Ten cuidado de encontrarte en la calle con un Víctor Frankenstein. Es más, ten cuidado de ser tú un Víctor Frankenstein. Por si no te has dado cuenta, pululan los Frankenstein. Ostentosos se pasean por las avenidas con sus escalpelos y serruchos buscando corregir las fisonomías de sus congéneres.
Son esos doctores Frankenstein que poseen una regla para medir el mundo, para imponer la norma y para sugerirte un ideal de vida, un derrotero en el camino personal de la existencia. Cargan en sus manos brújulas y giroscopios; cuando no te marcan el norte, te apuntan la dirección del aire que debes perseguir (como si tu vida se enfrentara únicamente a los vientos alisios).
“Es que deberías acercarte a Dios”; es que te has alejado de la iglesia; es que no diezmas; es que eres muy amoroso con la gente; es que deberías vestirte de tal manera; es que deberías pensar de esta forma.
Son los albañiles de la vida, los hombres (y mujeres) que levantan la arquitectura cuadriculada del “buen vivir”; como si existiera un solo sistema-mundo, o ese asunto de los metarrelatos te abarcara y definiera a ti como un elemento más en el costal de lo uniforme.
Ten cuidado con esos Frankenstein; no son felices con su vida y se viven inventando la de los demás. No son capaces de romper con sus propios límites y piensan que una manera de quebrar su propia discapacidad de cambio se consigue “proyectando” e inventando lo que los otros deben cambiar para bien de ellos.
Ese asunto de la diversidad no aplica en los Frankenstein. Los Frankenstein quieren un universo modelo, un mundo sin esa heterogeneidad peligrosa. Los doctores Frankenstein, los cuales se pasean por millares por las anchas callejuelas de tu barrio, de tu ciudad, de tu manzana, son médicos itinerantes; operan al “gratiniano” sin que tú se lo hubieras pedido; cuando menos piensas te han cambiado de físico, te han suprimido el estómago, te han puesto el cabello lacio, te han vestido con otro color, y te han soñado con otro tinte de piel.
Cargan sus botiquines y hacen consulta a domicilio. Entonces te señalan la disección que deben hacerte: tus ideas son demasiado liberales; tus orientaciones sexuales son equívocas; tus gustos musicales son un accidente cultural; deberías madurar; evita ese tipo de personas; te sugiero que votes por x candidato; el acabose de la sociedad es la liberación femenina; tu hija debe cambiar porque va por muy mal camino.
Los doctores Frankenstein son gente ordinaria que quiere una vida extraordinaria (pero en los demás). Cultivan en el patio de sus casas un árbol de espejos para poder mirar con esos cristales empañados la realidad particular como si fuera un asunto de generalidades. Los doctores Frankenstein no han leído a Einstein (Teoría de la relatividad), ni a Heisenberg (Principio de indeterminación). Suponen, eso sí, que todo puede y debe medirse con la misma vara, que todo es blanco o negro (sin el matiz de los grises), que todo proviene del ADN de la perfección y no de la probeta o de los tubos de ensayo de un médico bioenergético.