Lorena Romo hacía un año no veía a su mamá. La espera se había alargado porque sus ocupaciones en el Congreso de los Pueblos consumían buena parte de sus días. Al no poder viajar a Pasto su madre vino, junto con Ignacio, el hermano de 15 años al que le gusta tocar el violín, a Bogotá, la ciudad en donde ella se había venido a estudiar Ciencias Políticas en la Universidad Nacional. A pesar de que las amenazas de las Águilas Negras llovían sobre la joven de 23 años por su vinculación con grupos de defensa de los Derechos Humanos, julio parecía ser un buen mes para Lorena. Había empezado a trabajar en la Secretaría de Educación del Distrito y el viaje a Villavicencio, que hizo junto a su Mamá y hermano el fin de semana pasado, hacían renovaban sus fuerzas.
Todo cambió cuando el martes, a las seis de la mañana, el timbre de su apartamento en el barrio Galerías empezó a sonar. Al asomarse a la ventana se sorprendió al ver tres patrullas de la Policía y varios uniformados en el andén informándola que estaba detenida. El allanamiento duró tres horas y Doña Marta tuvo que ver, entre lágrimas, cómo a su hija se la llevaban esposada en una patrulla.
Al otro lado de la ciudad, en Suba, Andrés Rodríguez comenzaba su día cuando unos estruendosos golpes en la puerta lo sobresaltaron. A sus 25 años, este filósofo de la Universidad Nacional ha decidido llevar una vida de monje en donde el estudio, la lectura y la tecnología son sus únicas pasiones. Pero por encima de eso a Andrés lo que le gusta es el trabajo comunitario. Miembro activo del Congreso de los Pueblos, el único crimen que ha cometido es el de ser demasiado introvertido. Ahora, cuando la policía lo sacó esposado en medio del asombro de los vecinos, Andrés dejó de ser ese muchacho serio, de voz suave y palabra medida para quedar ante los medios y el país completo como un terrorista.
Lorena y Andrés se sorprendieron cuando, al llegar a la Sijín de la Sexta con Caracas, encontraron caras conocidas. Como si fuera una de esas tardes de sábado en donde previo a la rumba se reunían en alguna de sus casas a tomar café con queso estaban junto a ellos Sergio Segura, un punketo de 27 años reportero del portal Colombia Informa; Paola Salgado, abogada de 33 años de la Universidad Nacional, defensora a ultranza de la no violencia hacia la mujer, Heiler Lamprea, representante al consejo de la universidad Pedagógica de 25 años, los hermanos Lisette y John Acosta, de 21 y 19 años respectivamente, y siete personas más, ninguno de ellos sobrepasaba los 35 años.
Estos jóvenes, una vez más, al parecer son víctimas de los estatutos de seguridad implementados durante el gobierno de Uribe, operativos que permiten, como si de una novela de ciencia ficción se tratasen, detener a un individuo solo porque se sospecha de él. La acción por la cual se llevaron a los 14 muchachos recuerdan las acciones represivas que dirigían contra la juventud pensante las dictaduras del sur del continente.
Cuarenta y ocho horas después de lo ocurrido los jóvenes esperan en una celda que la Fiscalía logre conseguir una sola prueba que compruebe su participación en los atentados que sufrió Bogotá el jueves 2 de julio. Así salgan libres pronto, nada podrá borrar el estigma que ha caído sobre ellos. Ya salieron dos por falta de pruebas, lo más probable es que Lorena, Andrés, Sergio, Paola, Heiler, Lisette y John salgan por los apresuramientos en la búsqueda de positivos.