La tarea del Pacto Histórico, gobernar, implica administrar los factores compilados por Maquiavelo, actualizados con el uso de las redes sociales que andan destruyendo democracia por todo el mundo. La “influencia maligna” de las redes permite que los desplazados del poder ataquen a mansalva y creen tempestades para impedir los cambios. Además de sumar ciudadanía para apoyar sus acciones, a los gobiernos de cambio les corresponde diseñar estrategias para anticipar y neutralizar esos ataques antes que el cerco mediático de los poderes desplazados se levante.
La forma de interactuar con la sociedad, de comunicar y escuchar a lo largo de un proceso de cambios no puede ser igual a la que usan los gobiernos de continuidad. Las estructuras de comunicación están diseñadas para mantener el statu quo y generan opinión a través de sus medios y redes con facilidad. La política de comunicación de un gobierno alternativo requiere un giro para superar ese andamiaje.
La derecha norteamericana tuvo claro hace dos décadas que si quería conservar la sociedad retrograda que le gusta, debía crear sus propios medios de comunicación. En pocos años y con una gran inversión surgieron medios como Fox y de esa manera cuando Obama, un negro alternativo, desplazó algunas de las élites tradicionales, la guerra mediática se desató con ferocidad. Tanto, que eligieron a un perfecto idiota norteamericano -como diría Vargas Llosa- para frenar los cambios convocando a un electorado borrego. Así consolidaron la contrarrevolución que entre otros puntos declaró los úteros propiedad del estado, como antaño.
En Colombia pasará un buen tiempo entre la presentación de un proyecto y su aprobación; entre su aprobación y la bendición de las cortes; y entre la ratificación y la creación de la estructura para ejecutarlo. Los desplazados del poder aprovecharán ese lapso para sabotear las iniciativas. Saben que el estado de ánimo de la ciudadanía se altera con los contratiempos y reveses y culpará al gobierno, como le ocurrió a Obama, de la lentitud y los escasos resultados.
López Obrador, en México, estableció un sistema de comunicación directa con su electorado para evitar ese problema. Todos los días ofrece una rueda de prensa en vivo y en directo, de una o dos horas para explicar los temas, promover sus iniciativas, controvertir a sus opositores y marcar el rumbo del debate público. Allí anticipa la respuesta a las élites que lo detestan. Medios y usuarios de redes sociales siguen los pasos que el gobernante marca en sus “alocuciones” diarias. El resultado es que mantiene su popularidad sobre 60 puntos después de tres años de gobierno. AMLO no esperó que la opinión de las élites se consolidara.
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La derecha colombiana aún no tiene clara la dimensión de su derrota, pero la tendrá
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La derecha colombiana aún no tiene clara la dimensión de su derrota, pero la tendrá. Aunque fue por pocos votos, lo importante son las consecuencias. Es la primera vez que pierde el poder desde cuando lo recuperaron de Rojas Pinilla en 1957 (ya ni se acuerdan). Pronto entenderán que ser oposición es como gritar en un tarro, sin eco; que perdieron el mando sobre el presupuesto público; que ya no nombrarán ministros ni superintendentes ni notarios; que las normas técnicas y los reglamentos que hacen viables o inviables sus negocios las dictarán otros intereses. Ni siquiera saben cómo pronunciar los nuevos apellidos en los cargos oficiales, pues la mayoría no figuran en las genealogías que conocen. Son factores que poco a poco los perturbará más y más y los hará despertar.
Es difícil imaginarse a los enviados de Luis Carlos Sarmiento (con seguridad no incluye a Néstor Humberto en estas misiones) discutiendo con Iván Cepeda sobre el uso de los fondos pensionales. Este recurso, por gracia de un gobierno amigo, lo usa para financiar sus actividades en infraestructura. Tampoco será agradable para los delegados de la Organización Ardila Lülle discutir el reglamento del etiquetado a las bebidas azucaradas que el actual gobierno se niega a emitir. Después de años de estar protegidos -los Ardila y otros azucareros- y a pesar de los daños que el exceso de azúcar, sodio y otros productos produce en la salud de los niños, al fin dejarán de lucrarse de una manera insana. Son élites que se reclaman capitalistas cuando en realidad se enriquecen acomodando las reglamentaciones para obtener utilidades por decreto como también ocurre con el etanol que mezclan con la gasolina.
Como a nadie le gusta que le recorten sus privilegios, ni que le cobren más impuestos, ni que le saquen sus productos de la lista de exenciones, los propietarios de enormes extensiones de tierra también se resistirán al cambio. El nuevo catastro integral los hará pagar impuestos y las transacciones ganaderas tal vez empiecen a pagar IVA. Ahora que no hay paras ni Uribes en Palacio, podrían pensar en dejar atrás el feudalismo y descubran que con el capitalismo también pueden ser ricos sin esperar a que la tierra se valorice.
Al PH le corresponde lograr un buen gobierno con equipos técnicos y expertos en las materias, bajo la dirección de cabezas con la ambición necesaria para materializar los sueños. La conjugación de conocimiento y riesgo mueve la maquinaria institucional para lograr los cambios que parecen imposibles aun en el poder y satisfacer las expectativas de una población desesperada. Pero necesitan estrategias para que la ciudadanía los acompañe.
A sus seguidores, el gobierno debe integrarlos al esfuerzo de cambio y compartir la responsabilidad de éxitos y fracasos. El esfuerzo comunicacional va más allá de lograr que el ciudadano “sienta” que trabajan por él. Debe lograr que el ciudadano actúe al lado del gobierno. La nueva institucionalidad incorpora esta variable como una de las innovaciones que requiere la democracia para recuperar su prestigio. El ciudadano con sus acciones participa, no solo con su voto cada cuatro años, sino con la resonancia de su voz en el día a día.