Las vidas de Jorge y Carlos Bernal, y de William y Wilber Cañas, dos pares de gemelos en dos lugares distantes de Colombia, cambian para siempre cuando descubren que un vínculo profundo los une: dos de ellos fueron cambiados al nacer, separando así a dos pares de hermanos gemelos y convirtiéndolos en dos pares de mellizos que jamás hubieran imaginado la verdad que se esconde detrás de la vida que habían tenido hasta que cumplieron veinticinco años.
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Todo sucedió una tarde de 2013, en Bogotá, cuando Laura Vega descubre una extraña casualidad en un pequeño supermercado con su amiga Yaneth Páez. El encargado de atenderlas en la carnicería es un joven físicamente idéntico a Jorge Bernal, un conocido de ella del trabajo.
En una ciudad de más de 8 millones de habitantes, y en un punto tan distante a su trabajo, este joven no tendría por qué ser Jorge, pero su increíble parecido es innegable. Laura, aún sorprendida, va cotejando información con Jorge -quien tiene un hermano mellizo- y poco a poco va atando cabos: resulta que William, el joven de la carnicería, también tiene un hermano mellizo.
Pero lo más impactante surge cuando a través de fotos en redes sociales, descubren que los hermanos de Jorge y de William son también idénticos entre sí.
Veinticinco años atrás, en la Clínica Materno Infantil de Bogotá, un bebé recién nacido procedente de una vereda en el departamento de Santander, llega para recibir atención médica por un problema que tuvo en el parto.
Y entonces, por razones aún desconocidas, el bebé fue cambiado y confundido por uno de dos gemelos que acababan de nacer, hijos de Luz Marina Castro, una madre soltera bogotana que hizo todo lo posible para darle lo mejor a sus dos hijos: Jorge y Carlos Bernal.
En Santander, mientras tanto, Ana Delina Velasco y su esposo, dieron lo mejor para sus recién nacidos William y Wilber, en medio de un contexto rural y las limitaciones propias de la vida campesina, como parte de una numerosa y honrada familia que subsiste entre las tensiones propias del conflicto armado en Colombia.
Las vidas de William y Carlos se cruzaron, y por ende se cruzaron también las de Jorge y Wilber. Dos mundos opuestos, el campo y la ciudad, unidas por dos vínculos genéticos ineludibles. Y así, el reencuentro entre los hermanos, y las historias de vida que hay detrás de este hecho, llevó el caso a la esfera mediática cuando el programa Séptimo Día hizo un reportaje sobre lo sucedido.
Más allá de estas disyuntivas, William guarda un profundo orgullo de la vida que ha tenido, un gran apego hacia su madre y sus raíces rurales, pero no puede negar el conflicto que le produce pensar en que de no haber sido cambiado, tal vez su vida en la ciudad le hubiera abierto más puertas para lograr lo que siempre ha querido. Y Carlos, que ha podido desenvolverse en lo que ha elegido con las dificultades normales de un joven de clase media en Bogotá, enfrenta una extraña sensación de distanciamiento hacia ese origen más humilde y campesino que apareció de repente, como una nueva familia.
Un tatuaje, un mensaje profundo más allá de la piel
Retomando el conflicto entre Carlos y William en su proceso de adaptación a la nueva realidad, Jorge fungió como líder para tratar de apaciguar los ánimos entre sus hermanos.
Al darse cuenta del malestar que asediaba a Carlos por sentirse relegado por él cuando conoció a William, optó por un gesto simbólico para conservar la unión con quien ha sido su hermano mellizo: hace años plasmó en su pecho un tatuaje con la cara de su madre, cuando murió de cáncer. Ahora, en medio de la extraña situación que vivía con la aparición de los “gemelos del campo”, Jorge se tatuó la cara de Carlos, junto a la de su madre, para demostrarle que nunca dejará de ser su hermano.
Carlos, por su parte, comenzó a comprender las dificultades de la crianza de William y Wilber cuando leyó el artículo de The New York Times que contó lo sucedido entre ellos, a partir de los estudios que hizo la doctora Nancy Segal cuando fue a conocerlos. La narrativa de los periodistas dejó claro algunos detalles de la vida de Wilber y William que Carlos no había reconocido y que le hicieron profundizar en la compleja respuesta sobre si uno nace o se hace.
La reconciliación entre los hermanos fue tomando curso -y se revela a través de anécdotas y experiencias que cuenten en sus testimonios- y durante los últimos años ha ido consolidándose, en medio de sus incompatibles diferencias e inevitables correspondencias entre los gemelos de la ciudad y los gemelos del campo.
Ellos mismos se han definido con esos motes y han tenido largas conversaciones sobre lo que significó para los “gemelos de la ciudad” tener una mamá que hizo todo por ellos, lavar ropa y asear casas, para inculcarles la educación. Pero también, para los “gemelos del campo” las duras y difíciles condiciones que tuvieron que enfrentar en el campo, cerca del conflicto armado y siendo soldados en el Ejército en la época de guerra en Colombia.