaudir o chiflar.
Yo pude ver en escena a Hugo Chávez y Alvaro Uribe abrazados, a Petro y Rodolfo Hernández posar sonrientes después de lapidarse en los discursos y a Petro y Uribe tomando tinto después de dividir al país. Eso ya no debe inquietarnos, pues es un sainete que volveremos a ver dentro de poco, con los remplazos o émulos de los precitados. Ahora me preocupa más el vecino ofendido; él me defraudaba menos, no pensé que el argumento implícito resultara tan ponzoñoso para el equivocado.